Frutas ricas siempre

Por Andrea Jatar, creadora de De la Olla, www.delaolla.com.ar

Nuestros abuelos, bisabuelos, tatarabuelos y sus abuelos, bisabuelos y tatarabuelos, y muchos de sus ancestros, comían la fruta que el árbol les brindaba. Pero como su árbol era pródigo en ciertos años y en estación, sus cuerpos, anqué saturados de disfrutar de prodigiosos manjares, no daban abasto para consumir tanta nobleza. Y había momentos en que no había fruta. Entonces había que pensar en cómo racionar la fruta en aquella época, en que la heladera aún estaba muy lejos de ser inventada.

Hay quienes empezaron a secarla al sol. De ahí esos deliciosos duraznos y orejones deshidratados, las peras, los higos, los membrillos, los dátiles y más. Aquello con lo que hoy las dietéticas nos tientan. Pero hubo quienes, a sabiendas de que el alcohol era un excelente esterilizador y en algunos casos conservantes, sumergieron frutas en vinos y licores afrodisíacos.

El descubrimiento del azúcar abrió otras puertas a la conservación, y surge en la época en que los Persas descubren las bondades del azúcar de caña de la India y se dedican a espolvorearla por toda Europa. Si bien los árabes fueron los pioneros en su utilización en jaleas, de sus manos llega a los Imperios Romano y Bizantino, donde se registraron las primeras delicias de conservas en azúcar con membrillos, manzanas, peras…

Aunque las frutas tienen sus azúcares naturales y su pectina, no son del todo suficientes para asegurar su conservación, por eso el agregado de azúcar de caña hace que no sólo las conservas retengan más tiempo su sabor y realcen sus colores, sino también contribuye a su conservación, porque el susodicho azúcar tiene gran capacidad para absorber y retener las partículas de agua y para generar un ambiente hostil para la reproducción de las bacterias.

Entonces, cuando no había fruta fresca, se consumía la conservada. Con pan, con manteca, en tortas, a cucharadas. Deliciosas.

Simple es la técnica. Tampoco lleva demasiado tiempo. Sólo hay que disponer de rica fruta, en buen estado, de unos frascos bien limpios y de azúcar. Si te gusta un postre almibarado, aquí unos deliciosos Kiwis en almíbar:

  • Pelar y lavar kiwis. Pesarlos. Ponerlos en una olla con la mitad de su peso en azúcar y cubiertos de agua. Llevar a hervor. A los 5 minutos, extraer los kiwis y dejar almibarar el líquido. Cuando tenga la consistencia deseada, poner los kiwis en frascos y cubrirlos con el almíbar caliente. Cerrar bien y esterilizar.

Ahora, si te gusta una mermelada, las más fáciles son las de frutas rojas. Hay miles de recetas, mis preferidas son las muy dulces, con un toque cítrico, como esta confitura de frutos rojos:

  • Seleccioná los frutos que te gusten (frutillas, arándanos, ciruelas, frambuesas, boysenberries), podés también usar una mezcla de ellos. Lavalos, pesalos y pesá el equivalente a un tercio de su peso en azúcar. O sea, si tenés un kilo de fruta, tendrás que usar 330 gramos de azúcar. Lavá una naranja, rallá su cáscara y exprimí su jugo. Poné en una olla los frutos con el azúcar, la ralladura y el jugo y dejalos una hora, a que desprendan agua. Dejalo cocinar a fuego medio y cuando hierve, bajalo. Cuando empieza a tomar consistencia (cambia el burbujeo, se hace más espeso), revisá con atención para que no se te pase del punto. ¿Cómo darte cuenta del punto? Cuando la conserva está hirviendo, es más líquida, por eso poné una gotita del dulce en un platito frío y fijate si así es como te gusta la consistencia para untar tu tostada o para decorar tu torta o para disfrutarlo a tu manera. Si ya está lista tu confitura, envasala en caliente en frascos limpios y luego esterilizalos.

Nada más satisfactorio que armar tu propio frasco de delicias y disfrutarlo en un momento especial, de la manera que más te guste.