Por Flavia Tomaello, https://flaviatomaello.blog/, Instagram @flavia.tomaello
Villa Devoto es un barrio que respira calma entre diagonales inesperadas, casas señoriales y veredas que aún sostienen la costumbre del saludo. En el corazón de esa geografía de aire sereno, una esquina triangular se convierte en emblema de lo que significa volver a las fuentes: Copetín abre sus puertas allí donde brilló La Manzanita, y lo hace con la premisa de rescatar lo que nunca debió perderse, ese ritual urbano de encontrarse a la mesa para compartir sabores sencillos que saben a verdad.
No se trata de una reconstrucción literal, sino de un homenaje delicado. El espacio, concebido con sensibilidad estética, envuelve a los visitantes en un universo retro que recrea la atmósfera de las décadas del sesenta y setenta. Las sillas de cuero marrón proponen largas sobremesas, las mesas de fórmica de colores diversos convocan a las tertulias improvisadas, los objetos restaurados completan la puesta en escena con un aire de autenticidad entrañable. Todo parece pensado para que el paso del tiempo no sea una amenaza sino un aliado, un cómplice silencioso de la memoria.
El sabor como memoria compartida
La cocina de Copetín no se rinde al artificio. Al contrario, reivindica la nobleza de lo sencillo. Las picadas son un viaje inmediato a la mesa familiar: el “González”, con queso Mar del Plata, jamón cocido, vitel toné, berenjenas en escabeche y la infaltable tortilla de papa, resume en un solo plato el espíritu del lugar. Las tortillas con toppings, como la que lleva jamón, pimientos asados y perejil fresco, elevan un clásico al nivel de rito. Las fainás gratinadas despliegan versiones originales, entre ellas la de hongos salteados o la de cherrys confitados, que sorprenden por su simpleza sofisticada.
La propuesta de pizzas combina tradición y audacia. La Margarita y la Pepperoni dialogan con opciones contemporáneas como la de hongos, con base blanca, stracciatella y cebolla caramelizada, o la de mortadela con pistachos, pesto y maní tostado. Los sándwiches de pan de pizza prolongan la experiencia del compartir: el “De Vitel”, con vitel toné y huevo, parece inventado para el verano porteño; el “Especial Copetín”, relleno de Philly Cheese y huevos estrellados, despierta la indulgencia sin culpa; el “De Mila completito” honra el clásico argentino con un aire renovado.
En la hora dulce, los postres se convierten en cómplices de la nostalgia. El vigilante y el flan con dulce de leche anclan la experiencia en lo conocido, mientras el triffle suma un toque cosmopolita y el postre Copetín, servido en pan de pizza con Nutella y frutas frescas, transforma el momento final en celebración.
El barrio como protagonista
La cocina no sería lo que es sin el escenario que la sostiene. El barrio potencia la experiencia: mesas al aire libre bajo la vereda arbolada, un salón amplio en el primer piso que invita a reuniones de grupo, rincones íntimos en planta baja que parecen diseñados para las charlas confidenciales. La luz natural atraviesa las ventanas generosas y le otorga al espacio un aire de vitalidad que acompaña la cadencia de la jornada, desde el vermut del mediodía hasta el cóctel nocturno.
La barra ofrece un repertorio clásico que se integra con naturalidad al espíritu del lugar. Vermuts Carpano y Cinzano con soda o tónica, cócteles como Negroni o Caipiroska, y una sidra tirada que remite a las celebraciones en familia. Cada bebida encuentra su contrapunto en los platos para picar, y cada sorbo parece pensado para acompañar el ritmo sereno de la conversación.
Más allá de lo gastronómico, Copetín se erige en punto de encuentro cultural. La música en vivo enriquece la experiencia y le otorga al espacio la cualidad de ágora contemporánea, donde vecinos, amigos y visitantes se cruzan para compartir no solo un plato, sino también una pertenencia.
Un refugio de lo genuino
En tiempos donde la velocidad parece devorar los gestos esenciales, Copetín propone una pausa. Su valor reside en esa capacidad de rescatar la cocina de raíz y darle un marco elegante, de transformar lo cotidiano en extraordinario, de recordarnos que los mejores momentos suceden alrededor de una mesa compartida.
No es casual que haya nacido en Villa Devoto, un barrio que conserva la elegancia discreta de las casas bajas, la calma de sus plazas y la memoria de sus bares históricos. Copetín se integra a esa tradición con respeto y con frescura, recuperando la esquina como escenario de lo comunitario, como lugar de encuentro donde la memoria se transforma en presente.
Este bar es mucho más que un emprendimiento gastronómico: es un tributo al valor del barrio, un homenaje a la riqueza de la cocina sencilla y un recordatorio de que el verdadero lujo no está en lo sofisticado, sino en lo auténtico. En Copetín, cada bocado confirma que volver a las fuentes es siempre avanzar hacia lo que importa.
