Libros, musica y otras yerbas

El Encuentro (cuento)

07:45 PM, 10/7/2007 .. 0 comentarios .. Link
 

El Encuentro.-

     En una hermosa tarde, de esas en que el sol pega tibiamente sobre los rostros de las personas, decidí  sentarme en el banco de una plaza,  la del barrio por supuesto.-

     Un buen libro sería la grata compañía que haría que ese sol, luego de un rato no me hiciera desertar por el calor. Elegí un título de Ernesto Sábato: La Resistencia.-

     Comencé a recorrer sus páginas con curiosidad antes de comenzar a leerlo, ya que esto me incentiva para entusiasmarme más.-

     No podía dejar de leer, comenzó a transcurrir el tiempo sin pensarlo, la sombra del edificio de enfrente se abalanzó sobre mí sin que yo me diera cuenta y apenas percibí el cambio de temperatura.-

      La claridad de sus pensamientos  me asombraba a cada instante, el reconocer  algún que otro error, esa virtud que tan pocas personas tienen, sobre todo en cuanto a ideas se refiere, los recuerdos vivos de su vida, su relación con la muerte y otras tantas cosas que expresa en una maravillosa síntesis de una realidad.-

      Cada tanto tuve que hacer un alto en la lectura para poder reflexionar sobre los temas que proponía nuestro autor en cuestión. Pasó el medio día, y yo seguía allí sin poder levantarme del incómodo banco de plaza, de viejas tablas de madera.-

      Me crucé al bar de enfrente y almorcé algo ligero como para poder calmar mi apetito. Miré esas calles, esos rincones donde transcurrió toda mi vida y las relacioné con lo que estaba leyendo en el libro de Sábato, realmente cada persona es un mundo y todos a nuestra manera ejercemos una resistencia en algún momento de nuestras efímeras vidas. Tantas veces  traté de imaginarme que sentirían esos insectos de la noche que solo viven unos minutos y se los ve aletear hasta el último segundo. ¿Será

esa su resistencia?

      Luego de realizar todas estas especulaciones decidí regresar a la plaza y buscar un banco donde diera el sol y lo encontré. Ya iba por la mitad del libro y no retornaría a mi casa hasta terminarlo,  total desde la ventana de mi departamento se veía toda la plaza y mi hermana Gabriela, con quien vivía desde que enviudé, con solo asomarse me vería y no se preocuparía.-

      No sé si habrá sido el almuerzo, el sol o la hora de la siesta que en cuanto retomé mi lectura comencé a sentir somnolencia  y a bostezar sin parar pero algo que no tenía en mis cálculos:  a mi lado en el mismo banco se sentó él.- ¡Don Ernesto Sábato!.-

      Lo miré con incredulidad una y otra vez para corroborar de que sea él, y si, era él con sus anteojos, las piernas cruzadas, y suspiró como gesto de cansancio ya que en realidad se sentó a tomar un respiro en su caminata.-

-         Disculpe. ¿Es usted? ¿Ernesto Sábato?.-

-         Si, claro, me lo pregunta como si fuera imposible que yo este aquí sentado –respondió.-

-          Bueno, no es cosa de todos los días encontrarlo aquí, yo viví toda mi vida allí enfrente y nunca lo vi pasar por acá  -dije.-

-          En realidad estoy buscando a un amigo que se mudo por aquí  hace poco y paré a descansar un rato –dijo con cierta fatiga.-

-          Mire, estoy leyendo su libro –comenté.-

-          Que bien, no es común estar leyendo un libro y al mismo tiempo encontrarse con el autor cara a cara. ¿No es verdad? –dijo con una sonrisa.-

-          Claro que no. Y sobre todo poder decirle a dicho autor que su obra es excelente –dije.-

-         Bueno, muchas gracias, me alegro que le guste,  realmente intenté transmitir toda mi experiencia de vida en  ella y espero que le sirva a alguien  - dijo con humildad.-

-         Siempre quise ser escritor y nunca pude lograrlo, es una de mis frustraciones.-

-         Bueno todo el mundo sabe que lo mío fue un poco al revés yo pasé de la ciencia a la literatura –respondió.-

-         Mi otro dilema con respecto a usted es que no se como me gusta más, si como escritor o como pensador –le dije.-

-          Cualquiera de las dos formas me halaga pero ambas me parecen exageradas –contestó.-

-         Creo que a nuestro país le hace falta más pensadores como usted ya que hay muy pocos y siempre a las grandes civilizaciones las precedieron y sostuvieron, igualmente  grandes pensadores –le dije.-

-         ¡ Oh! ¡Por favor! No me ponga en ese nivel. Ahora si que exagera usted –respondió Ernesto con su característica sencillez y una amplia sonrisa en el rostro.-

-         Bueno, nuestro país no será una de las grandes civilizaciones  del pasado pero sostengo que seríamos una gran nación si hubiera más pensadores.-

-         Esta bien, está bien. ¿Cómo me dijo que se llama? –preguntó.-

-         No se lo había dicho. Me llamo Agustín, señor, y gracias por conversar conmigo –le dije.-

-         Gracias a usted por mostrarme su pensar. Creo que aquella señora que viene allá lo está llamando. Hasta luego –dijo.-

De pronto la tenía a Gabriela frente a mí muy preocupada:

-         ¡ Qué susto me diste! ¿Cómo se te ocurre dormir en este lugar? ¡Desde la ventana parecías muerto y la gente pasaba y te miraba!  - exclamó.-

-         Pero, si estaba hablando con Ernesto Sábato. ¿Dónde está? – dije.-

-         En tus sueños, estabas dormido, Agustín – replicó ella.-

-         No puede ser –insistí.-

-         Si puede ser, vamos a casa, te preparé unos mates – dijo ella tomándome del brazo como si fuera un pobre anciano.-

Luego de dar unos pasos me di vuelta y allá en la esquina, con su sonrisa bonachona estaba él observando la escena y agitando su mano  saludándome, con cierta complicidad. Se dio vuelta y se alejó con su paso cansino y su postura gallarda, esa que solo dan los años. Lo  seguí con la vista hasta que desapareció al dar la vuelta a la esquina.-

 

 

 

 

 

 

     

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



Regreso en Tren

06:40 PM, 7/5/2007 .. 0 comentarios .. Link
 

 

     Tantos años fuera de Santa Fe y ahora estaba de nuevo en la ciudad. Aunque solo era por unos días, no quise desaprovecharlos y decidí dar una vuelta.-

     Como el único rato libre que tenía era  después del medio día, lo hice en ese horario. Tomé con mucha nostalgia la situación, salí del hotel, caminé unas pocas cuadras y me invadieron los recuerdos. Seguramente motivados por ese sopor de las siestas de octubre, el aire primaveral con aromas mezclados entre flores y humedad y ese descanso reparador en los bancos del cantero central de Boulevard Gálvez. Fue casi igual que en mis años de juventud  cuando hacíamos ese mismo itinerario con algunos de mis amigos o con alguna novia juvenil. Aquella declaración de amor rechazada sin sentido fue exactamente aquí, en este banco. ¡Que dolor en el corazón! Hoy es solo un recuerdo agridulce, quien sabe que habrá sido de ella.-

     Luego de estar un rato allí sumido en aquella historia del pasado, retomé la caminata. Las frondas de añosos árboles de distintas especies me daban la frescura que necesitaba para soportar el calor al que ya no estaba acostumbrado, pero al vivir en la patagonia, extrañaba.-

     Después de andar unas cuadras me di cuenta que estaba muy cerca de la estación de trenes General Belgrano y automáticamente me vinieron a la memoria aquellos viajes en tren a Laguna Paiva. ¡Qué hermoso recuerdo! Las veces que habré ido con mis amigos o con mis primos de Santo Tomé.-

     No me importó la hora ni mis obligaciones laborales, decidí repetir aquella maravillosa aventura. Tan placenteras, tan esperadas durante la semana eran esas escapadas a Paiva que creo que si quedara amnésico el resto de mi vida, lo único que recordaría sería: “ El viaje en tren a Paiva”. –

     Mientras me acercaba a la estación, recordaba la primera vez que fuimos, tenía terror a perderme entre la gente o perder el tren que salía a las ocho porque sino hasta las doce no había otro y tendríamos que quedarnos cuatro horas a la deriva.-

     Aunque una vez nos pasó, incluso corrimos detrás del último vagón y por supuesto no lo alcanzamos. Pero nos pasamos la mañana viendo a las personas que iban y venían. También llegó un tren de carga que fue descargado en los galpones de los alrededores por una cuadrilla de trabajadores.-

     De pronto me encontré entrando al edificio de la estación. Al mirar a mi alrededor quedé sin aliento. ¡Qué desidia! ¡Que enorme frustración!

     Paredes derruidas, todos los vidrios rotos, oficinas abandonadas y llenas de mugre, basura por todos lados. Las cuadrillas de trabajadores fueron reemplazadas por cuadrillas de indigentes que, pobres, ellos no tienen la culpa de que alguien decidiera dejar a la gente sin trenes. Miré las vías y las seguí hasta el horizonte, tan lejanas, tan sin destino.-

     Mientras miraba y miraba a mi alrededor tratando de asimilar lo que veía ya que fue como si mis recuerdos hubieran muerto de repente, un pordiosero que se encontraba recostado en una pared me decía:

-         Amigo, entre al baño, dele, lo que busca está en el baño.-

-         Bueno, gracias, ahora voy –respondí con cierto temor.-

     Pero a pesar de mis temores y dudas, igualmente me dirigí hacia el interior del baño.-

     Las puertas estaban atravesadas con madera clavada  en ambas hojas pero desprendida de un lado por donde pude entrar. Todo estaba muy bien. Contrastaba con el resto del edificio. Probé la canilla y funcionaba correctamente me moje la cara y noté que el agua estaba fresca y fue un alivio.-

    Me sequé el rostro con el pañuelo y  salí pensando en regresar al hotel y continuar con mis obligaciones pero al salir...

    ¡El lugar estaba lleno de gente! ¡Todo estaba en perfecto estado! No podía creer lo que veía pero era real, incluso el pordiosero que me había hablado antes de entrar al baño estaba allí con un impecable uniforme de ferroviario y me dijo:

-Señor, su tren a Paiva saldrá en cinco minutos, es ese, el del andén numero dos - y me guiño el ojo.-

     En mi mano apareció un boleto que marcaba el número de asiento, el 33, y el del vagón, el 6, así que aún un poco confundido me dirigí hacia allí.-

     Me ubiqué del lado de la ventanilla, como siempre, y comencé a observar a los demás pasajeros que me ignoraban como cuando era chico, no sabía en verdad lo que estaba pasando, si era un sueño, si era una alucinación o que.-

     Mirando a mi alrededor dos de las personas me sonreían, morochos de dientes blancos y miradas chispeantes como en aquel entonces. Algunos llevaban gallinas, otros cajas con pollitos bebés para criar en sus gallineros.-

     Comencé a disfrutar el viaje como si fuera uno de aquellos años porque en realidad era tal cual uno de ellos. Al mirar por la ventanilla, campos llenos de vacas, quintas cultivadas con hortalizas, los postes que sostenían los cables que llevaban el fluido eléctrico y que cada tanto tenían, como agregado a su labor, un hermoso y bien terminado nido de hornero. Las cotorras surcaban el cielo con sus chillidos tan fuertes que se escuchaban aún con el ruido del tren.-

     El sol pegaba en mi cara y sentía el calor de la siesta y por la ventana entraba el aroma a playa que desde lo lejos me regalaba la  laguna. ¡Ah! ¡Que embriagante vivencia!.-

     Cerré los ojos disfrutando de todas estas sensaciones, y a pesar de lo duro del asiento de madera, me quedé dormido.-

     Al despertar, me encontraba tirado sobre un montón de hojas  en medio de un pequeño eucaliptal cercano a la estación del tren de la ciudad de Laguna Paiva. Me incorporé lo mejor que pude ya que un fuerte dolor de cabeza y un tenue mareo me aquejaron súbitamente. Una persona pasaba cerca de mí y me miraba percibiendo mi desorientación y entonces le pregunté:

-         Señor. ¿Sabe a que hora sale el próximo tren para Santa Fe?.-

-         Mire, don, hace ya muchos años que no hay tren, pero en unos diez minutos sale el colectivo –respondió el hombre señalando el lugar.-

-         Gracias disculpe –le respondí.-

     Subí al micro, me senté y comencé a pensar como había llegado hasta allí en realidad. También me pregunté: ¿Cómo es posible que ya no existan trenes? ¿Cómo no surgió ningún gobernante que los reflote?.-

     Con más preguntas que respuestas me alejé de la ciudad, en ómnibus, pero a pesar de todo, nadie, pero nadie, va a lograr nunca que me olvide de aquellos fabulosos viajes en tren a Paiva.-

    



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