Espiritualidad al alcance de todos

Por Alicia López Blanco autora de “Ser, hacer y trascender. Estrategias para alcanzar el bienestar” de Editorial Albatros (www.albatros.com.ar).

El psicólogo estadounidense Howard Gardner, creador de la teoría de las Inteligencias Múltiples, concibe a la inteligencia como un conjunto en el cual coexisten diferentes destrezas. Desde su mirada, la cual comparto ampliamente, poseemos en nuestro interior potenciales de diversa índole que tienen la posibilidad de desarrollarse ante diversos estímulos. Gardner afirma que todos albergamos la totalidad de estas capacidades, aunque diferimos con relación al perfil más desplegado.
Un claro ejemplo de la diversidad de inteligencias es el caso de Albert Einstein (1879–1955), físico alemán que desarrolló la teoría de la Relatividad. Calificado por la historia como un genio, según cómo se perfilaba en su infancia nadie hubiera podido predecir que lo sería. Tardó mucho en comenzar a hablar y no lo hizo fluidamente hasta cumplidos los nueve años, por lo que llegaron a realizarle estudios sospechando que padecía un retraso madurativo. Se descubrió luego que era disléxico, al igual que Winston Churchill y Pablo Picasso. De niño, sus profe  sores decían que “era lento mentalmente, poco sociable y divagaba constantemente en sus estúpidos sueños”, según relató su hijo Hans Albert en una entrevista.
Cuando Albert tenía dos años, nació su hermana Maja y él, creyendo que era un juguete, les preguntó a sus padres dónde estaban las ruedas. A los seis años, su madre Pauline, que adoraba la música, contrató a una maestra para que le enseñara a tocar el violín y Albert no tardó en aprender. A los trece ya tocaba el piano a la perfección y se interesaba por Mozart.
Comenzó a tocar dúos con su madre al piano, convirtiéndose la música en parte importante de su vida. A los dieciséis comenzó a imaginar cómo sería viajar en un rayo de luz y a preguntarse si se podría viajar tan rápido o más que él. Diez años después respondió a estas preguntas con su teoría de la Relatividad, hecho muy sorprendente si lo evaluamos con la mirada que primaba en aquella época acerca de la inteligencia, y que lo describía como un niño quieto y ensimismado, con un desarrollo intelectual lento. El propio Einstein atribuyó a esa lentitud el hecho de haber sido la única persona que elaboró una teoría como la suya: “Un adulto normal no se inquieta por los problemas que plantean el espacio y el tiempo, pues considera que todo lo que hay que saber al respecto lo conoce ya desde su primera infancia. Yo, por el contrario, he tenido un desarrollo tan lento que no he empezado a plantearme preguntas sobre el espacio y el tiempo hasta que he sido mayor”.
Un caso como el de Einstein nos lleva a reflexionar seriamente cuando tratamos de encuadrar, clasificar y condenar a los niños a ser lo que nosotros esperamos que sean, sin estar atentos a los talentos que cada uno es capaz de desarrollar. Durante tanto tiempo hemos sobrevalorado el hecho de poseer una elevada y variada cantidad de conocimientos, que hemos con  fundido acumulación de información con inteligencia.
A propósito de este tema, Jean Guitton (1901 1999), filósofo, escritor y pensador francés, en su libro El trabajo intelectual, escrito en 1964, relata lo que le enseñaron sus cinco años de reclusión como prisionero, durante la Segunda Guerra Mundial. “Una de las principales características de estos estados, es que se carece en ellos hasta de cuanto hasta entonces parecía imprescindible, y se está reducido a la atención, a la memoria, a raras conversaciones; lo que induce a pensar, ante todo, que los libros no son in  dispensables y que, en cualquier caso, unos pocos deben bastar. Yo lo sabía por haber conocido a un ciego que pensaba. Nuestra civilización, archisaturada de conocimientos y de medios de adquirirlos, ofrece tantas imágenes engañosas y falsos apoyos que el hombre no sabe lo que sabe y lo que ignora. Lo que prueba que se sabe alguna cosa, di  ce Aristóteles, es que se pueda enseñar. He apreciado, en medio de esta carencia de libros y notas cuán poco sabían los más doctos; pero ese poco, cuando salía de sus entrañas, lo enseñaban bien”.
Cuánta paz al espíritu traería el hecho de aceptar que no podemos comprenderlo todo, que en el tiempo de nuestra existencia, con suerte, podremos llegar a profundizar algunos puntos en los que se centre nuestro interés y girar alrededor de ellos, entender que es imposible abarcar el infinito mundo de conocimientos y que, por otra parte, no es necesario hacer acopio de ellos para demostrarnos ni demostrarle nada a nadie.
Para estimular nuestro desarrollo y evolución, solo debería bastar con incorporar, a través de un genuino aprendizaje, aquellos saberes con los que nos encontramos en sintonía, esos capaces de despertar el potencial que albergamos en nuestro interior y de colaborar con su desenvolvimiento, ese que luego podemos transmitir, como dice Guitton, desde las entrañas.
En el inicio de sus investigaciones, Gardner fue identificando y describiendo ocho tipos diferentes de inteligencias, relacionadas con diversos funcionamientos del cerebro: lingüística, lógico matemática, espacial, musical, corporal kinestésica, naturalista, intrapersonal e interpersonal (estas dos últimas son las que conforman la inteligencia emocional).
Por último, en su libro La inteligencia reformulada: las inteligencias múltiples en el siglo XXI (2002) presentó la inteligencia existencial o la inquietud por las cuestiones esenciales de la vida. Esta refleja la capacidad de ubicarnos con relación al cosmos y a determinadas características de la condición humana tales como el significado de la vida y la muerte, experiencias amorosas profundas o la sensación de embeleso ante una obra de arte o maravilla de la naturaleza. Esta inteligencia no necesariamente deriva en un comportamiento espiritualmente positivo y sano, ni garantiza que quien la posee sea una buena persona. Dentro de la existencial, Gardner ubica a la espiritual, la cual le adiciona a la primera una carga moral. Esta inteligencia es la que posibilita la presencia de las religiones en la vida del ser humano pues refleja la integración del espíritu con los valores morales y éticos.
Las características que Gardner describe para la inteligencia espiritual son: sensibilidad para lo religioso, lo místico y lo trascendental; y la inquietud por las cuestiones cósmicas, existenciales y valores de vida. Es la que se ve claramente representada en religiosos, místicos, yoghis, meditadores y personas con una capacidad especial para alcanzar estados y experiencias espirituales elevadas.