Publicada por: Andreu Pujol Moya | Ripollet y España | 31 de Octubre de 2016 | 9:41 AM
Cuídala, tiempo.
Hay momentos en la vida que son espléndidos. Son efímeros, cortos, fugaces y agridulces por su propia naturaleza. Con los años me he dado cuenta, de la peor de las maneras, que la vida es cíclica y que vale la pena exprimir al máximo los turnos buenos. Escribo esto. No. Escupo esto porque en los últimos días he sufrido algunos de los momentos más duros desde que llegué a este mundo. Creía tenerlo todo; un trabajo estable, estudios, familia, amigos y una pareja increíbles. Creía tenerlo. Por la gracia de algún poder superior a mí, hace un año y medio encontré a alguien que supo apagar todos mis dolores y que, con tan solo un guiño azul de sus ojos, me hacía olvidar cualquier error o pena pasados. Siempre nos definíamos de la misma manera: “Hay tanto fuego entre nosotros que podríamos quemar cualquier cosa”. Y es que así era. Éramos totalmente inseparables. La pasión nos hacía quemar la piel y mi labio inferior aprendió a sufrir besos eternos llenos de mordiscos apasionados. Pasaron lo que a mí me parecieron segundos desde el momento en que la conocí hasta el momento en que me enamoré de ella. ¿Alguna vez habéis sentido que alguien está dispuesto a dar la vida por vosotros? Multiplicadlo por mil. Ésa era ella. Sé que todos nos creemos especiales en nuestro egoísmo. Pero esa mujer era única. Un huracán de emociones que hacía brillar las luces de cualquier lugar en el que entrara. Pasamos más de un año bebiendo de esa pasión. Dejando que nuestra inmadurez y amor nos guiaran. Nuestros impulsos nos empujaban a cualquier cosa. Nos lo decíamos todo y nos cuidábamos tanto que la gente a nuestro alrededor se asustaba de nuestra unión. Pero, volviendo al principio, todo es efímero en nuestro paso por el mundo. Esa chispa que nos hacía despertarnos el uno al otro a las tres de la mañana para besarnos se apagaba. Ese amor tan furioso que nos empujaba a abrazarnos durante horas se empezaba a esconder. Esa pasión tan brutal que nos hacía pelearnos con el mundo dándonos la mano comenzaba a tocar a su fin. Había momentos. Minutos en los que esa furia volvía. Besos que quitaban el aire. Abrazos interminables. Horas en la cama uno encima del otro sintiendo cada centímetro de piel en contacto. Pero eran solo eso: momentos. Con el paso de los días nos dimos cuenta de que ya no funcionábamos como antes. No discutíamos jamás y nos seguíamos llevando tan bien como siempre. Pero habíamos dejado de ser uno para volver a ser dos. Y eso quemó. Hizo arder el alma de ambos. Nos hizo comprender que quizás, y solo quizás, este no era nuestro momento. La aparición de terceras personas fue solo la gota que colmó el vaso. Así que, tan rápido como nos habíamos amado, decidimos que no podíamos continuar como pareja. A la siguiente persona que tenga la suerte de ser amado por ese ser de pasión. Cuídala. Haz que se sienta la mujer más especial de la Tierra, porque es justo lo que es. Quiero que le des todo lo que yo no he sabido y que le quites todo lo que yo no debería haberle dado. Quiero que en cada nuevo beso haya una parte de mí. Que en cada nuevo “te quiero” haya un espacio reservado para mi nombre. Quiero que la vida sea justa y nos devuelva el uno al otro con el paso del tiempo. Nunca me he sentido tan frustrado. Ni engañado. Ni saqueado. Ni débil. Pero es lo que el corazón me grita. Que algún día ese amor renacerá. Quién sabe de qué forma. Pero volverá a estar ahí, presente para los dos. Hasta ese entonces, yo sufriré el paso de los días. Sufriré el dolor de saber que hay otros. Sufriré la pena de saber que por más que busque ese amor será irrepetible. Sufriré la certeza de que, por más líneas que escriba creyendo lo contrario, no volverá a ser mía. Y ojalá me equivoque. Para siempre. A.P.M.
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