Luis Buero
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Con el sudor del acoso o la simple grosería?

Los nombres son ficticios, la realidad es la de casi todos los ámbitos.

Durante un recreo en la oficina, Eugenio, un supervisor, le pregunta en broma a una empleada de la firma: “¿sabés cómo hacen el amor los marcianos?”. La chica esperando inocentemente el final del chiste contesta que no. Entonces él ,sonriente, le apoya una mano en el hombro y culmina la chanza: “asi, ¿ves?,... ahora estamos curtiendo”.

Fabián, un abogado cuarentón, gordo y canoso, asesor fijo en la sección legales de una importante empresa de telefonía celular, cada vez que una asistente le entrega un expediente, le alcanza una lapicera o le consigue una comunicación, la mira fijo, baboso, lisonjero, y le lanza un “vos sos el amor de mi vida" en el mejor de los casos, o directamente, "¡qué lindas tetas tenés, mamita!" suele pedir que le practiquen sexo oral como forma de agresión, y a viva voz, a aquella chica que no esté de acuerdo con sus opiniones.. Las subordinadas, con una mueca incómoda le hacen ver su desubicación, pero tratan de no reaccionar con violencia, y de mantener el clima de trabajo dentro de cierta cordialidad para que no se vuelva insoportable, lo cual ocurriría si le dijeran lo que piensan cada vez que él las observa como Alien 4 a sus próximas víctimas de la nave espacial.

Gustavo y Jorge de la sección Sistemas, pasan todas las tardes riéndose junto a los técnicos del mismo equipo descubriendo páginas pornográficas en internet, que quieren compartir con las chicas de la empresa que pasan por el piso donde ellos trabaja, y aquella que no se divierte en sus chistes es marginada, hostigada, o molestada por el grupo de varones. Se vuelve conflictiva. No es “de la familia”.

Edgardo, jefe de cátedra universitario se encuentra accidentalmente con una discípula en el colectivo, ella le comenta que quisiera dar la materia que él enseña en un exámen como alumna libre, no regular, él le asegura que eso sería un suicidio, la joven entonces se dispone a leerle el programa de la materia y él la sorprende: “¿con unos ojos tan hermosos y necesitás lentes?”.

Carlos, a diez kilómetros de allí, tiene una fábrica de bolsas de polietileno, y a sus obreras siempre les dice que las espera bañadito, y si anda de ánimo les pellizca el trasero cada vez que gana Boca. Muchas veces las mujeres tienen que soportar ambientes hostiles de trabajo por reaccionar con enojo ante un "sinior" baboso como Ricardo, que a toda costa les quiere masajear la espalda para que se distiendan en la fábrica o en el call-center, o el capataz Adrián que le elogia el busto hasta a su propia sobrina, empleada de la panadería, no con ánimo precisamente de regalarle una escarapela. Julio trabaja en la sucursal Caseros de un banco cooperativo, cuando llama a la casa central de la entidad, siempre le pregunta a Sabina, empleada de menor rango, ¿cuándo salimos a tomar algo?; ella le contesta que tal vez algún día pero por ahora no, porque teme que al negarse rotundamente con un córtala estúpido le traiga problemas futuros en la empresa.

¿El mandato del mundo masculino laboral es: “deberás ganarte tu lugar en la vida con el sudor del acoso o la grosería gratuita? ¿todos los hombres están convencidos de que las mujeres disfrutan íntimamente con las barbaridades, lisonjeras o acosos que estos les lanzan en la cara porque no reaccionan mal, presuponiendo que sus barbaridades continuas las hace sentir deseadas?

Y no me estoy refiriendo al común “para conseguir el empleo, el papel en ese programa de tv., el ascenso en la gerencia, la aprobación de la materia o el retiro voluntario... tenés que acostarte conmigo” sino a situaciones mucho más comunes y cotidianas.

A menudo ellas escuchan chistes pecaminosos personalizados por el solo hecho pedir que les faciliten un herramienta de trabajo, y en algunos casos manoseos, arrinconamientos juguetones, invitaciones “en broma” llenas de adulonería sexual, y ellas lo aceptan como un mal necesario por tener que compartir el ámbito laboral con hombres. Son los famosos "piroposlancesgroseros" de cada día.

Ustedes dirán, “si hasta fueron violadas las monjitas destinadas a misiones en el Africa, y centenares de mujeres oficiales de la marina americana que combatieron en la Guerra del Golfo, al arribar a América acusaron a sus jefes de acoso sexual, ¿qué pólvora pretende descubrir este tipo?”

Ninguna pólvora, simplemente invitarnos a reflexionar a todos y especialmente a nuestros legisladores, ya que esta capacidad de simbolizar en palabras nos diferencia de los animales. Si, desde que nacemos, uno de las primeros indicios que nos diferencian de los animales radica en nuestra capacidad de simbolizar, codificar lo que sentimos y transformarlo en un lenguaje. Y ese lenguaje es complejo no solo por su diversidad de contenido y significado expreso, sino también por el latente.

Sigmund Freud, se interesó sumamente en el chiste y su relación con el inconsciente, dándole al doble sentido tanta importancia como a los sueños como camino directo hacia las zonas ocultas de la mente. En las proposiciones íntimas humorísticas y personalizadas hechas a través del “doble sentido” y repito, “en broma”, se presentan ciertos mecanismos básicos como la condensación de un alto contenido sexual y agresivo, con cierta transferencia de energía, valor o afecto en un desplazamiento aparente del objeto de deseo a través de una representación simbólica que lo disimula. El contenido latente del chiste obsceno que dispara una invitación erótica direccionada no es sino la búsqueda indirecta de la satisfacción de un deseo primario a través de un artificio humorístico del lenguaje soez, que sin embargo lo vuelve aceptable para la conciencia moral por la cobertura solapada del humor. Y aunque el lenguaje produce formaciones reveladoras de un deseo, cualquier elaboración secundaria o interpretación concreta del chiste obsceno que les fue dedicado es rechazada automáticamente por las mujeres, que desarrollando una censura maniquea se niegan a aceptar que ese amigo o primo o compañero de labor, refleje en el chiste o en la insinuación risueña, deseos inaceptables e inconfesables que no le interesa ocultar permanentemente.

El humor de ese compañero de trabajo o estudios o jefe o cliente o esposo de la empleadora, tiene la particularidad de que se refiere a él mismo, pero para entenderlo debemos darnos cuenta que este “él” está “dividido”. Su fantasía ya deja de ser inconsciente y se revela en el chiste personalizado: “ cuando te mudes llámame asi estrenamos la camita”.

Pero no es una invitación concreta a salir. En última instancia su ella “pica” aleluya, y si se queja formalmente, fue nada más que un chiste, y la víctima pasa por aburrida o paranoica, una especie de agitadora laboral.

Ferdinand de Saussure también se refirió a “las palabras bajo las palabras”, dándole incluso a los elementos sonoros de una composición la capacidad de transmitir un mensaje subyacente más allá del texto tal como lo percibimos.

¿Cómo revertir esto en una sociedad reprimida, con una alicaída pulsión de vida e inhibida sexualmente más allá de su discurso libidinoso, provocativo y agresivo?

El problema se agrava cuando este espacio enrarecido es el del trabajo, un lugar vital hoy para quienes tiene la suerte de conservarlo.

Los especialistas en el tema, generalmente abogadas, relacionan jurídicamente el acoso en los trabajos con la “mala fe”, porque en la ley de contrato de trabajo se estipula que el acuerdo entre las partes debe ser presidido por la buena fe laboral. Si un hombre contrata a una mujer para que pase datos a una computadora, él no adquiere el derecho por ese vínculo a someterla a mal trato verbal o físico y en la medida en que el acoso sexual no es aún una figura legal, solo le queda la opción a ella de demandarlo por daños y perjuicios, más allá de exigirle una indemnización, por mala fe del empleador al constituir el contrato laboral.

Pero en un país con un cuarto de la población desocupada, y otro tanto sub-ocupada, ¿quién va a quejarse?. Quienes se interesan en lograr que se le de una figura penal y civil al acoso sexual en las empresas, afirman que según estadísticas que cuentan en su poder, una de cada tres mujeres sufren acoso sexual concreto en su lugar de trabajo, y dos de cada tres acosadas tiene menos de 30 años. También afirman que el acoso sexual no se presenta, como en las películas, de la manera: “si no pasás por mi cama te echo”, sino que se maneja de una forma más sutil, subrepticia o solapada. Pero también incluyen como actitudes cercanas a esa figura, la de esos compañeros de trabajo que escatiman información laboral perjudicando a la compañera que no accede a su requerimiento sexual, o mandan mails pornográficos o calumnian a la mujer si no se satisfacen sus deseos. El abanico de situaciones alcanza a veces al acoso efectuado por un importante cliente (o sea, alguien externo de la empresa pero cuya queja puede dejar sin su puesto a la acosada) o la persecución sexual de un conyuge o pariente directo del empleador que no es parte de la empresa pero cuya acción también lesiona la libertad laboral de la contratada.

En fin, el tema es amplio y a los hombres no les interesa tratarlo. Hay mucho tedio existencial y asi como los mecánicos cuelgan afiches con chicas semidesnudas sosteniendo el rulemán, ellos necesitan poner en juego sus fantasías en vivo y en directo, sin interrupciones. El drama es que los onanistas que abundan en las organizaciones no comprenden que a veces una mujer puede dejar pasar un chiste zarpado para no generar un incidente que le cueste el sueldo, no porque le haya gustado, y así es como ellos avanzan constantemente aprovechándose del temor ajeno a quedar desocupado o convertirse en alguien conflictivo para sus superiores.

Entiendo que el trabajo es un derecho humano fundamental, que responde a un principio de vida, a un instinto de conservación natural, y al menos dentro de ese ámbito deben respetarse al máximo las cuestiones privadas de las personas. Porque Dios le dijo al Hombre que debía trabajar para ganarse el pan con el sudor de su frente, pero en ningún renglón la Biblia aclara que la mujer tendrá que obtenerlo soportando el acoso o al menos los chistes sugerentes de sus supervisores y colegas de labor. Muchos hombres se reirán de mi al leer esta nota, pues ellos consideran que las estupideces que les dicen a sus compañeras no son acoso sexual, y que en el fondo ellas lo disfrutan porque son unas histéricas. A esos hombres les recuerdo que sus esposas y novias también están ahora, en este mismo momento, recibiendo de un fulano, en su puesto de trabajo un piropo denso que contiene seguramente alguna palabra que a ustedes les daría vergüenza decírsela incluso en el momento de mayor intimidad conyugal. Pero no se gasten en preguntarle si es cierto esto, ella les va a decir que no, para que no se amarguen inutilmente.

Sin embargo, ¿cómo pedirles a ellas que defiendan su lugar y su integridad si hoy hay bares y restaurantes donde las contratan para que circulen como mozas con ropa ajustada o escueta y den besos de bienvenida a los clientes recurrentes? Cuesta mucho entonces sugerir a las mujeres (mientras el Parlamento mira para otro lado, ya que los políticos varones son los primeros “galanes” del país) que intenten volver al sano cachetazo de campo, si es que aún les importa cierta consideración en el trato y son capaces de darse cuenta que en la lisonja obscena o en el piropo dicho desde una posición de poder, no hay valorización alguna, para frenar la locuacidad de un confianzudo y re-significar la palabra respeto, si, respeto, tienen derecho a exigirlo. Una linda palabra: respeto. No se rían, alguna vez existió.

Por Luis Buero para Pergaminovirtual.com

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