La toma de conciencia

Por Alicia López Blanco autora de “Ser, hacer y trascender. Estrategias para alcanzar el bienestar” de Editorial Albatros (www.albatros.com.ar).

La percepción de estar o sentirnos bien, espiritualmente hablando, se encuentra ligada a la satisfacción que experimentamos respecto de nuestra vida en general, y al tamaño de la brecha entre logros y expectativas. Esta apreciación depende mucho del estilo de personalidad. ¿Miramos el vaso medio lleno o medio vacío? ¿Nos conformamos con lo que hay o aspiramos a más y nos esforzamos por lograr lo deseado? ¿Tenemos confianza en nosotros mismos o dudamos de nuestra capacidad para proveernos de algo mejor? ¿nos sentimos víctimas de la vida y las circunstancias, o asumimos el protagonismo y la responsabilidad por nuestro contento y felicidad?
A la hora de evaluar cuán satisfechos nos encontramos con nuestra existencia, rasgos como el pesimismo, la insatisfacción crónica, una mirada competitiva respecto de la vida de los otros, la autoexigencia o un bajo desarrollo de la capacidad de frustración, contribuyen a un resultado poco favorable. En el lado opuesto, la aceptación de la realidad, una mirada compasiva hacia nosotros mismos, el sentido del humor, una evaluación positiva sobre los acontecimientos, la autoconfianza y un alto nivel de esperanza en que todo mejorará, incrementan la sensación de bienestar.
hace diecinueve siglos, Marco Aurelio, filósofo estoico, decía que “nuestras vi  das son la obra de nuestros pensamientos” y estaba en esto muy acertado. Los pensamientos negativos obstaculizan la felicidad de las personas y deterioran su salud. todas las atribuciones que le hacemos a nuestra situación vital, y a los otros, afectan el modo en el que encaramos la existencia y las relaciones. Así como comprendemos la realidad, así actuamos, pues al sesgar la mirada solo tendremos ojos para ver aquellos signos que confirmen nuestras teorías, dejando de lado otros que podrían rebatirlas.
En mi familia de origen, por ejemplo, se transmitió de generación en generación un estilo de pensamiento catastrófico. Ante la mínima tardanza de alguno de sus miembros en retornar al hogar, inferían que había ocurrido alguna terrible desgracia. Lo mismo si se presentaba algún síntoma corporal poco claro, la idea predominante era que seguramente se trataba de un cáncer, y hasta podían llegar a sufrir y llorar basándose únicamente en esa probabilidad remota. Aun cuando siempre me resistí a pensar en esa dirección, esa modalidad operaba en mí de forma automática. Cuando comencé a prestar atención, me sorprendió encontrarme, asidua  mente, interpretando de manera nefasta acontecimientos que podían verse en un sentido más positivo. La toma de conciencia fue el puntapié inicial para un intento de cambio que permanece inconcluso y requiere de mi atención permanente ya que, ni bien me distraigo, tiende a resurgir esa marca primaria tan profundamente arraigada en mí.
Incorporar formas optimistas de evaluar la realidad incrementa la alegría y la paz interior, pues esta depende mayoritaria  mente del modo en el que estimamos lo que nos sucede. Aun cuando nos encontremos atravesando una circunstancia adversa, y no tengamos el poder de transformarla, una actitud positiva nos ayudará a encontrar una estrategia para modificar aunque sea en parte lo que nos daña, y nos dará la oportunidad de generar algo que nos haga sentir mejor.
Desde la mirada de la filosofía holística, cada uno de nosotros constituimos un holos, un sistema de totalidades al interior de otras. En esta unidad que somos se integran e interactúan, de manera dinámica, los planos del cuerpo, la mente, las emociones, el espíritu y las relaciones en las que estamos implicados. La experiencia de vida y la práctica clínica me han de  mostrado que, a la hora de observarnos, tener en cuenta todos los aspectos mencionados beneficia el movimiento hacia la superación del estado o la situación en la cual nos encontremos, sea esta cual fuere.
En la búsqueda de un mayor bienestar integral es conveniente abrirnos a comprender nuestra realidad de la manera más amplia posible y estar dispuestos a realizar los cambios que evaluemos necesarios. Como somos una unidad, cualquiera sea la dimensión elegida para realizar una modificación o transformación, acarreará la movilización positiva del resto.
Dentro de este marco, el bienestar espiritual incluye la toma de conciencia de sabernos trascendentes y mortales, encontrarle un sentido a la vida en general y a lo cotidiano en particular, desarrollar una ética personal en consonancia con valo res de vida que sostengan y ordenen nuestra conducta, y ser capaces de reflexionar acerca de los hechos trascendentes de la existencia.
En este proceso, es de gran ayuda el entrenamiento de un observador consciente de sensaciones, emociones, sentimientos, pensamientos y acciones. Este observador es un aspecto de nosotros mismos que toma distancia y nos permite objetivar lo que sea que nos esté sucediendo, sin opinar, criticar, juzgar o dar directivas. Su función es la de registrar lo que nos sucede en el momento presente, sea cual fuere la actividad que estemos realizando, y ayudarnos a desarrollar la atención y la conciencia. Su aliada incondicional es la aceptación. Aceptar lo que vemos y lo que sucede, tratando de estar plenamente ahí, con todos nuestros sentidos alertas, sin alterar el curso de los acontecimientos. Aun cuando no nos agrade lo que observamos o experimentamos, permanecemos atentos para conocer realmente cómo son las cosas.
Para estimular el despertar de nuestro observador consciente, cabe preguntarnos cómo nos sentimos con relación a la vida en general y a cada aspecto en particular, recorriendo las diferentes relaciones en las que estamos implicados: con nosotros mismos, con los otros, con nuestro quehacer cotidiano, o lo que sea que emerja de la pregunta inicial. Una vez formulados los interrogantes, es tiempo de poner en acto nuestra capacidad para ver y hacer  nos responsables de lo que las respuestas dejen en evidencia.
El trabajo de autoconocimiento requiere atención, aceptación y una considerable cuota de esfuerzo. Este último necesita alternarse con descanso y reposo. Para que la semilla germine tiene que realizar su proceso, conviene dejarla a su suerte, soltarla y esperar, pues cada acto de atención ferviente necesita de un olvido momentáneo.