A propósito de las vacaciones y de nuestra huella

Por Ing. Andrea Jatar, Directora Ejecutiva de de la Olla – Best for The World 2017/ 18 / 19 – www.delaolla.com.ar – @delaollasaludable

Nos tomamos unos minutos para reflexionar sobre los ciclos naturales y pensar cómo podemos acompañar el pulso de la Tierra. Eso que fuimos perdiendo con el tiempo y que hoy es urgente retomar.

Vacaciones: ese período del año tan esperado cuando la vida se torna difícil, o cuando una gran parte del día la destinamos a tareas que no disfrutamos. La Naturaleza no se toma vacaciones. Regula su energía y su ritmo en ciclos donde más o menos ocurre lo mismo. O no, porque cada día es diferente. Tiene eso de rutina impredecible. Sabemos que amanece y que anochece, que llueve y que sale el sol, pero no hay un amanecer igual a otro, ni un anochecer, ni una lluvia, ni un sol ni una noche igual a otra.

En el campo no hay vacaciones ni feriados. Las plantas crecen, los animales son ajenos al día de la semana en que viven y a las celebraciones: cumpleaños, cambios de año, feriados. La naturaleza funciona sin fin. Sin prisa pero sin pausa. Me dirás: eso es lo que nos diferencia de los demás seres vivos, que somos capaces de apreciar las sutilezas de la naturaleza, de construir, de celebrar. Y de estresarnos. De hacer. De obligarnos a hacer algo que alguien debe hacer. Y ese distanciarnos urbano de lo más esencial del entorno nos hace olvidar que la naturaleza cobija a las ciudades, al asfalto, al cemento y a todo lo que el ser humano construyó para resguardarse de alimañas y peligros. Tanto se resguardó que olvidó que el nacer es un acto natural, el respirar es un acto natural, el alimentarse es un acto natural, el convivir con otras especies es un acto natural, el sexo es un acto natural y el morir es un acto natural. Que las necesidades básicas no se toman vacaciones. Y que en todas las necesidades básicas necesitamos y convivimos con la naturaleza.

Así es que en nuestro «período de descanso» seguimos inmersos en la naturaleza, incluso aunque decidamos visitar una mega ciudad superpoblada. Intentamos acercarnos cuando vamos a la playa, a la montaña, o a donde sea, y es nuestra obligación intentar intervenirla lo menos posible, de no dañarla, de ser conscientes de que ese espacio que elegimos para relajarnos tiene su propia vida, su propia fauna y su propio ecosistema aunque la mano de la humanidad la haya amenizado a los gustos urbanos que hacen del vivir una faena sin esfuerzos, que pretende ser feliz comprando todo. No hay por qué dejar residuos en el camino, es más, no deberíamos generar residuos, la naturaleza no lo hace.

Si nos alimentamos saludable, una fruta o un vegetal no tiene residuos! Puede tener semillas que usaremos para renovar plantas o como abono si no las comemos, cáscaras que podrán ser aguas de frutas o abono, etc etc. No hace falta comer nada envasado ni procesado, el cuerpo necesita lo mismo que se consumía desde Adán y Eva: frutos, vegetales, semillas y carnes en su estado más fresco. Lo único en que debemos diferir es en los recaudos que hoy sí sabemos que son esenciales para nuestra salud: la higiene adecuada, el agua potable y la necesidad de cocción de algunos alimentos. La tierra produce lo que las personas necesitan en el lugar en que están, por eso está genial consumir lo que agricultores, pescadores y ganaderos tienen para ofrecerte en el mercado local. Y de paso, evitás introducir pestes y de contaminar a través del transporte.

Porque, visualizá lo siguiente: digamos, por ejemplo, que te gusta un kiwi de Nueva Zelanda o de Italia. Ese kiwi tuvo que ser cosechado verde (y ahí es como si le cortaras la alimentación a un niño, no?), empacado (aunque el packaging sea ecológico), puesto en un container, pasado por aduanas (eso tampoco es 0 impacto, ¿no?), viajado en barco (o en lo que fuera, que deja su gran huella de carbono en océanos y aires) y transportado en camiones primero hacia el Mercado Central y luego hacia la verdulería. A esas alturas, ya podría estar maduro cuando vos lo ves y decidís comprarlo y, como te olvidaste tu bolsa reutilizable, te dan una de material biodegradable que la bolsa en sí se degrada en poco tiempo pero que su proceso de fabricación tampoco sería carbono neutral. En el mejor de los casos, la empresa que fabrica esa bolsa podría generar acciones que compensen su huella de carbono negativa, pero esa inocente bolsa biodegradable, así como ese rico kiwi (o lo que sea que no haya sido producido localmente), indirectamente están afectando negativamente tu entorno mientras vos lo permitís por costumbre o por confianza o porque no te pusiste a pensarlo. ¿Confianza en qué? En años de que nos hayan demonizado a la naturaleza, en que nos hayan dicho que un paquete de galletitas nos trae la felicidad o que es mejor una gaseosa que un vaso de agua. Nos hicieron olvidar a esa PachaMama que aborígenes y rurales tanto respeto y agradecimiento le celebran.

No es justo, aunque no podamos tomar dimensión de cuánto afecta una pila contaminada que está en el basural a muchos kilómetros de distancia, a la tierra, al aire, a los ríos y a los océanos, que son, nada más y nada menos, que el vientre materno de la humanidad entera y de los demás seres vivos.
Por eso, el descanso debe hacerse todos los días, junto con la recreación y el juego. Y cada día debemos cuestionarnos cuán amable es cada una de nuestras acciones y elecciones con el entorno que nos rodea, y con el que no nos rodea también. Porque el aire, el agua y la tierra son como el líquido amniótico: circula y fluye envolviendo a todo lo que rodea. Y nosotros estamos ahí.

Vos pensarás: estoy de vacaciones, ¿qué puedo hacer? ¿No puedo tomarme un micro o un tren o un avión o un barco ni un auto para conocer otros sitios mientras me distraigo? Bueno, sí, hacelo, pero mientras tanto pensá qué otras cosas podés hacer más naturalmente para minimizar tu huella de carbono y regalarle a tu propio cuerpo mejores condiciones. ¡Porque vos te lo merecés, y tus afectos también!