26/06/2006 - Berlín (EFE - Rodrigo Zuleta).- La llegada a la selección de José Pekerman y de Jürgen Klinsmann ya tuvo algunas cosas en común.
Cuando los nombraron en el cargo, nadie pensaba en ellos. En Argentina se había buscado infructuosamente que Carlos Bianchi asumiera el equipo nacional y en Alemania el candidato deseado era Ottmar Hitzfeld, dos entrenadores que habían ganado todo lo que se podía ganar a nivel de clubes en sus respectivos continentes.
Pekerman y Klinsmann, en cambio, nunca habían dirigido un club profesional -Klinsmann ni siquiera había dirigido nunca un equipo- y eso generó algunos comentarios destemplados.
Cuando asumieron sus respectivos cargos, sin embargo, ambos se ganaron muy pronto el respeto de sus jugadores, independientemente de que por fuera del grupo siguiera habiendo acérrimos críticos.
Pekerman aprovechó el crédito que se había ganado entre muchos de los internacionales actuales como seleccionador juvenil mientras que el fundamento del trabajo de Klinsmann fue su experiencia como capitán y líder de la selección alemana en los años noventa.
Más que esas similitudes exteriores, sin embargo, los que más los aproxima es que ambos han hecho revoluciones más o menos silenciosas que son una especie de vuelta a los orígenes.
"Una nación futbolística como Alemania necesita una identidad a la que agarrarse", ha repetido Klinsmann hasta la saciedad para explicar después que esa identidad se basa en "una filosofía del juego orientada siempre hacia adelante y con velocidad".
Pekerman volvió a las tradicionales virtudes argentinas de buen toque de pelota y búsqueda de la creatividad, mientras que su antecesor, Marcelo Bielsa, había procurado en parte europeizar a los argentinos y montar un tipo de fútbol basado en el rendimiento físico y en el buen trabajo defensivo.
Klinsmann también pasó de una filosofía un tanto conservadora que había profesado su antecesor Rudi Voeller, que quería que su equipo tuviera el mayor tiempo posible el balón pero ante todo que el contrario no lo tuviera, para tratar de recuperar el juego típico alemán, caracterizado por la búsqueda de llegar al área contraria lo más rápido posible.
"Se trata de jugar hacia adelante lo más rápido posible. Si pierdes el balón en el área contraria la cosa no es tan grave", ha explicado el asistente de Klinsmann, Joachim Low.
Ahora, para jugar ese tipo de fútbol se necesita una gran condición física y Klinsmann ha recurrido a métodos bastante heterodoxos para poner en forma a sus jugadores, como el someterlos a test realizados por los expertos de la empresa estadounidense Athletes Perfomance que normalmente no se ocupa de futbolistas sino de otro tipo de deportistas.
Las críticas a esas innovaciones han enmudecido ahora, cuando se ven los frutos del esfuerzo en el Mundial y, lo que es más significativo, los jugadores defienden a capa y espada todo el proceso Klinsmann.
Al igual que Klinsmann y sus jugadores, Pekerman y los suyos están convencidos, y lo repiten como si fuera una fórmula mágica en cada ocasión que tienen, de que sus selecciones van por un buen camino.
Ambos, además, se han esforzado por fomentar el espíritu de grupo entre sus internacionales y han tratado de introducir en sus países un cambios de mentalidad.
Pekerman ha tratado de que los argentinos pongan los pies en la tierra y asuman que desde 1986 no han sido campeones del mundo y que desde entonces siempre ha habido un equipo mejor.
Klinsmann intenta inculcar a los suyos la poco alemana virtud del optimismo y, desde que asumió el cargo, ha procurado convencerlos de que pueden ser campeones del mundo pese a todos los problemas que había por delante cuando asumió el cargo.
Ahora, con los dos equipos en cuartos de final y a punto de enfrentarse entre ellos, las escuelas creadas por Klinsmann y Pekerman son respetadas en cada uno de los dos países, que sueñan con un nuevo título mundial. EFE