Por Flavia Tomaello, https://flaviatomaello.blog/, Instagram @flavia.tomaello
En una ciudad donde cada piedra parece superpuesta a otra historia, São Paulo se convierte en un palimpsesto donde las voces se solapan, pero rara vez se escuchan con nitidez. Hay un sitio, sin embargo, en el que el murmullo de los siglos se amplifica con una vibración distinta. No grita. No señala. Simplemente se alza. Como un tambor. Como un cuerpo que resiste. Como una raíz que no se resigna a ser subterránea. Es el Museu Afro Brasil.
Apenas cruzada su entrada —contenida dentro del conjunto modernista del Parque Ibirapuera, diseñado por Oscar Niemeyer y Hélio Uchôa en la década de 1950—, la atmósfera cambia de densidad. Se entra a un país paralelo: uno que late debajo del Brasil cartesiano, industrial, globalizado. Aquí, lo afrodescendiente no es pie de página: es párrafo principal. Es mirada. Es gesto. Es obra.
No se trata de un museo decorativo. Es un cuerpo político, sensible, vivo. Uno donde las piezas expuestas —pinturas, máscaras, tejidos, fotografías, instalaciones— no están para ser contempladas, sino para ser interpeladas. Es el reverso exacto de la blancura institucional de los grandes museos europeos: aquí las paredes tienen ritmo. La curaduría, lejos del academicismo, parece una narrativa poética tejida con furia y ternura.
La arquitectura como contención del fuego
El edificio que lo contiene no busca protagonismo. Como muchas de las obras de Niemeyer para Ibirapuera, se entrega como un recipiente: austero, horizontal, casi invisible en su funcionalidad. Pero hay una decisión política en ese gesto: dejar que el contenido arda sin filtros. Que el relato se imponga por su propia temperatura.
Las galerías son largas, moduladas con columnas blancas que recuerdan la estética racionalista del siglo XX. Pero sobre esa gramática moderna, el Afro Museum escribe otro lenguaje: pigmentos terrosos, geometrías tribales, texturas orgánicas. El contraste entre continente y contenido genera una tensión que no se resuelve: se habita.
En el espacio conviven esculturas de culto yoruba con instalaciones contemporáneas de artistas brasileños racializados. Hay candelabros litúrgicos del sincretismo religioso, fotografías de quilombos y documentos sobre la esclavitud. Pero también hay manifestaciones del presente: afiches, performances, moda afrobrasileña, expresiones de la calle. La historia aquí no es línea recta: es espiral.
Emanoel Araújo y la estética de la dignidad
Detrás de esta orquestación está la figura monumental de Emanoel Araújo, artista, escultor, curador y director del museo desde su fundación en 2004 hasta su muerte en 2022. Su mirada no fue la del conservador neutral: fue la de un narrador apasionado que entendía la curaduría como una forma de devolverle voz y volumen a lo silenciado.
Araújo no organizó colecciones: tejió relatos. Supo que el arte no es decoración sino expresión de una dignidad que se defiende con el cuerpo. Su huella permanece en cada sala, en la elección de los artistas, en la inclusión de lo cotidiano como parte del acervo: una camiseta de capoeira, un tambor de candomblé, una fotografía de una trenza. En el Afro Museum, el cabello puede ser un manifiesto. El tejido, una memoria. La danza, una declaración.
Una nueva cartografía del arte brasileño
Visitar el museo es volver a aprender Brasil. Lo que allí se muestra corrige el mapa, descentra la mirada, desmonta el relato único. De repente, lo afro no es un aporte exótico: es la base. La columna vertebral sobre la que se erigió el país. Y ese desplazamiento es fundamental. El museo no busca sólo exhibir arte: busca reinstalar la raíz en el centro del discurso.
La escena contemporánea también tiene su lugar: artistas como Rosana Paulino, Sidney Amaral, Jaime Lauriano o Moisés Patrício dialogan con lo ancestral desde una potencia crítica. Sus obras desarman, cuestionan, incomodan. Son espejos fragmentados que nos devuelven otra versión de lo real.
Hay espacios temporales, muestras itinerantes, intervenciones urbanas. Hay una biblioteca que reúne documentación rara y una librería curada con precisión de orfebre. El museo no se limita a mostrar: educa, provoca, amplía.
Silencio y tambor
Quizás el mayor logro del Museu Afro Brasil es haber creado una atmósfera en la que el silencio y el tambor conviven sin anularse. Se puede caminar entre vitrinas y sentir, de fondo, una vibración que no es acústica: es histórica. El visitante atento la percibe en el pecho, en la nuca, en la planta de los pies. Es el pulso de una memoria que ha sobrevivido al exilio, a la violencia, al olvido.
En el corazón del parque más visitado de São Paulo, este museo no es un oasis. Es un epicentro. Un lugar desde el cual mirar el país con otros ojos, más abiertos, más incómodos, más reales. Aquí no se viene a descansar: se viene a despertar.