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Oficinas saludables Slow: un poco de historia

Por Ing. Andrea Jatar, es Directora Ejecutiva de de la Olla – Best for The World 2018 – www.delaolla.com.ar – @delaollasaludable

Cada oficina es un mundo. Como cada uno de nosotros, que las vivimos gran parte del día. Pensamos: ¿qué hago acá? O no pensamos nada porque la parva de trabajo que tenemos por delante nos opaca el horizonte.

Tal vez sea una oficina bonita, con luz natural, decorada a nuestro gusto. A lo mejor sea triste y oscura. O sea un coworking, el bar de la esquina, el camión de reparto, el rincón de nuestra casa, la carnicería del barrio, el banco de plaza, la roca de la montaña o la reposera de la playa. Usamos biblioratos, libros rubricados, cuadernos, remitos, PCs, notebooks, tablets o celulares. O nada de eso, somos artesanos en la vida.

Podemos estar solos o acompañados. La cuestión es cómo hacemos para vivir el presente mientras nos sentimos útiles ganándonos el pan de cada día mientras entendemos cuán relevante somos como engranaje del gran motor que es la empresa.

Porque toda empresa, grande o pequeñísima, tiene cultura y políticas escritas o implícitas. Y muchas veces nos sentimos acorralados por esa cultura o esas políticas, con temor a romperlas, a salirnos del lineamiento aunque estemos obrando con ética. Entonces, ¿cómo hacer para vivir la jornada laboral a conciencia y disfrutarla? La respuesta es Slow. Y lo slow, lento en inglés, lleva tiempo, sin pausa pero sin prisa, así que esta nota vendrá en cuotas.

Hagamos historia «reciente», esa historia que vivimos a través de nuestros abuelos y de nosotros mismos. Hace poco más de un siglo atrás, medio mundo llegaba a la Argentina huyendo de las guerras, de las persecuciones religiosas y del hambre, dejando atrás costumbres básicas como ir a buscar todos los días el agua al arroyo cercano, ordeñar la vaca o la cabra o la oveja o la búfala, arar el campo, amasar el pan del día, lavar y coser la vestimenta, juntarse con la familia y los vecinos para hacer el aceite de oliva, la conserva de tomates, las mermeladas de frutas, el chucrut, los embutidos, etc etc etc. Trabajos básicos que se compartían junto a una emocionante realidad de carne y hueso. El estrés pasaba por conseguir un buen plato de comida para la familia durante todo el año y de resguardarnos de las enfermedades para las cuales no había cura. Esa era la oficina común hace 100 años (y para muchos sigue siendo hoy día), aunque ya resonaba la automatización industrial y el emprendedurismo. Los inmigrantes mismos y sus hijos echaron raíces en esta dadivosa tierra fértil y de paz, soñando con el bienestar de sus queridos. Y sin esfuerzo, nada se consigue, por lo que «olvidaron» sus costumbres básicas y se «internaron» en grises oficinas comerciales o industriales convencidos de que eso era progreso para ellos mismos y para la nación que noblemente los aceptó. Gracias a ellos y a su «vivir para trabajar» hoy muchos tenemos educación y bienestar, pero la inmensidad de las grandes ciudades nos empezó a despersonalizar. De tomar mate con los vecinos del barrio en la puerta por las tardes, pasamos a desearles buen día y buenas noches camino a casa.

En la década de los 90 se puso de moda Wall Street y la gran vorágine de la City. Estar ahí era sentirse grande. Se masificaron las computadoras, el «just in time» y la automatización. El inicio de Internet y de la comunicación global. Correr a contrarreloj era el sueño de muchos. «Dinero fácil» se creía. Y el estrés pasaba por compartir la vida con compañeros de trabajo en una carrera contrarreloj por cumplir objetivos que asegurasen la prosperidad de nuestra empresa. La familia y los amigos en segundo plano, «entenderán que el bienestar familiar es resultado del sacrificio por obtener la prosperidad de la empresa». No hay golpes de suerte. Suerte es igual a esfuerzo bien planificado en el tiempo. Seguíamos «internados» en las oficinas y en las industrias, y nos olvidamos de desearle buenos días al vecino desconocido del mismo edificio donde dormimos y a aquel con quien compartimos la cola de las compras o del cajero automático. Hacé una pausa y recordá: nuestros abuelos y bisabuelos se desplazaban kilómetros por el campo y conocían por el nombre de pila a la gente de los pueblos vecinos. Nosotros no conocemos al que vive a 20 metros… Algo no anda bien.

Llegamos a hoy, en que las comunicaciones están a la orden del día y la información (confiable o fake) nos abunda, y que no sabemos qué hacer con tanto que no existe, que es intangible pero que lo creemos, que es opinión o noticia o fantasía, que no lo podemos tocar y que nos permite decidir. En que el Estado avanzó muchísimo en la formalización del empleo como política para conseguir el bienestar de la población pero una parte de la economía sigue siendo informal. Y con los vicios de la tecnología, cuyo mundo virtual nos da una escala de valores desequilibrada que nos hace presuponer que lograr un kilo de harina de buena molienda, o un kilo de buena miel pura, o un kilo de tomates con gusto, cuesta menos que una hora de trabajo de oficina. Por más automatización que haya, el ciclo de la naturaleza requiere de paciencia y de cuidados, de esfuerzo y de tiempo. La espera sin celular en mano, algo a lo que nos desacostumbramos tanto en estos tiempos, jamás nos aburre, sino que nos conecta con el mundo, nos hace valorar la vida, el clima, la persona que cruza la calle delante nuestro a quien podemos desearle un buen día, la planta que viste nuestro escritorio y que silenciosamente purifica nuestro aire, la ensalada o la sopa que nutre nuestro cuerpo, nuestra respiración y nuestra felicidad, y nos permite encontrarnos con nosotros mismos. Y con otros seres de carne y hueso con quienes compartir y emocionarnos.

El trabajo es salud. Toda persona feliz tiene ocupación/es que la motiva/n a celebrar la vida. Las agendas apretadas son un error de cálculo muy nocivo para nuestra salud física y emocional. También lo son las agendas con demasiado tiempo ocioso. Slow no es quedarnos sin hacer nada, sino disfrutar el camino. Sin prisa pero sin pausa, como dije antes. Y ese «caminar atento», estemos donde estemos, incluye el dedicar tiempo a empatizar con el otro a través de un buen mate, una buena comida, una charla de lo que nos emociona a todos o de un trato comercial que valore justamente su trabajo.

Empecemos por ahí para vivir una oficina slow. ¡Que tengas unos buenos días hasta la próxima!