Crece la impresión que Hizbulá ganó la guerra, pero el Líbano la perdió


El Gobierno israelí y la milicia chií de Hizbulá se atribuyen la victoria tras un mes de guerra desigual, pero crece en la región la impresión de que Hizbulá ha sido un claro ganador, a costa de un perdedor que no es otro que el Líbano.


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15/08/2006 - El Cairo - Con un Olmert que ya empieza a luchar por la supervivencia política ante un Likud que busca descabalgarlo del poder y un Ejército divorciado de la clase política por culpa de esta guerra, parece evidente que Israel no puede cantar victoria.

Puede parecer paradójico ver como ganador a un movimiento que ha visto como todos sus bastiones -el sur del Líbano, el valle de la Bekaa y los barrios de Dahiye, en el sur de Beirut- han quedado reducidos a escombros.

Pero este movimiento de guerrilleros a la antigua usanza ha conseguido aguantar el tipo ante el Ejército más potente de Oriente Medio, les ha causado la muerte de 118 militares, les ha destruido un helicóptero y varios carros de combate y les hace volver a casa con la sensación de no haber logrado los objetivos.

Conviene no olvidar que la guerra comenzó para rescatar a los dos soldados israelíes capturados por Hizbulá el 12 de julio y con el objetivo declarado por parte de Israel de desarmar a la milicia de la "Resistencia Islámica", brazo armado de Hizbulá.

Ninguno de los dos objetivos se ha cumplido.

El primer ministro israelí, Ehud Olmert, vende ahora como gran victoria -ante el escepticismo de sus opositores en Israel- el hecho de que se obligue a Hizbulá a replegarse al norte del río Litani, y que su lugar pase a estar ocupado por tropas internacionales y del Ejército libanés.

Sin embargo, verificar y garantizar esa retirada va a ser tarea complicada, toda vez que las milicias de Hizbulá no se parecen en nada a un Ejército regular, sino que nutren sus filas en una sociedad chií donde Hizbulá domina como una telaraña política, religiosa, económica y cultural.

¿Quién será capaz de deshacer esa tela de araña?

El secretario general de Hizbulá, Hasan Nasrala, apareció el lunes ante la televisión para jactarse de la "victoria histórica" de su movimiento, y dejó bien claro que no es ahora momento de discutir el desarme de sus milicias.

Y como viene siendo habitual en los últimos discursos, multiplicó las llamadas a la unidad entre los libaneses, tal vez para conjurar los miedos crecientes a una fractura dentro de la sociedad libanesa entre los chiíes (un cuarenta por cien de la población) y el resto del país.

El propio primer ministro, Fuad Siniora, se ha quejado, y con él varios de sus ministros, cristianos, drusos y suníes, de que Hizbulá se haya convertido en un "Estado dentro del Estado"; en otras palabras, que se ha convertido en ingobernable.

Una de las razones de que Hizbulá sea ingobernable es que las demás fuerzas políticas son tan heterogéneas y personalistas que les cuesta encontrar ese discurso unitario que llegaron a tener, breve como un espejismo, tras el asesinato de Rafic Hariri.

Ante el guirigay que forman los suníes, cristianos y drusos, los chiíes obedecen en bloque las consignas de Hizbulá y les quedan ánimos para subirse encima de los escombros de sus propias casas con una foto de Nasrala y hacer la señal de la victoria.

A toda esta gente fiel hasta la última gota de su sangre, Hizbulá ya les ha prometido que reconstruirá sus casas y les pagará hasta un año de alquileres.

Pero, ¿quién pagará la reconstrucción del aeropuerto, de los puertos del país, de los 73 puentes, los 630 kilómetros de carreteras inutilizados, las plantas eléctricas y de bombeo de agua; quién pondrá de nuevo el país a andar?

Resulta chocante ver que Nasralá habla de la victoria histórica en medio de un paisaje de escombros y ruinas: Hizbulá habrá ganado, pero el Líbano ha perdido. EFE

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