SIDRYVE

IDA Y VUELTA DEL POPULISMO

{ 06:13 PM, 11/10/2009 } { Publicado en análisis político } { 0 comentarios } { Link }

POR SIBYLLA

El populismo es un bazar de sensibilidades que se unen en función de un líder, que basa la fuerza de su propuesta en su propio carisma, y su carácter profético, capaz de ser el único sustento de sus propuestas, que no son otras que aquellas que el pueblo desea escuchar.

Este fenómeno no es en absoluto nuevo. Ya entre los años treinta y sesenta del siglo pasado se instituyeron regímenes populistas – como los de Vargas en Brasil y Perón en Argentina- caracterizados, entre otros aspectos, por expandir el papel del Estado, emprender políticas redistributivas, fomentar la industrialización, y ampliar la inclusión social y política. Todo ello sobre la base de un discurso legitimador que apelaba de forma constante al pueblo. El populismo de nuestros días ha aflorado en un contexto muy diferente. Los líderes populistas que han accedido recientemente al poder (por ejemplo, Chávez, Evo Morales, Uribe, Kichner o Correa) lo han hecho después de ganar en elecciones competitivas y sobre la base de algún partido o movimiento político.

En Europa tenemos a la política-espectáculo de Berlusconi, su talante populista y mujeriego, su estilo machista, lleno de contradicciones y de grandes meteduras de pata, maleducado hasta el punto de dormitar en presencia del Rey de España, caprichoso y dominante, no logran evitar que regrese triunfal en cuanto la vida política logra echarle de su púlpito.

El populismo es una combinación de ofertas desproporcionadas, por parte de los políticos y gobiernos, de incrementos del gasto público, nacionalizaciones de empresas privadas, proteccionismo, lucha contra el imperialismo, indigenismo, política de sustitución de importaciones, impago de una parte de la deuda externa y control gubernamental de los recursos naturales del país y su explotación. Puede haber propiedad pública de esos recursos estratégicos (Chile el cobre y Brasil el petróleo) y no haber populismo por estar sujeta dicha propiedad al imperio de la ley y existir además un régimen político con pluralismo de partidos. En cambio los gobiernos populistas suelen romper las reglas establecidas e imponen una constitución a la medida de sus deseos. Ocurrió hace tiempo con el populismo de Perón y el de Paz Estensoro y ahora con el populismo de Chávez y Evo Morales.

 

 

El populista se siente el único heredero y detentador de la verdad, por tanto cualquier atisbo de crítica es ferozmente reprimido y clausurado, el populista siempre le indicará al pueblo, cuál es el único medio idóneo para informarse, ya que todo aquel que esboce una crítica a su gestión, es tildado en cosa de segundos de contrarrevolucionario, un fascista, o un servidor del imperio. El populista abomina la libertad de prensa, la creencia que su poder popular, es la consecuencia de un destino que lo buscó, le impide soportar cualquier tipo de piedra en su camino a la gloria o beatificación pública, el populista ama tanto su figura como su mentado proyecto, no hay proyecto sin el líder. Prescindiendo de toda temporalidad, el populista no es capaz de aceptar que exista otra persona capaz de encarnar sus ideas, siente que la revolución comienza y termina en su persona.

El populismo en su versión más cruda suele aparecer en el discurso fácil que hacen algunos políticos en época de campaña electoral. Ejemplo de políticos populistas en el siglo XXI son Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador, Daniel Ortega en Nicaragua, López Obrador perdedor de la presidencia de México y Ollanta Humala perdedor de la presidencia de Perú. Los gobiernos de Brasil, Chile, Uruguay y Perú trabajan desde la izquierda sin populismos y se aproximan a las exigencias propias del reformismo democrático. Los populismos suelen generar procesos de incorporación social, como sucedió durante el primer peronismo. El populismo antepone las reivindicaciones nacionalistas frente a presuntos enemigos externos, según se desprende, por ejemplo, del militante discurso de Chávez. El populismo se acompaña de la nacionalización de empresas privadas.

 

Este multifacético fenómeno que es el populismo no tendría mucho futuro si el líder populista no dispusiese de recursos económicos. De no contar con ese instrumento decisivo, el populismo agoniza prisionero del desequilibrio entre gastos e ingresos públicos y de la inflación. No se entiende a Chávez sin el petróleo, a Kirchner sin la fuerte entrada de divisas y a Morales sin el gas.

Ningún régimen populista ha logrado (o ha querido seriamente) acabar a fondo con la pobreza, estimular una educación abierta ni desmontar el fanatismo. Sus programas no apuntan a un desarrollo sostenido y firme. No le interesan los derechos individuales ni la majestad de las instituciones republicanas. Por el contrario, exageran el asistencialismo mendicante, imponen doctrinas tendenciosas y exaltan diversos tipos de animosidad para conseguir la adhesión de multitudes carenciadas, explotadas, resentidas o enturbiadas por la confusión.

 

 

El mexicano Enrique Krauze ha descrito con filoso escalpelo los rasgos sobresalientes del modelo populista, a los que añadiremos otros igualmente notables. Asegura Krauze que nunca falta el personalismo, porque el partido o el movimiento se construyen en torno de una figura providencial. Los casos de Getulio Vargas, Perón, Nasser, Chávez, Menem o Kirchner son botones de una innumerable muestra. El líder es un demagogo, porque se acomoda, miente, halaga y desacredita según convenga al crecimiento de su poder. Mencken definió al demagogo como "alguien que dice cosas falsas a gente que considera idiotas". Seduce con actitudes que embelesan, como besar niños, mezclarse con la multitud, abrazar pobres y desconocidos, prometer maravillas. Al mismo tiempo, es duro con aquellos a quienes esa masa manifiesta antipatía, al extremo de prender muchas hogueras de odio. No hay régimen populista que tolere la absoluta libertad de prensa.

 

 

El presupuesto nacional siempre es manipulado con arbitrariedad. Los controles son silenciados o ninguneados. El modelo populista identifica fondos del Estado con fondos del gobierno o -peor aún- fondos de quien tiene el mango del poder. Los usa a discreción para someter opositores, cooptar voluntades y hacerse propaganda. Los venezolanos llaman "regaladera" a los millones de petrodólares que Chávez distribuye arbitrariamente para avanzar en su proyecto narcisista-leninista (Oppenheimer dixit) y convertirse en el monarca del continente. Sólo falta jibarizar la auditoría para que no reste una sola atadura. El populista es un modelo que se ríe de las ingenuas y frágiles limitaciones de la transparencia republicana.

Tampoco faltan las alianzas con la "burguesía nacional" o los "empresarios patrióticos", es decir, aquellos que prefieren sobornar funcionarios para obtener privilegios que producir en forma realmente competitiva.

También pertenece a este modelo su desdén hacia el orden legal. Igual que en las monarquías absolutistas -y como asimismo nos enseñaron los caudillos "dueños de vidas y haciendas"-, la ley es apenas un traje que se ajusta a gusto y medida.

A todas esas características no les falta el cultivo de la utopía. Es decir, la promesa de que se avanza hacia un futuro espléndido. Es un espejismo que se machaca con tenacidad, lo mismo que echarles la culpa a otros y al pasado para encubrir la ineficiencia de la gestión actual y tapar los síntomas del deterioro. La hipnosis de repetir que se han logrado resultados brillantes con este modelo populista, y que serán aún mejores, no deja de aturdir y convencer.



EL MUNDO DE NOAM CHOMSKY

{ 05:55 PM, 11/10/2009 } { Publicado en reseña } { 0 comentarios } { Link }

POR SIBYLLA

El famoso pensador de la izquierda, Noam Chomsky,[i] defensor de neonazis y de etarras, se sirve de planificaciones fiscales para pagar menos impuestos por los millones que atesora, aún siendo escandaloso, es ocultado deliberadamente por los medios de comunicación. Chomsky está a favor del impuesto al patrimonio y la redistribución masiva de los ingresos, siempre y cuando no sea la redistribución de sus ingresos. No hay razón alguna para dejar que políticos radicales se entrometan en una sensata planificación del patrimonio.


 

Preguntado Chomsky sobre este fondo empezó a sonar de lo más burgués: 'No voy a disculparme por apartar dinero para mis hijos y nietos'. Chomsky no ofreció ninguna explicación de por qué condena a otros igualmente orgullosos de su disposición hacia sus propios hijos y que tratan de proteger sus activos del Tío Sam. Sin embargo, dijo que sus protecciones frente a los impuestos están bien porque él y su familia están 'intentando ayudar a la gente que sufre'."

 

 

Además, ofrece conferencias por un valor de US$ 12.000 la pieza. Si alguien quiere escuchar la voz de Chomsky, tiene que pagar 79 céntesimos. Naturalmente pueden adquirir los CD de sus conferencias por el valor de 12,99 dólares.


 

Él critica los derechos de la propiedad privada. No obstante, en su web dice lo siguiente: "El material de este sitio está sujeto a derechos de autor propiedad de Noam Chomsky y/o Noam Chomsky y sus colaboradores. Ningún material de este sitio puede ser reimpreso o republicado en otros sitios web sin permiso escrito".

 

La teología que predica Chomsky es maniquea, con Estados Unidos como el Mal. Para Chomsky ningún mal puede exceder el de Estados Unidos. Y Estados Unidos también es la causa del mal en los demás.

 

En realidad Chomsky se ha hecho rico y famoso al abandonar el campo de estudios universitarios serios del que surgió . Primero lo abandonó para cultivar el siempre atractivo y justificable mundo de los medios de comunicación. Cientos de semiólogos desocupados lo habían intentado ya antes que él y otros muchos lo han intentado después. Es bastante confortable dedicarse a denunciar las manipulaciones mediáticas pues, a diferencia de lo que les ocurre a los buscadores de frutas, los especialistas del ramo son afortunados ya que las primeras no son difíciles de encontrar.

 

 

 

Pero Chomsky no se quedó en este fácil trabajo y avanzó algo más. Sus rigurosos estudios sobre la manipulación mediática le sirvieron para intuir que había un campo mucho más amplio a su alcance: la denuncia de las políticas de los Estados, metiendo de vez en cuando a los medios de comunicación por en medio para justificar su procedencia.


 

A eso se dedica Chomsky desde hace años, denunciando públicamente los nefastos comportamientos de Gobiernos y gobernantes de los Estados Unidos (con las excepciones de aquellos que son amigos de Noam), a los medios de comunicación que les ayudan en sus desmanes y a las grandes corporaciones que les amparan e incitan. Chomsky vive con todas las comodidades del modo de vida occidental y forma parte del stablishment gracias a un trabajo que consiste en criticar furibundamente de forma constante a uno y a otro. Pero todos están contentos. Noam, porque ha triunfado en la vida. Y los "poderosos", porque actividades como las de este señor, tan populares como inocuas (Noam nunca morderá en serio a la mano que le da de comer), proporcionan una perfecta coartada.

 

Ciertamente, Chomsky es rico precisamente porque ha sido un capitalista enormemente exitoso. A pesar de la retórica contraria a los beneficios, al igual que cualquier capitalista corporativo se ha convertido a sí mismo en una marca comercial. Tal y como John Lloyd aseguró, escribiendo críticamente en la publicación de izquierdas New Statesman, Chomsky está entre aquellos "abiertos a convertirse en un bien de consumo; esto es, convertirse simplemente en uno de los múltiples productos del mercado capitalista de los medios, en una manera que los periodistas y escritores mal pagados y con exceso de trabajo empleados en partidos revolucionarios raramente consiguen".

 

Poner su nombre en un libro no debe confundirse con escribir un libro, porque sus más recientes volúmenes son, principalmente, transcripciones de conferencias o entrevistas que ha realizado a lo largo de los años, puestas entre cubiertas y vendidas al público. Se le podría llamar "marketing multinivel para radicales". Chomsky lo ha admitido así: "Si se observa las cosas que he escrito –artículos para Z Magazine, o libros para South End Press, o lo que sea–, se basan principalmente en charlas y encuentros, y ese tipo de cosas. Pero soy una especie de parásito. Quiero decir que estoy viviendo del activismo de otros. Y soy feliz por hacerlo".

 

Chomsky se hizo famoso en la era postestalinista de la izquierda radical, en un momento es que el foco principal de las ambiciones izquierdistas ya no era la Unión Soviética, cuyas atrocidades se habían convertido en imposibles de ignorar y que por tanto se iba haciendo más y más difícil apoyar explícitamente –al menos en la sociedades democráticas– sin aparecer cada vez más como un chalado, sino en su lugar las naciones emergentes del Tercer Mundo, que generalmente evolucionaban en dirección al bloque comunista y mostraban cada vez más tendencias autoritarias colectivistas y antiamericanas. Como se ha dicho a veces: el Tercer Mundo estaba convirtiéndose en el nuevo proletariado. En efecto, la izquierda radical finalmente abandonó la posibilidad de una revolución de la clase obrera en casa y, en su lugar, depositó su fe en la venidera revolución global que estaban seguros era inevitable (si podía frustrarse la alianza EUU-nazis). Todos los sueños utópicos y desenfrenados –y, por supuesto, las ilusiones– que una vez se dedicaron a la posibilidad de una revolución doméstica se transfirieron entonces a la aún más embriagadora posibilidad de una revolución global. En muchos aspectos, las ambiciones de esta nueva era fueron aún más grandiosas y fantásticas que las de sus predecesoras, puesto que no sólo realizaban su propósito la redención mesiánica de una sola nación o clase, sino casi literalmente el mundo entero.


 

¿Qué puede uno decir acerca de un académico de ochenta años de edad que no puede admitir que el pueblo de su país rechaza sus valores e ideas y, aún peor, si siquiera considera que deba escucharlas?

 

Y ahora podemos ver que, a pesar de las ardorosas declaraciones de populismo y amor a la democracia que podamos escuchar del buen profesor, él es, en primer y último lugar, un profesor, que viene a enseñarnos, o al menos al desgraciado ochenta por ciento que se encuentra en la oscuridad, cegado por los tabloides, las comedias; nosotros, el rebaño desconcertado, para el que Chomsky es el padre benévolo, que viene a educar, a iluminar y finalmente a liberar. Es realmente una fantasía de la Caverna propia de Chomsky, en la que somos los prisioneros encadenados de Platón, hipnotizados por la danza de las sombras, y él es el bendecido que ha visto el sol, pero elige no quedarse extasiado por sus rayos, sino, lleno de pura generosidad de espíritu, retorna para liberarnos de nuestros grilletes y llevarnos, impuros, sumisos y desconcertados como somos, hacia la luz.


 

Esta ensoñación es muchas cosas: es egomanía a una escala épica, es grotescamente insultante para la inteligencia de una persona normal, es elitista hasta llegar a la payasada, pero también es más que eso. Es, ante todo, una declaración sin ambages del hecho de que Noam Chomsky ha fracasado, resueltamente y, quizá, con premeditada maldad, en aprender la más existencial de las lecciones del siglo veinte: la siniestra amenaza y el terrible coste de la tiranía de la virtud. Porque aquí vemos de nuevos puestos en pie todos los viejos imperativos: la gente está manipulada, es decadente e ignorante, las fuerzas del mal controlan todas las maquinaciones de la sociedad, los auténticos cimientos de nuestro mundo están al servicio de fuerzas satánicas invisibles, nosotros debemos enseñarles, nosotros debemos liberarles, nosotros debemos gobernar –yo debo gobernar. Es la misma arenga de cientos de prototiranos, de los marxistas a los radicales islamistas: la sociedad libre es una ilusión, no existe; libertad es esclavitud, guerra es paz; sólo hay una vía a la liberación, es la mía; sólo hay una vía para salir de esta corrupción, es la vía de la virtud, es absoluta, es la mía. La idea de elegir, de que la gente, quizás incluso la mayor parte de la gente, elija libremente no seguir los dictados de estos infantiles profetas es algo imposible para el hombre que cree que ha descubierto la clave de la liberación de la humanidad; esta imposibilidad lleva a la conclusión de que la elección también es imposible, o mejor, que sólo es posible para los elegidos, que eligen descender a los impuros para llevarlos al mundo feliz. Es en esta lógica, en la confrontación entre la sociedad libre y la tiranía de la virtud, donde Chomsky se encuentra implacable, resuelta e imperdonablemente del lado de los tiranos, los asesinos, los ejecutores y los sepultureros.

 

Noam Chomsky : gracias al sistema capitalista de la nación más poderosa del mundo, ha podido dedicar su vida a los libros, los viajes y placeres concomitantes, en el análisis del acontecer del mundo y el respaldo a la izquierda internacional en sus denuncias sobre las injusticias en las que incurren los países desarrollados, comenzando por el suyo, desde luego.

Chomsky es conocido por su diatriba contra la globalización, lo cual es intrascendente si se compara con el favorecimiento, más o menos solapado, de las acciones que desarrollan organizaciones terroristas como las Farc., ETA y en su momento los “jemeres” rojos.

Chomsky se manifiesta defensor de la izquierda, el socialismo, el comunismo, el castrismo, el chavismo y todos los “ismos”, mientras disfruta de las ventajas de la vida muelle en el “Imperio”.

Chomsky dice considerarse anarquista. Sin embargo, su supuesta ideología no tiene realmente importancia ni para él ni para sus seguidores, de ahí que el hecho de que haya invertido su considerable fortuna capitalista de dos millones de dólares en fondos de inversión a nombre de sus hijos, para evitar los impuestos a la muerte, que oficialmente deplora, no haya provocado hecatombe alguna entre sus fanáticos. No, el lingüista debe su popularidad a sus análisis de política internacional, que dan un barniz aparentemente académico a la religión preferida entre la izquierda ultra: el antiamericanismo.


 

Una de las principales joyas en la historia intelectual de Chomsky es su negación del genocidio camboyano. En 1977 justificó esa postura, entre otras muchas razones, en que "publicaciones como el Far Eastern Economic Review, el Economist de Londres, el Melbourne Journal of Politics y otras han publicado análisis realizados por especialistas cualificados que han estudiado todas las evidencias disponibles y concluido que las ejecuciones llegaron como mucho a los miles y estuvieron limitadas a zonas con escaso control por parte de los jemeres rojos". Sin embargo, lo que el Economist publicó fue un artículo favorable a la estimación de cientos de miles de ejecuciones llevada a cabo por el jesuita francés François Ponchaud. Es en una carta al director de un funcionario de una agencia de la ONU, escrita como respuesta a ese artículo, donde se encuentra la estimación que cita Chomsky. La carta dice, literalmente, "siento que esas ejecuciones podrían ser cifradas en los cientos o en los miles más que en los cientos de miles". Sin duda, todo un "análisis" realizado por un "especialista cualificado" que ha estudiado "todas las evidencias disponibles". Por su parte, en el Far Eastern Economic Review lo máximo que se llegó a decir es que sólo podía certificarse la ejecución de miles de personas, no que no hubiera más. La práctica totalidad de las citas en ese artículo exculpatorio de los jemeres rojos está manipulada de forma similar.

Noam Chomsky procura no decir muchas de las cosas que dice. Uno lo lee, saca su conclusión de lo que significa, va a proceder a criticarlo y, al releerlo atentamente, se da uno cuenta de que en realidad no ha dicho tajantemente lo que da a entender. Por ejemplo, Chomsky no duda de que Ben Laden haya llevado a cabo los atentados del 11-S, simplemente afirma que, "quienes conocen bien las condiciones, tienen también sus reservas en cuanto a la capacidad de Ben Laden para planear una operación tan sofisticada desde una cueva". Son otros, quién sabe quiénes, los que dudan.



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