Por Dr.   Juan José Álvarez 
   
Mucho se habla, y desde hace bastante tiempo sobre diversas   recetas para recuperar los ni-veles de seguridad que la Argentina   tuvo hasta hace algo más de una década.
Desde comienzos de mi gestión vengo sosteniendo el peligro de   recurrir a soluciones fáciles, inmediatas, como si obrasen como   expedientes idóneos para dar cuenta de esta importante demanda de   la población.
No hay, no existe en seguridad, soluciones que se obtengan de un   día para el otro, dado que los problemas y factores que   produjeron este aumento en la amenaza a nuestra seguridad sur-gen   de un proceso de larga data.
Para volver al nivel de seguridad del que gozábamos hace algún   tiempo, debemos revertir di-cho proceso de deterioro, echando   mano no sólo a la fuerza pública con la que cuenta el Go-bierno   para hacer cumplir la ley, sino también, a aquellas acciones que   eviten que más y más gente ingrese a la actividad criminal, por   un lado, y disuada a los delincuentes, por otro. Es de-cir, cada   vez es más importante actuar antes que el delito ocurra.
En esta inteligencia vinimos trabajando desde comienzos de año,   en orden a construir con las distintas fuerzas políticas y   actores involucrados en la problemática, consensos básicos que   permitan dictar políticas de Estado en la materia. En este marco   surge la propuesta de actuali-zar la política de control de armas   del Estado nacional.
La mentada propuesta de política pública involucra los distintos   aspectos que conforman la problemática del control, regulación y   fiscalización del mercado de armas de fuego en la Argen-tina. Si   bien la atención pública se ha centrado en la elevación de la   pena para aquellos que porten ilegalmente armas de uso civil, el   trabajo realizado con la Comisión de Seguridad Interior de la   Cámara de Diputados, y su par en el Senado de la Nación, no se   agota en este punto.
En primer lugar, la modificación del artículo 189 bis del Código   Penal se orienta a complemen-tar la actividad policial preventiva   realizada a través de los operativos de seguridad en la Capi-tal   Federal y sus accesos. Dichos operativos buscan obstaculizar la   comisión de los delitos, lo que significa incrementar el riesgo   de los delincuentes. Con la equiparación de la portación de armas   ilegales de uso civil a las de guerra –tal es la distinción que   existe hoy en la legislación- estamos, a su vez, incrementando el   costo del delincuente que salga a la calle con un arma. De tal   forma aumentamos la capacidad de disuasión del Estado, con lo   cual estamos interviniendo antes que el delincuente use el arma,   y no después cuando las consecuencias pueden ser irre-parables. A   la par, estamos incorporando figuras penales hoy inexistentes   referidas a la fabri-cación, tráfico y comercialización ilegal de   armas, tema que en muchos agendas internaciona-les figura como   una de las nuevas amenazas.
Asimismo, otro de los puntos de los proyectos que integran esta   propuesta tiene que ver con el incremento en la capacidad de   fiscalización y control del mercado legal de armas, dado que los   “filtros” o fallas que aquí se tengan alimentan el mercado   ilegal, una de las principales fuentes de la violencia criminal.   Junto con ello se encuentra la necesidad de mejorar los   estándares de seguridad de los depósitos de armas confiscadas,   pues según información suministrado por las fuerzas de seguridad,   dichos estándares son sumamente asimétricos en todo el país.
En resumen, el trabajo conjunto con las comisiones legislativas   de ambas cámaras es el punto de partida para una serie de líneas   de trabajo que den como resultado la construcción de una
política de Estado en materia de seguridad. Como dije   oportunamente, no existen soluciones mágicas ni eslóganes   publicitarios que por el solo hecho de recitarlos transformen la   realidad. Sólo existe trabajo, decisión y conducción. Este último   es nuestro camino.