Hacerse el cuento

Por Flavia Tomaello, https://flaviatomaello.blog/, Instagram @flavia.tomaello

Cuando a la gastronomía se le pone historia, es porque se juega con el sentido de las cosas. No hay platos por que sí, sino porque no podrían no estar y ser como son. Ludivina crea magia desde el azul de Fez de su exterior y le pone razón de ser hasta a las cookies.

La cocina local es resultado de la mixtura de orígenes. Aún la más autóctona tiena algo de mano de inmigrante intendo dejar su sello. Entre ollas se cuecen los ingredientes, pero también la magia de las historias que se entrelanzan en la charla mientras se caen las cáscaras de las papas o se espuman las claras de huevo. Ludivina -cuentan- es un personaje de ficción que podría ser real: su historia comenzó en algún lugar de Europa, desembarcó en Buenos Aires y se transformó en una mezcla de recuerdos y sabores. Misteriosa y transparente a la vez, no revelará en qué año o ciudad nació, pero compartirá relatos de su recorrido por el Viejo Continente y su llegada a Buenos Aires. El faro es su brújula y el azul, su color amuleto. Para conocerla de cerca, solo hay que atravesar el portón y perderse en su casa mansa.
La casona centenaria es deslumbrante con un vericueto casi incontable de pequeños espacios que sugieren encuentros diferentes. Hay murales e ilustraciones del artista Juane Lemos, collages de Georgina Maekaneku y doce dibujos realizados por Uri Laufer. El interiorismo a cargo de la mágica mano de Silvina Bidabehere.

Que la historia se haga plato

Suele pasar que la magia del lugar eclipse a la cocina. No es el caso. Aquí la historia pasa a las recetas con aire de herencia. Hay una impronta muy de casa de abuela, donde todo se hace en la cocina de casa. Los fines de semana, tal como en lo de la nona, la cocina tiene brunch disponible para el que llega a cualquier hora sin avisar. Dos versiones bien repletas de alternativas, siempre para compartir. La versión de Buenos Aires suma a las infusiones y el exprimido de naranja, las tostadas con queso y mermelada, el clásico tostado de jamón y queso y alternativas dulces de la pastelería casera (no es posible olvidarse de probar los scons). La versión Por el Mundo invita a ponerle un toque de Mediterráneo con Aperol Spritz, y a navegar por las costumbres internacionales que suman huevos revueltos, salchicha parrillera, crepes y french toast.
Tapas y entradas con amor por el agridulce y horizonte de viajes europeos; y principales que tocan un poco del mar, algo de la tierra y mucho de la familiar pasta italiana. Para los postres, un abanico internacional: tiramisú, key lime pie, crème brûlée y belga de chocolate.
Todo se hace allí. Con la misma inspiración que la historia. Un lindo cuento para leer y degustar.