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El nacimiento de la barrica

Por Sabrina Cuculiansky, autora de El vino en zapatillas de Editorial Albatros.

En el tercer milenio antes de Cristo, el vino se importaba en la Mesopotamia desde Siria y Armenia, consideradas como el lugar del origen de la vid. Más tarde, los mercaderes fenicios comercializaron vinos por toda la cuenca del
Mediterráneo empleando ánforas, que por su fragilidad se fueron sustituyendo
por pieles.
Parecería lógico pensar que esta invención tuvo lugar en la cuenca mediterránea, debido a la importancia del comercio del vino por parte  de los fenicios y de lo que significó luego para las culturas griega y
romana; sin embargo, no fue así. La barrica fue inventada por los celtas, asentados en la zona central, fría, húmeda y con gran cantidad de bosques de Europa. Perfeccionistas en el trabajo con la madera, construyeron recipientes no solamente para transportar, sino también para almacenar y elaborar su bebida tradicional, la cerveza.
En la cuenca mediterránea, de clima mucho más amable, con menor pluviometría y menor densidad de bosques, los recipientes para el transporte y el almacenaje de líquidos se hicieron de barro. Los celtas construyeron los
recipientes antecesores de las barricas al ahuecar el interior de trozos de troncos y ponerles una tapa. Posteriormente consiguieron una perfecta estanquidad al jugar con la forma de las duelas y usar como únicos elementos auxiliares
aros de mimbre o de madera. La unión entre las duelas no se efectuaba ni con clavos ni con colas (ni siquiera con ensambles), porque aprendieron que la madera del tonel trabaja únicamente por compresión y flexión, siendo los aros
los que resisten las fuerzas del empuje del líquido interior.
Las referencias bibliográficas más conocidas sobre el tonel datan del año 51 a. C. y se hallan en los Comentarios sobre la Guerra de las Galias, de Julio César.
Una de las razones para que las ánforas dieran paso a la barrica fue la curvatura de las duelas, ya que en el centro de la barrica la superficie de contacto con el suelo es pequeña y esto permite que una sola persona pueda desplazarla al hacerla rodar. Además, su forma consigue que las turbideces del vino joven (lías y residuos vegetales) se depositen en su fondo y se conglomeren, lo que facilita su clarificación. Por otra parte, la densidad de la madera es inferior a la del barro y por lo tanto el recipiente, a igualdad de tamaño, pesa menos.
El paso de las ánforas y jarras a las barricas representó una revolución en el transporte y estandarizó su volumen para una mejor relación superficie volumen. Así nacieron las botas jerezanas de 500 litros, las pipas de Oporto
de 550 litros y la barrica bordelesa de 225 litros. Esta última fue la que se adoptó casi oficialmente en 1836.
El gran desarrollo del comercio del vino, sobre todo por transporte marítimo, tuvo repercusiones enormes en muchos aspectos. La nave del barco donde se almacenan las mercancías es conocida como “bodega” gracias a esa revolución; y también surgió en el lenguaje la palabra “tonelaje”, que describía originalmente el número de toneles que un barco podía transportar.
Desde el punto de vista enológico, este gran desarrollo significó el nacimiento de nuevos vinos y la selección de maderas para las barricas. Antiguamente se fabricaban de la madera más abundante en el lugar de producción y su oferta estaba muy condicionada al desarrollo y a las necesidades de la industria naval. Por ello se utilizaron también otras maderas, como castaño, pino, acacia, cerezo, fresno, haya, roble. En la actualidad, se fabrican casi exclusivamente de madera de roble.