Ambigua dulzura
Acerca del libro de poemas mamá, de Alejandro Schmidt. Ediciones Recovecos. Serie “Poesía del profundo sur”. Villa María. 2007 (39 p).
En el ámbito de la Estética hay antiguas discusiones acerca de si es factible establecer definiciones generales de arte. Un argumento en contra de esta posibilidad es el carácter dinámico del fenómeno artístico y la comprobación de que toda definición es histórica y puede reducirse, en última instancia, a una poética en particular. De igual modo sucede con la poesía. A una definición general del hecho poético cabría siempre la necesidad de agregarle la salvedad de que se trata de una poética a la que un sujeto o un grupo quieren darle un carácter universal. De todas maneras, y una vez establecidas estas salvedades, encuentro seductor el esquema dual que propone Ricardo Herrera para distinguir dos modelos de escritura poética: una de carácter “pétreo, diamantino, icónico” y otra de carácter “sanguíneo, ígneo, efusivo”[i]. Tal distinción (no dualismo ya que el mismo implicaría ubicar una poética en uno u otro lado en tanto que la distinción permite considerar un sinnúmero de elementos intermedios entre los dos extremos), es útil para situar la figura de Alejandro Schmidt en un espacio cercano al extremo dedicado a las escrituras marcadas por el carácter sanguíneo, ígneo y efusivo. Esos tres adjetivos, los dos primeros en particular, de alguna manera dan, a mi entender, en la clave del temperamento de Schmidt. Dicho temple de ánimo se advierte tanto en el entusiasmo y la energía con que edita y difunde a otros poetas como en las modalidades adoptadas en sus intervenciones orales en mesas redondas sobre poesía y en el tratamiento que le da a los temas abordados en sus libros. La potencia expresiva, el laconismo y la aparición fulgurante de las imágenes son algunos de los recursos que Schmidt utiliza en este caso para explorar la figura materna.
En la poesía en lengua castellana una de las imágenes más potentes de la figura materna es la compuesta por César Vallejo. En las “Canciones del hogar” de Los heraldos negros la madre es caracterizada como un ser “tan suave, tan ala”. En Trilce se la presenta como una “mamá todo claror” y, en el mismo libro, la madre provee el alimento primordial: “Tahona estuosa de aquellos mis bizcochos/ pura yema infantil innumerable, madre”, dadora de un “pan inacabable”. La madre, en tanto ser que da la vida, queda rodeada de un halo sagrado que el poeta celebra y mantiene como un sentimiento de gratitud intachable.
El libro de Alejandro Schmidt encuentra su unidad en la presencia de la madre, de la “mamá” indicada en el título, en todos los poemas; y su marca distintiva es el lugar problemático, ambiguo y hasta negativo en el que la madre es puesta por el hijo. Ya sea que la primera persona le hable en segunda persona a su progenitora, ya sea que realice una reflexión acerca de ella o que reconstruya, apelando a la memoria, una escena vivida por ambos, los poemas se suceden como interrogaciones, cuestionamientos, reproches y hasta acusaciones a la madre. El acápite que elige Schmidt marca desde el principio el temple revulsivo del libro. La estrategia utilizada aquí es el uso de acepciones de la palabra madre que da el diccionario: “hembra que ha parido”, “hembra respecto de su hijo o hijos” y “alcantarilla o cloaca maestra”. Estas definiciones despojan al ser maternal de todo rasgo volitivo, eluden la mención de todo vínculo afectivo entre la madre y el hijo y lo reducen al acto biológico puro en el caso de las dos primeras y agregan un componente inhumano con una connotación negativa en el tercero. Sintetizada, la tercera definición es: Madre: cloaca.
El mandamiento religioso de honrar al padre y a la madre está incorporado como principio moral laico en nuestra cultura. Y el imperativo de honrar y respetar a los progenitores cobra mayor fuerza en el caso de la madre. Ese poderosísimo tópico de nuestra cultura es el que Schmidt ataca en su libro, ésa es la valla que su temperamento febril salta movido por una sed de verdad y un coraje inauditos. La Madre Ideal que cantan los poetas, nos dice Schmidt, no es mi “mamá”, esta persona de la que he nacido y con la que viví. Poema tras poema, la madre es asimilada a seres que comparten entre sí un costado salvaje y depredador: la madre es un perro –p 17-, una urraca, un vampiro, un lobo, una esfinge –p 18-, es un barco cuya bandera es un cuervo –p 34-, es una leona –p 37-. Si en la poesía de Vallejo la madre da un pan infinito, en el libro de Schmidt la madre invierte su rol y, en vez de dar, devora. En el poema “Que dio” –p 13- la madre es evocada en sucesivas escenas de ausencia: “y no acudió mi madre/ estaba cobrando lágrimas/ estaba en el doctor/ se fue de viaje”. Y, finalmente, la madre es la que “comía/ cada corazón/ que dio”. El ritmo del poema se lentifica, los versos se acortan y el final es lapidario tanto para el oído del lector como para el corazón del hijo. Recursiva es la imagen de la madre consumiendo el corazón del hijo: “hiciste la pomada/ de mi corazón// aceite fue/ para tu lámpara” –p 26-, dice en “Algo más”. En “Sol” –p 22- la madre “sonrió/ y con sus dientes dorados/ me arrancó el corazón”. La madre devora, rasga, lastima y cuando no lo hace ofrece su dolor, su ser impávido de “árbol negro”, de “yuyo”. Es una presencia que “quita el aire” y de la cual hay que poner distancia para poder vivir. El padre ausente es el padre muerto pero su ser es una presencia vivificadora y libertaria que queda equiparada al viento; la madre está pero para frustrar el ímpetu del “corazón entusiasta del hijo”. Y si en todo el libro el hijo expresa que su vida sólo es posible en la medida en que huye de la madre, el último poema dibuja la parábola de un retorno. Como si el que hubiese necesitado escapar fuera el hijo pequeño del primer poema, el de “6, 12, 18” años; el del último poema, el hombre que “alcanzó a caminar lejísimo” puede decir: “leona// ahora// he vuelto” –p 38. Porque si bien Schmidt hace un gran esfuerzo por no doblegarse ante al mito conformista de la madre perfecta, hay algo de ese mito que permanece como un resto de verdad: la perduración en el tiempo de la fusión madre-hijo, esa conexión que deriva del hecho de que el hombre sabe que su ser tomó la materia del cuerpo de la madre. Por eso, tal vez, es que “La madre no es algo que se piensa” (“Debería” p 18) sino algo que se siente, que está en el cuerpo, en la sangre. Dice el hijo: “(madre) mi pecho es tu labor/ tu reposo” (“En mi pecho” p 25). Y en “Lengua materna” se aprecia la imposibilidad de discernir la palabra propia de la palabra de la madre puesto que la lengua que el hijo habla es un don de la madre. Se pregunta el hijo: “¿la digo a ella en mí?” (p 21). El hijo reprocha y acusa, pero también recuerda el chocolate que la madre le dejaba en la almohada, las idas al cine, los guisos de “repollo y corazón” que la madre hacía. La antigua fusión madre-hijo perdura en el tiempo como un cordón de melancolía y de ambigua dulzura que sigue siendo la fortuna de ambos.
Pablo D.
[i] Lo entrañable y otros ensayos sobre poesía; Ediciones Del Copista; 2007, Córdoba. p. 101.
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