26/08/2013 - Es cierto que en el teatro no conviene hacer arqueología ni emular viejas formas de expresión -si alguien escucha grabaciones de Margarita Xirgu o Lola Membrives notará que esas míticas actrices están lejos de los modos actuales-, pero lo esencial para los directores o adaptadores debe ser cuidar el alma del asunto.
El original de Lorca ubica su acción en una casa de algún "pueblo blanco" donde una madre autoritaria, sus cuatro hijas, una abuela y un par de sirvientas viven en un ámbito sofocante donde planea un sexo imaginado y el temor provinciano a las habladurías, en paralelo con la sumisión y la desobediencia.
La mayor de las chicas se compromete con Pepe el Romano, un nombre que el grupo pronuncia con deleite, otorgándole todas las características del macho desbocado, aunque esa situación no sea admitida por las hermanas, que disputan por Pepe como si fuese único en el mundo.
(A propósito, ningún hombre del pueblo ingresa a esa casa con sus disquisiciones machistas -según dice Bernarda, tan machista como ellos- y en ese mundo de vírgenes compulsivas Pepe no sobrepasa la reja, significativo lugar de seducción.)
La mayor apuesta de Muscari es colocar a la ex vedette y luego premiada actriz Norma Pons como protagonista -de hecho en el programa de mano es la única identificada como su personaje, "como Bernarda Alba"- pero imprime en ella un tono campero, estentóreo, que recuerda a ciertas inflexiones de Tita Merello.
Bernarda es naturalmente la columna vertebral de la pieza, no sólo porque es ella quien intenta hacer marcar el paso a su familia y servidoras, sino porque representa el imaginario de esa España ancestral donde priman la religión y la muerte.
No es ese el personaje que delinea Pons con la batuta de Muscari; la cosa está inclinada demasiado al exceso, al golpe de efecto, como es el tormentoso final que busca claramente el aplauso emocionado, con la novedad de que es la primera Bernarda Alba rubia.
La gran virtud del director es haberse rodeado de un heterogéneo elenco de figuras conocidas y lograr buenos desempeños de Martina Gusmán, Mimí Ardú, Lucrecia Blanco, Andrea Bonelli y Florencia Raggi y uno muy bueno de Valentina Bassi.
La que comprende en serio su papel de Abuela -un personaje a veces eliminado- es Adriana Aizemberg, toda energía y gracia, dueña de un oficio que salta a la vista y que le permite brillar en instantes como el del baile flamenco sobre un tema de Nyman compuesto para otra cosa.
También hay virtudes en el vestuario de Renata Schussheim, en las luces de Gonzalo Córdova y sobre todo en la escenografía de Jorge Ferrari, que con recursos inteligentes logra un ámbito casi carcelario con una especie de sarmientos adheridos a las paredes.
"La casa de Bernarda Alba" se ofrece en el teatro Regina-Tsu, Santa Fe 1235, miércoles y jueves a las 20.30, viernes a las 21, sábados a las 20 y a las 22 y domingos a las 20. TELAM