Política | Corrientes
La ex presidenta reapareció en Corrientes con un mensaje cargado de victimismo político y confrontación, en medio de un escenario judicial cada vez más incómodo para su figura. El contraste entre su reclamo de participación y las múltiples causas que la rodean vuelve a poner en debate el doble estándar de la justicia argentina.
Cristina Fernández de Kirchner regresó a escena con fuerza desde Paso de los Libres, Corrientes, donde brindó un encendido discurso para respaldar al candidato peronista Martín Ascúa, pero también para lanzar una nueva ofensiva política y judicial. “Piden que me metan presa, dicen que estoy acabada, entonces ¿por qué no me dejan competir y me derrotan?”, exclamó ante la militancia.
La frase no fue casual ni ingenua. En medio de un escenario judicial cada vez más comprometido, la ex presidenta apela a la construcción de un relato de persecución, intentando diluir la solidez de las pruebas acumuladas en su contra con la fuerza de una narrativa política. Un país con una justicia a dos velocidades —una para algunos, otra para los poderosos— no puede aspirar a ser ejemplo de nada.
Cristina, además, reconoció que el último gobierno peronista “no estuvo a la altura”, y redobló críticas contra Javier Milei, apuntando especialmente al recorte de derechos en jubilaciones y discapacidad: “Tener un hijo discapacitado no puede ser una maldición de Dios, ¿cómo se puede ser tan energúmeno, tan hijo de puta?”, expresó sin filtros, al borde de la desmesura.
Su presencia en Corrientes no sólo fue electoral, sino estratégica. En plena pulseada judicial, anunció su candidatura a nivel bonaerense y denunció una reacción organizada para impedirle competir: “Salió el anuncio y se desataron los demonios. Salieron de todos lados a pedir que me metan presa”.
El contexto es revelador. Mientras en el Congreso se discuten reformas estructurales y la justicia acumula expedientes en su contra, Cristina Kirchner ensaya un regreso desde el lugar que mejor domina: el escenario de la polarización.
La paradoja, sin embargo, es inevitable: ¿Cómo puede alguien que se victimiza por la falta de democracia, al mismo tiempo eludir —una y otra vez— rendir cuentas ante la justicia? Es una pregunta que muchos se hacen en silencio en un país donde los grises judiciales han reemplazado hace tiempo a la ley escrita.
Y mientras ella habla de persecuciones, muchos ciudadanos se preguntan por qué, con todas las pruebas acumuladas en los tribunales, una figura con tantas causas abiertas aún goza de libertad plena y tribuna política.
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