El Rincón de las leyendas celtas

Los mitos de la creación

 

Érase una vez, en lejanos tiempos, que Náyade atraía la atención del Monarca. Sabía ingeníarselas de modo que el interés de éste nunca decayera. Imprimía a su cuerpo un atractivo irresistible, intensísimo, lo cual unido al hecho de que se inventaba las más originales y excitantes prácticas amorosas, permitía comprender que, nada más la viese, una sofocante fiebre sexual se apoderaba de él. Se salía entonces el pobre de sí, y ya era solo un cuerpo convulsivo y estremecido, traspasado de contínuo por eléctricos cimbronazos de goce. Como aquel día en que, tras un largo y placentero vuelo por todo el Iberolimpo, decidieron descansar sobre un inmenso campo de amapolas, tan abigarrado y luminoso que más bien parecía un tapiz de rubíes. Allí, extenuados por el calor y la fatiga, sedespojaron de todas sus ropas, abandonándose a la recíproca desnudez. No tardaron en sentirse atraídos ante la vista de sus carnes palpitantes. Se entregaron pues, poco a poco, tranquilamente a los besos y los escarceos. Náyade alargó la mano y tomó un puñado de amapolas con las que acarició todo el cuerpo del Monarca sin olvidar resquicio alguno, por lo que el sexo se le endureció y levantó como un altivo animal. Hacia él llevo la hermosa inmortal carmínea flor e inició unas suaves caricias. Pasaba con delectación las amapolas por cada una de sus partes: tan ponto se detenía en el bálano desnudo, cubriéndolo con sus bermellones y frescos pétalos, tan pronto surcaba la base cavernosa y pétrea, o bien cosquilleaba los turgentes y temblorosos testículos. Poco a poco el contacto se fue haciendo más intenso. El Monarca lentamente se sumergía en un estado de embriaguez y obnubilamiento. Las flores ya no transitaban imperceptiblemente por su cuerpo; lo recorrían alocadamente en un juego subyugante. En el ajetreo, los tiernos pétalos se fueron desprendiendo, impregnándolo todo con su tinta rojiza. El Monarca no pudo resistir por mucho tiempo aquel satánico contacto; en un abrir y cerrar de ojos, un intermitente hilo de blancuzcas gotas fueron esparciéndose al tiempo que se mezclaban con el yodo de los pétalos caídos. Y Hesperia fue hecha.

 

 

 

07:14 PM - 9/6/2007 - comentarios {1} - publicar comentario

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