El rito de empanadear

 

Las empanadas argentinas son un gran campeonato que se juega entre provincias. Para qué perderse en esas deliberaciones, si es mejor darle gusto al paladar con lo mejor de cada sitio. Si de firme origen salteño se trata hay que probar Pue.

Aún en medio de la pandemia hay identidad común en las mesas argentinas de abrazos compartidos y creación colectiva es la empanada. Hay un lenguaje de fronteras dentro que se lee en el esculpido de cada una.
Los que investigaron dicen que la empanada debe su origen en una práctica que los mineros ingleses importaron a nuestro país. Ellos tenían la práctica de realizar pasteles que encerraran los ingredientes que les permitía comer variado sin que los elementos se perdieran. Los primeros hacedores de los cornish pasties, así los llamaban fueron los  mineros ingleses de Cornwall. Sin embargo los tucumanos aseguran que la tradición se remonta a la época de los conquistadores y colonizadores españoles que la heredaron de los árabes y la trajeron a América. Su aparición comenzó en la región andina y sufrió cambios en sus ingredientes de acuerdo a la utilización de los diferentes productos autóctonos de cada territorio.
A lo largo de toda la cordillera latinoamericana esta exquisita y práctica comida presenta distintas variantes: es más o menos jugosa, más o menos picante, horneada en horno común o de barro, o frita, con repulgue arriba o al costado, cambiada por el aroma único del comino del noroeste argentino o ardiente por el ají que llegó del Perú, perfumada por la aceituna o por las pasas de uva, etc.

Hablando de tradiciones
La cocina en las casas era el templo. Ese sitio donde la palabra santa de la cocinera hacía bailar a todos los monaguillos que se acercaban a dar una mano. Cuando se rescatan esas cimientes, se recrea una leyenda. Pue es eso, un ritual vuelto a la vida a partir de la hija de «Mancha» y su hermano. Hija y nieta de salteños, aprendió a simbar desde que tuvo uso de razón. Lleva en la sangre los cerros y sus tonos. En cuarentena decidió volver a dar vida a un emprendimiento que habí visto la luz hace 7 años.
La intención fue compartir la mesa familiar. La de ella llevada a la tuya. La de la ceremonia de saborear las empanadas salteñas que llegan congeladas, listas para ser cocinadas al toque o cuando se quiera (no las descongeles, por favor!!). Hay tanto amor puesto en el detalle (nunca vi un delivery con esa riqueza) que da cosita comerlas, como si fueran las figuritas deseadas de Sara Kay. Pero el aroma puede más… de pronto uno cree que el vecino está haciendo algo innolvidable, pero todo proviene del horno de uno. Hice caso a la sugerencia y el Bloody Mary esperaba que los 10 minutos de enfriado pasaran para hincarle el diente.
Rivindicar las tradiciones, volver a los orígenes, abrir los secretos de las cocinas caseras. Hay allí una experiencia de vida acumulada que es una universidad culinaria sin precedentes. Pué lleva la bandera.