Por Flavia Tomaello, https://flaviatomaello.blog/, Instagram @flavia.tomaello
Roma es una ciudad que se come con los sentidos antes que con el tenedor. Se palpa en la piedra tibia de sus plazas, se escucha en la cadencia del italiano que se mezcla con el vapor del espresso, se huele en la promesa de una salsa que hierve lenta, como si el tiempo allí obedeciera a otra ley. No hay prisa en Roma, solo espera. Y en esa espera, el sabor encuentra su plenitud.
En este paisaje eterno, Culinary Backstreets propone una experiencia que trasciende el turismo gastronómico para convertirse en rito: “Dan Pashman’s Pasta Pilgrimage”, una peregrinación hacia el corazón más auténtico de la cocina romana. No se trata de aprender una receta, sino de entender una fe. La pasta, aquí, es oración, herencia, y también un acto de amor cotidiano.
El viaje comienza entre callejones donde el sol juega con las fachadas descoloridas y los aromas se cruzan como historias. Dan Pashman, creador del famoso Sporkful Podcast, se une a los exploradores de Culinary Backstreets para desandar el hilo invisible que une a la Roma moderna con la Roma ancestral. Cada plato, cada harina, cada gesto de los cocineros, es una palabra dentro de un lenguaje milenario.
El peregrino no busca monumentos, sino mesas. No mira hacia arriba, sino hacia el plato donde la tradición se sirve sin artificio. Allí, en las trattorias familiares y en los talleres diminutos donde aún se amasa con manos que conocen el ritmo del agua y la sal, Roma se revela. Se escucha el crujido de la masa al ser cortada, el burbujeo lento del sugo que respira en silencio, el murmullo de quienes comparten la mesa con la devoción de un acto sagrado.
La pasta se vuelve un símbolo de la vida misma: diversa, flexible, imperfecta, generosa. Cada formato tiene una historia. Algunos nacieron de la necesidad, otros del ingenio, todos de la memoria. Pashman se detiene frente a ellos como quien contempla un mapa antiguo: los rigatoni, los bucatini, los fettuccine, cada uno diseñado para abrazar una salsa distinta, para retener un instante de sabor. La forma no es estética: es emoción codificada.
En los barrios donde la vida cotidiana late sin testigos, los cocineros hablan de la pasta como se hablaría de una persona amada. No hay medida exacta, solo intuición. Una pizca de paciencia, un puñado de aire, una gota de tiempo. Roma enseña que el secreto de su cocina no está en la sofisticación, sino en la entrega. Lo importante no es el qué, sino el cómo: el modo de tocar la harina, de oler el aceite, de escuchar el hervor hasta que se convierte en música.
Culinary Backstreets invita a los viajeros a ser parte de esa sinfonía. Las cocinas se abren, las historias se comparten, y la pasta deja de ser un plato para transformarse en un espejo donde el alma se reconoce simple y entera. Roma, desde el otro lado de la cuchara, revela que la belleza no está en la abundancia, sino en la armonía de lo esencial.
Cuando el día termina y la ciudad se tiñe de oro, uno comprende que esta peregrinación no fue un viaje de sabores, sino de sentimientos. Que cada bocado fue una pequeña epifanía. Que cocinar, al fin, es una manera de rezar sin palabras.
El eco de las campanas se mezcla con el aroma de la salsa. El aire tiene gusto a pan recién horneado. Las sombras se alargan sobre el empedrado y, por un instante, Roma parece detenerse para escuchar el suspiro de quienes descubren que, entre harina y agua, también se amasa la felicidad.
Y así, cuando el peregrino parte, lleva consigo más que una receta: lleva un gesto, una memoria, una certeza. La de haber encontrado, en un plato de pasta, la forma más pura del amor a la vida.

