La distancia que hay hasta la traición solo tiene la altura de un banquito.
Al descolgar un cuadro descuelga su dignidad.
Disfrazado de general queda desnudo ante quienes fueron su camaradas, humillado ante los enemigos de la Patria.
Y solo queda el nombre, sin títulos ni honores, lo peor: sin hombría.
Muchos continuarán con su pésimo ejemplo.
Y no hará falta subirse a un banquito ni descolgar cuadros.
Sólo bastará mirar para otro lado, abandonar al camarada en manos del enemigo.
Creerse libre y estar prisionero de la propia conciencia.
La prudencia llevada al extremo se parece mucho a la cobardía.
Allí en la cárcel injusta donde están nuestros soldados el olvido se alimenta de esa traición y de esa cobardía.
Pero crece en la memoria del que no olvida y recuerda y lucha con lo poco que tiene entre sus manos y lo mucho que hay en su ser: hombría de bien.
El uniforme representa su forma vida, servir a la Patria, morir por la bandera celeste y blanca.
No hay dos ejércitos como dicen los terroristas en el gobierno, hay uno que nació con la Nación, que creció en la gesta libertadora, que en los montes tucumanos y en los pueblos argentinos derrotó al terrorismo, que en Malvinas grabó a fuego su nombre, que en La Tablada dejó su sangre inmortal.
Miserables los que entregan a sus camaradas porque entregan el Ejército Argentino.
Cobardes que creen que serán olvidadas sus acciones viles.
El pedido es simple: no te subas vos también al banquito.
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