¿De dónde vienen los padres?

Por Violeta Vázquez y María Andrea Gonzalez, autoras de ‘Ensambladas, todo tipo de familias’ (Ed. Albatros)

No hay ámbito de la vida en el que se jueguen más las emociones que en la familia. Adentro de casa todos somos más parecidos a nosotros mismos.

Adentro de casa nos permitimos el enojo, la pasión, la furia, el llanto descontrolado, porque el hogar es un lugar seguro para dejarse ser. Si el niño interno que todos tenemos está reprimido en la calle, en el trabajo, con los amigos; hace sus desplantes en casa y juega todas sus frustraciones en el ámbito de la mater-paternidad y de la pareja. El enojo es directamente proporcional al incumplimiento de nuestras expectativas: quiero que pase una cosa y pasa otra.
Este mecanismo es el mecanismo primario, que se establece antes de que pudiésemos hablar. Queremos que nos den la teta, que nos aúpen, que nos saquen el dolor, que nos den aire… Y no podemos decirlo, simplemente confiamos en que mamá pueda darse cuenta, ponerse en nuestro lugar y adecuar la realidad a la expectativa.

Como es muy difícil que seamos adultos provenientes de infancias colmadas de goce y realidades esperadas, depositamos nuestras frustraciones sobre la realidad de hoy, que no es la que soñamos, ni la que nos vendieron los cuentos de hadas… donde no está el príncipe azul ni el bebé con olor a colonia y el semblante rosado, dormido entre algodones. Entonces, lo primero que tenemos que observar es el planteo de nuestras expectativas en torno a la familia ¿de dónde vienen? ¿Qué hay detrás de ese deseo? ¿Para qué deseo?

Imaginemos un ejemplo: deseo tener una familia unida. ¿Para qué? Bueno para no pasar lo que yo pasé en la infancia. ¿Qué fue lo que yo pasé en la infancia? Soledad y discusiones. Entonces deseo una familia sin soledad ni discusiones, ¿para qué? Para ser feliz y estar tranquila. Entonces deseo una familia que me haga feliz y me de tranquilidad. Pretendo que el hecho de formar una familia me devuelva del lado de los gozosos y tranquilos, esa es mi expectativa real. Espero que la realidad me entregue aquello que necesito a través de vínculos con otros, que son otros seres deseantes, que tienen otras expectativas y necesidades. Suena muy complicado.

El gran problema de las familias, mayor o menormente ensambladas, es la falta de adultos, la falta de borde. Cuando los adultos no están los hermanos se asfixian, se demandan, se avasallan, o no construyen caminos comunes. Cuando no hay adultos, los niños se ponen rígidos, hipercontroladores o boicoteadores, rebeldes sin causa. Los niños se ponen silenciosos o gritones, se alejan o te chocan. Cuando los adultos son niños demandan amor y atención o demandan espacios de soledad y se convierten en presencias inestables. Aunque no lo crean, la mayor parte de los padres, somos padres niños.