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Cuentas pendientes que tengo con Frank

{ 03:34 AM, 5/4/2008 } { 0 comentarios } { Link }
    Otra vez desperté en la celda y percatándome de que ésa era la espantosa realidad y no lo era el sueño y no la pesadilla, pensé en él; único paisaje del que podía disfrutar, al que podía contemplar en mi cautiverio... la única luz, aunque mortecina, que entraba en la helada prisión por las mañanas y aquí viene lo verdaderamente mágico: también solía hacerlo por las noches. Ya hace semanas o meses, pues realmente no sé cuanto tiempo he pasado aquí, que asumí que estoy condenada a ver como única luz la de sus ojos y tal vez en un esfuerzo por sobrellevar mi condena comencé a disfrutarlo. Por eso y porque debe traerme la comida es que lo espero ansiosa cada día, cada noche. Oí un repiqueteo de llaves; creo que nunca sabe cual es la de mi habitación, porque prueba una y otra vez antes de abrir. Por fin lo vi entrar, trayéndome alimentos, una palabra de aliento, y una sonrisa forzada, que, Dios quiera, con el correr de los minutos se ablande y brote de un modo más natural. Siempre sucede. Siempre sucede también que el primer instante de contacto visual con él no es precisamente ameno. Pero con el correr de los minutos, al parecer así lo quiere Dios, se me antoja agradable y hasta bello. Casi me enamora la aspereza de su voz, su tono grave... la particular cadencia que tiene al hablar, sus pequeños pero vivaces ojos color café y sus delgados labios que apenas se mueven cuando pronuncia las palabras, mientras en ellos instala una mueca risueña, quizá por nerviosismo, quizá por costumbre. Quiero decir con esto que ha de ser un gesto característico en él. -Buenos días mi niña –me dijo y respondí con voz soñolienta. -Hola Frank ¿qué me traes hoy? -Café con leche pequeña, pan tostado y miel.         Considerando que estoy secuestrada la atención es buena. Se inclinó a mi lado para depositar la bandeja en el suelo y el cabello le cayó sobre el rostro resguardándolo, de momento, de mi insistente mirada. -¡Que delicia! -exclamé, no por el desayuno sino por él, fue casi inconsciente y no creo que lo haya advertido. Frank habló largo rato, habla conmigo porque parezco escucharlo; no sabe que me pierdo en el detalle de todo lo que percibo de dulzura en él ¡cuanto disfruto observándolo! De vez en vez solo me acompaña en silencio o se sienta en un rincón a leer un libro mientras tomo los alimentos que él me da. Habló de mi padre, de los planes que tenía para mí. Lo escuché como quien oye un cuento, pues, apenas recuerdo a mi padre. Luego enmudeció y así, callado, permaneció... pude contemplarlo entonces sin la hipnótica melodía de su voz intercediendo en favor de él. Respirando hondo hallé un nuevo atractivo: su perfume. Sus perfumes. El de su piel, el de su pelo... y el más peligroso de todos: el de su aliento, al que pude captar cuando, cual bocanada de sueños incumplidos, soltó un largo suspiro. No es la primera vez que lo veo u oigo suspirar pero sus antiguos suspiros nunca han contenido la nostalgia de aquel que me dedicara esa mañana y si bien no me lo había dedicado yo me apropié de él. Entonces sonreí con toda mi extensión para qué lo supiera y para que pudiera también de tal gesto apropiarse. No sé por qué tengo la sensación de que no toma en cuenta ciertas actitudes que tengo para con su persona por lo que me vi en la penosa obligación de hablar. -¿Y ese suspiro? -pregunté -Cansancio -respondió sin pensarlo mucho. O es rápido inventando excusas o fue sincero y estaba cansado y yo fui tonta y me ilusioné en vano. Me aboqué nuevamente a la contemplación. Yo, porque en esta triste oscuridad no tengo nombre, no tengo reflejo, pues, no hay luz en mi celda y menos que luz espejos, solo puedo existir en él. Solo él es mi mundo. Solo él tiene imagen y nombre. Solo en su presencia tengo voz, pues solo con él puedo conversar y si hablo a solas, lo hago por lo bajo, por lo que no reconozco mi timbre de voz y por de a ratos lo olvido. Me encontré recorriéndome el rostro con las manos buscando de algún modo mi identidad y percatándome de que pudo haberme visto escondí las manos y escondí el rostro. Esa mañana casi no creía en Dios ¿cómo podía creer en él si a duras penas en mí creía? -Frank -dije y esperé de sus labios una respuesta. Él volvió hacia mí su mirada y esperó también. -Necesito que me abraces... Su expresión fue al oír mis palabras, el más cálido de los abrazos y el abrazo que devino, lo más parecido a la libertad según la recordaba. Me escondí entre su pelo como jugando con él, mis labios sin quererlo se posaron en su piel. Por fin sentí que podía inspirarle algo más que cansancio. Un escalofrío recorrió su espalda, tembló entre mis brazos y no pude contenerlo. -No mi niña, -dijo evasivo- Sería un error. -Ya no tengo padre, no tengo Dios, en nada creo, estoy vacía -respondí llorando-¡lléname Frank! Eres lo único que tengo... Él intentó consolarme con caricias y tal vez por autocompasión lloré con más fuerza; mejor dicho, con mis fuerzas casi extintas me deshice en lágrimas. Mientras, gracias a ese dios que ya no me amaba o al que ya no podía amar, Frank me sostuvo. Me apuntalaba cada vez que me notaba inestable ¿gracias a quien? No, no a Dios, gracias a él, a mi Frank; mi luz, mi dios poco poderoso pero en definitiva el único que me confiesa y siempre, siempre me absuelve. -Quiero amarte Frank -le dije al oído- ya no creo en el alma, permíteme creer en la carne al menos... ya no la siento... me es ajena. Se dejó llevar. Sin Dios, sin patria, ni padre, parece ser fácil soltar las riendas de los instintos. Su aliento era dentro de mi boca un manjar, al que bien supo reemplazar hundiendo sus dedos en la miel que trajera para mi desayuno e invitándome a probar. -Frank… Frank… Frank -repetí una y otra vez como si pronunciar su nombre me acercara más a él. Tuvo para mí una piadosa respuesta: -Aquí me tienes mi niña, estoy contigo. ¡Solo eso necesitaba! Su nombre parecía tener un sabor y una textura exquisitos al pasearse por mi boca “Frank… Frank” y con la miel se mezclaba y con sus besos. Busqué en sus negras pupilas mi reflejo, pues mi verdadero fin era el de hallarme. Sin ir más lejos, ayer mientras tomaba un baño, pues Frank es un buen hombre y no solo me brinda alimentos sino también ciertos cuidados, intenté verme en el agua. Ya no soy la niña de papá y no por el simple hecho de que él no esté, sino porque no puedo perdonarlo, ni respetarlo, ni hacer caso de lo que me enseñó... ya no soy aquella que asistía a misa domingo tras domingo... y si no creo ya siquiera en mis antiguas convicciones, ¿por qué no perder a manos de Frank lo que fuera mi más preciado tesoro? -Hazme tuya, Frank –exclamé- hazme tuya... Él me besó liberando a su vez mi cuerpo de las opresoras vestiduras y luego a mi pubis con su boca de la opresora castidad liberó. ¡No papá, no Dios, no es esto real! Es solo producto de mi fustigado entendimiento haciendo un sobrehumano esfuerzo por revivir. Creí que dolería como una daga abriendo en mi piel una mortal herida. Frank penetró en mí y el dolor que había temido sentir no apareció. ¿Acaso el claustro y la penumbra habían cegado mi sensibilidad? La lasciva lengua del hombre interpretaba sobre mi pecho una danza que solo pudo haber aprendido en los confines del averno, si es que en algún punto éste y el cielo se unen, para confundirse en una sutil línea de horizonte. Celestial y endemoniada era la conjunción de nuestros cuerpos, ardimos en llamas pero las sábanas se empaparon... De pronto un nuevo y sufrido suspiro brotó de entre sus labios y como si se arrojase al fuego un puñado de tierra húmeda, éste se apagó. El cuerpo de Frank cayó pesadamente a mi lado y en cuanto hubo recobrado las fuerzas, simplemente se marchó. Quedé nuevamente sola en la celda, él regresaría por la noche para que el círculo recomenzase. En primera instancia, el rechazo, luego sin tiempo mediante, el deseo y la comunión de la carne.
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