Oficinas saludables slow: Recalculando imprevistamente

Por Andrea Jatar, creadora De la Olla, www.delaolla.com.

No todos los días vivimos situaciones extraordinarias. Y es más extraño aún que todo el mundo a la vez viva situaciones extraordinarias. Literalmente, todo el mundo está en cuarentena, con tapabocas, con alcohol y lavandina, saludando codo a codo, a lo lejos o pantalla mediante. Y hasta se nos dio por el nuevo hábito de desearle con mucha alegría un buen día al vecino de la ventana de enfrente, ese al que jamás le habíamos visto la cara pero que hoy tenemos tiempo de apreciarlo, o al transeúnte que ha salido a hacer alguna compra o al exceptuado que va a trabajar para que tengamos lo necesario para vivir. Y nos sentimos felices por la salud del prójimo, preocupados por la incertidumbre del qué será de nuestra vida y la de nuestros queridos, algunos bajo nuestro mismo techo y otros que seguimos visitando a través de las prodigiosas y excelentes herramientas tecnológicas que, mal que nos pese o bien que nos salve, vinieron a instalarse en cada una de nuestras casas ya sea para trabajar o para ocupar nuestro ocio.

 

Porque en estos días el imprevisto hizo que recalculemos nuestra vida. Que reemplacemos el beso y el abrazo, pero también que nos reacomodemos a una nueva situación laboral. Afortunadamente una parte de la población puede seguir trabajando desde sus casas, esos que ponen la cabeza y mueven sistemas intangibles, educan, hacen arte, gimnasia, danza, psicología, consulta médica y un sinfín de profesiones que no dan para enumerar y que se pueden seguir brindando a través de las pantallas. Por suerte, mucha gente tiene algún teléfono, PC o Tablet donde acceder a estos servicios. Pero las personas que ponen el cuerpo han sentido la mutilación. Algunos exceptuados van con miedo o con cautela a su lugar de producción siguiendo las recomendaciones que día a día vamos aprendiendo y perfeccionando. Y otro tanto, espera. Espera que la vida vuelva a ser lo que era, con añoranza, para poder vender ropa, arreglar electrodomésticos, ir a pescar, al cine, al teatro, a la plaza, a la heladería y hacer tantas otras cosas que nos dan el sustento y nos llenan el alma. No en vano una gran proporción de la población se encontró de prepo en la lona. No hay ventas, no hay manera de pagar las necesidades básicas ni los impuestos. La crisis llegó imprevistamente mucho antes que la temible tecnología desplazara a las profesiones habidas y por haber, eso que nos venía dando vueltas por la cabeza de qué futuro nos deparará si el robot hace nuestras funciones. Ahora se viene el frío, una muy acertada y actual expresión de Alsogaray (cuando era ministro de economía de Frondizi): ”hay que pasar el invierno”. Porque no sé cómo estaría la Argentina en aquella época, pero ahora sí se nos va a hacer difícil!

 

Como contracara, la naturaleza está a sus anchas. Toda la gente en casa, el aire está más puro, las aguas más cristalinas, los pájaros más tranquilos, la fauna salvaje va recorriendo lugares que no se animaba y las plantas están rozagantes. ¿Habrá sido una metáfora de la pequeña Mafalda en su: “Paren el mundo, me quiero bajar”? ¿Será una oportunidad natural, aislada y contundente para que la humanidad entera perciba la belleza de la Naturaleza y su capacidad de recuperarse? ¿Recalcularán los países y su gente su relación con la PachaMama? Mientrastanto, a fuerza de escasez de recursos y de exceso de tiempo, reacondicionamos hábitos. Volvemos a lo que jamás hubiéramos pensado dedicarle: cocinar, coser, reparar, limpiar, leer, jugar, bailar, convivir 24 horas con nuestra familia y nuestras mascotas durante muchos días seguidos. Volvimos a lo básico, a lo que nos costaba tanto en nuestra infancia: encontrar actividades para no aburrirnos. Y cada cosa que hacemos nos da satisfacción y orgullo. Volvimos a la vida slow. Quienes tienen suerte, van “slowemente” a trabajar o lo hacen desde sus casas, quienes no, qué mejor momento que replantear si hay algo de lo que veníamos haciendo que podemos hacerlo desde casa.

 

Las crisis son oportunidades. Esta es una crisis imprevisible, sin plan B porque no tenemos planeta B. Por eso está bueno que cada uno de nosotros entendamos qué oportunidades tenemos de vivir mejor. Porque vivir mejor es que cada día tengamos tiempo de ser felices, de estar alegres y agradecidos por tener salud, compañía y manos solidarias que intentan hacer de este mundo un lugar más saludable e igualitario.

 

Gracias a todos los que salen exponiendo su salud, y a todos los que se quedan cumpliendo la cuarentena. Tal vez ahora al fin entendamos que somos nosotros mismos los que debemos cuidarnos y respetar a este magnífico planeta que es la única casa que todos tenemos.

 

 

 

Oficinas saludables slow: Recalculando imprevistamente

No todos los días vivimos situaciones extraordinarias. Y es más extraño aún que todo el mundo a la vez viva situaciones extraordinarias. Literalmente, todo el mundo está en cuarentena, con tapabocas, con alcohol y lavandina, saludando codo a codo, a lo lejos o pantalla mediante. Y hasta se nos dio por el nuevo hábito de desearle con mucha alegría un buen día al vecino de la ventana de enfrente, ese al que jamás le habíamos visto la cara pero que hoy tenemos tiempo de apreciarlo, o al transeúnte que ha salido a hacer alguna compra o al exceptuado que va a trabajar para que tengamos lo necesario para vivir. Y nos sentimos felices por la salud del prójimo, preocupados por la incertidumbre del qué será de nuestra vida y la de nuestros queridos, algunos bajo nuestro mismo techo y otros que seguimos visitando a través de las prodigiosas y excelentes herramientas tecnológicas que, mal que nos pese o bien que nos salve, vinieron a instalarse en cada una de nuestras casas ya sea para trabajar o para ocupar nuestro ocio.

 

Porque en estos días el imprevisto hizo que recalculemos nuestra vida. Que reemplacemos el beso y el abrazo, pero también que nos reacomodemos a una nueva situación laboral. Afortunadamente una parte de la población puede seguir trabajando desde sus casas, esos que ponen la cabeza y mueven sistemas intangibles, educan, hacen arte, gimnasia, danza, psicología, consulta médica y un sinfín de profesiones que no dan para enumerar y que se pueden seguir brindando a través de las pantallas. Por suerte, mucha gente tiene algún teléfono, PC o Tablet donde acceder a estos servicios. Pero las personas que ponen el cuerpo han sentido la mutilación. Algunos exceptuados van con miedo o con cautela a su lugar de producción siguiendo las recomendaciones que día a día vamos aprendiendo y perfeccionando. Y otro tanto, espera. Espera que la vida vuelva a ser lo que era, con añoranza, para poder vender ropa, arreglar electrodomésticos, ir a pescar, al cine, al teatro, a la plaza, a la heladería y hacer tantas otras cosas que nos dan el sustento y nos llenan el alma. No en vano una gran proporción de la población se encontró de prepo en la lona. No hay ventas, no hay manera de pagar las necesidades básicas ni los impuestos. La crisis llegó imprevistamente mucho antes que la temible tecnología desplazara a las profesiones habidas y por haber, eso que nos venía dando vueltas por la cabeza de qué futuro nos deparará si el robot hace nuestras funciones. Ahora se viene el frío, una muy acertada y actual expresión de Alsogaray (cuando era ministro de economía de Frondizi): ”hay que pasar el invierno”. Porque no sé cómo estaría la Argentina en aquella época, pero ahora sí se nos va a hacer difícil!

 

Como contracara, la naturaleza está a sus anchas. Toda la gente en casa, el aire está más puro, las aguas más cristalinas, los pájaros más tranquilos, la fauna salvaje va recorriendo lugares que no se animaba y las plantas están rozagantes. ¿Habrá sido una metáfora de la pequeña Mafalda en su: “Paren el mundo, me quiero bajar”? ¿Será una oportunidad natural, aislada y contundente para que la humanidad entera perciba la belleza de la Naturaleza y su capacidad de recuperarse? ¿Recalcularán los países y su gente su relación con la PachaMama? Mientrastanto, a fuerza de escasez de recursos y de exceso de tiempo, reacondicionamos hábitos. Volvemos a lo que jamás hubiéramos pensado dedicarle: cocinar, coser, reparar, limpiar, leer, jugar, bailar, convivir 24 horas con nuestra familia y nuestras mascotas durante muchos días seguidos. Volvimos a lo básico, a lo que nos costaba tanto en nuestra infancia: encontrar actividades para no aburrirnos. Y cada cosa que hacemos nos da satisfacción y orgullo. Volvimos a la vida slow. Quienes tienen suerte, van “slowemente” a trabajar o lo hacen desde sus casas, quienes no, qué mejor momento que replantear si hay algo de lo que veníamos haciendo que podemos hacerlo desde casa.

 

Las crisis son oportunidades. Esta es una crisis imprevisible, sin plan B porque no tenemos planeta B. Por eso está bueno que cada uno de nosotros entendamos qué oportunidades tenemos de vivir mejor. Porque vivir mejor es que cada día tengamos tiempo de ser felices, de estar alegres y agradecidos por tener salud, compañía y manos solidarias que intentan hacer de este mundo un lugar más saludable e igualitario.

 

Gracias a todos los que salen exponiendo su salud, y a todos los que se quedan cumpliendo la cuarentena. Tal vez ahora al fin entendamos que somos nosotros mismos los que debemos cuidarnos y respetar a este magnífico planeta que es la única casa que todos tenemos.