Steve Copeland es jugador compulsivo: arroja los dados sobre el verde paño cual jeque de antaño, posa su cabeza en almohadones que simulan ser tableros de backgamon y entrega cartas de póquer en lugar de su tarjeta personal a potenciales clientes ludópatas. Su vida es una suerte de ruleta, mas la propia suerte rara vez está de su lado. Como pulpo amordazado destila su estilo en casinos y quermeses, brillando, a veces...
 

Las flores de misiva le encomiaron a un bolsista del que nadie bien hablaba. El nimbo 401 se agriaba al ondear de las banderolas de tacha sindical aguantada por los bruscos de siempre, como sus transpiradas manitas abollaran la roñosa cánula de fullería si es  que vedados a hacer frente del asta estaban. Nadie les invitaba un pellizco, salidote de viejas espuertas en que residían con otros tantos extraños bollitos, comúnmente estimados por gran parte de las estirpes partidarias de las infantiles reunioncitas dominicales en torno al mate... y la envidia del oso polar con sarna del iceberg de más allá? pocos lo evocan ya... cuatro decenios y ni un infeliz artículo de segunda en un pasquín amarillista... Así se opera la desdentada máquina pensada para el colofón de los groseros que aprehendieron el escollo del este en noviembre último pasado.