24/6/2007 -
Era un día en que me sentía terriblemente mal. Veía que llegaba la noche y no se me pasaba. Y pensaba: uh, viene la noche y no se me pasa, fuí. Porque la noche pasa rápido, es verdad, pero si estás enfermo o te sentís mal no termina nunca. Pensás: nada más que llegue el día y me salvo. Nada más que llegue el día. Y sí, generalmente el laburo, la facu, no te da tiempo para el bajón. Pero ahora, de noche, tenía que zafar. Me tomé un taxi, viajar me hace bien. En colectivo, en taxi, es lo mismo, mientras esté en movimiento y no sobre mis pies, la cosa funciona, puedo vivir. La cuestión es que de alguna manera, no sé cómo, aterricé en la Costanera. Quedé parado sólo frente al río. Eso no me gustaba nada. Sólo, frente al río y sintiéndome para el carajo. Rajemos, me dije. Porque cuando me siento demasiado mal, me hablo a mí mismo. Me digo, rajemos hermano. Me trato bien. Me hablo. La cuestión es que no sabía para donde agarrar. De pronto, música. Música a todo lo que da. De dónde viene? Qué es? El flautista de Hamelin? Caminando por la izquierda, luces y de ahí venía el ruido. Era una discoteca, es una discteca, se llama Pachá. Yo parecía un beduino que está en un desierto extranjero y se encamina hacia un lugar que no sabe si es un oasis o qué. Llego a la puerta y que veo: todos chinos. Bah, chinos; chinos, japoneses, coreanos. Era una fiesta oriental! Ahí sí que no te podés colar, hermano. Garpé la entrada. Por qué? Y qué sé yo, qué otra cosa podía hacer. Cuando te sentís para el carajo hay que moverse, hay que despistar el sufrimiento. Entré, y me sentí más solo que un poste. Uh, qué mal me sentía. Todos bailando, y yo sin saber qué hacer. Estaba en una especie de macrocosmo compuesto por miles de millones de fragmentos. Infinitas imágenes dispersas en el espacio, sin transparencias ni superposición. Entonces, arriba de algo que parecía un tanque de algo, veo una chica delgada, china, bailando. Pelo castaño, un color de piel que no se puede describir, unos movimientos como de junco, bailando sola, bajo un chorro de luz. Tenía una remera blanca, ajustada, con una inscripción en francés. Al principio no me di cuenta, solamente después, cuando me acerqué. Me la quedé mirando. Seguía bailando sola. Si ésta puede bailar sola, arriba de un tanque, pensé, yo la puedo mirar hasta que termine de bailar. Me tranquilizó. Te lo juro que empecé a sentirme mejor. Había algo en esos movimientos que era raro, distinto, no sé. Distinto en el buen sentido, digo. No te pasa que a veces salís a la calle y ves una mina y pensás: "bueno, se puede vivir"?
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