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La escarapela gourmet

Por Flavia Tomaello, https://flaviatomaello.blog/, Instagram @flavia.tomaello


De orígen árabe, con una definición anclada en el término «panal de miel», el alfajor se ha convertido en emblema argentino de la dulzura. Alfajores Castillo Dulce se animó a patear en tablero y darle vida a una nueva identidad.
Consumido por una amplia mayoría de argentinos. Regalo obligado para propios y emigrados, las valijas se llenaban de la costa cuando no había alternativa, y ahora lo hacen desde Ezeiza (cuando lo cuarentena lo permitía) para soltar alguna lágrima golosa en el destinatario.
Algunos sostienen que el pionero que creó el alfajor argentino propiamente dicho fue el químico francés Augusto Chammás, que abrió en Argentina una fábrica de dulces, entre los que se destacaba un alfajor redondo. Sin embargo, no todos están de acuerdo. Otra corriente sostiene que el primero en masificarlo fue el santafesino Hermenegildo Zuviría, apodado «Merengo».
Castillo Dulce decidió crear su propia historia. Ofrece mucho más que el mejor alfajor, brinda un sabor único y especial que logra respetando la calidad y controlando paso a paso la elaboración. Ideales para compartir la merienda con una amplia línea de productos elaborada en base a un majestuoso chocolate y un reino de dulce de leche.
Su diversidad está llena de propuestas y colores: maizena en varias presentaciones, de chocolate y en cientos de tonalidades que van de un potpourrí de tonos pastel inspirados en los macarons, hasta los potentes rosa.
Su estrella: el alfajor Mufaso, el mejor aliado contra un hambre voraz. Ese momento cuando el fin de semana se termina y todavía te acordás del sábado soleado donde disfrutaste de una comida con tus amigos, pero el lunes te vuelve a la dura realidad y empezás una nueva semana laboral. El alfajor provocará fuegos artificiales en la boca y que dejará una sonrisa toda la semana.
Esa palabra que siempre me parece memorable, pero que se encuentra poco, pasión es lo que reina en este concepto en vías de expansión: ser ese detalle terminado a mano, donde cada impulso define la puntada final.
Como en esas sorpresas de la abuela, resueltas con sus manos, que acariciaba al producto, como a vos.