El profesor

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Lolita - 12:02 AM, 4/6/2007

La tarde va cayendo y voy pateando baldosas por la calle, esquivando estudiantes, hasta cruzar el portón de entrada. Pueden creerlo? Silbo un tema de Charly como un púber ansioso que va a su primera cita con la chica de pecas. Sí, como esa rubiecita que conocí en la parroquia del barrio. Esa que me dijo que no, hasta que invité a su mejor amiga a la plaza, y vino ella también, y yo festejé porque creí- un pobre iluso- que había revelado el esquivo secreto femenino. Ese día encendí mi primer Jockey. Fue el último. Ella me miró espantada- teníamos once años- y no quiso ser mi novia- quería un deportista- y yo al final, descubrí que no había entendido nada de la vida.

*  *  *

Ella me espera. Morocha, ojos oscuros, tiene una mirada impertinente, las curvas pronunciadas, la voz tímida y la boca jugosa como un durazno.
Demoró tantos años... En los primeros encuentros, confieso, confundía su carita con la de otra alumna. Pero al poco tiempo, ya las diferenciaba bien. La primera vez que la vi tenía unos jeans azules y remera blanca. Cara lavada. Me pregunté por qué- fue un reproche que me hice durante mucho tiempo- por qué no podía estar sentado en el banco de al lado. No para "hablar" sino para "estar". Aunque años después le seguí los pasos tratando de imitar a Humphrey Bogart en un film de detectives en blanco y negro. Pero en ese momento, tan solo quería estar. Como ahora, estoy. Estoy sentado sobre el escritorio, frente a ella (y a otros también) mientras una voz femenina pasa lista. Lista donde ella figura al final en lapiz. Tremenda metáfora: su apellido en lápiz como su presencia en lápiz. Se desvanece. Pero luego vuelve a aparecer. Aparece y desaparece. "Esa inconstancia no es algo heroico es más bien algo enfermo...", dice Gustavo en mi oído. Ay, Lolita!

*  *  *

-"Para analizar la composición de la imagen en la pantalla vamos a tomar las 3 leyes de la fotografía: cerramiento, convergencia y contraste", digo y pienso en el contraste. Algo en ella produce un contraste  con las otras alumnas. Ese aire distraído y a su vez envolvente. Näive y juguetón. Desafiante y pudorosa alumna del Colegio Nuestra Señora del Huerto. ¿La imaginan? La pollera gris, las medias 3/4, los mocasines y la camisa a la que le falta un botón justo ahí donde empieza la curva de los pechos. Ella tiene una sonrisa inocente. Las revistas promocionan el boom de las Lolitas y yo, en mi cuarto, con la madrugada encima, me siento Vladimir Nabokob, ansioso por levantarle un poco- solo un poco, Señor- la pollera a tablas. Perdón, puedo...? Puede mi mano recorrer esa piel, acariciando sus muslos firmes... ah! esa piel suave e inmaculada...

-"Entonces, el trabajo lo entregamos dentro de 15 días?", alguien pregunta arrancándome de mi ensoñación.
-"Si, si", tartamudeo, desorientado y algo enojado.
Pero me cruzo con su mirada y el enojo se va. Estaba jugando con sus cabellos pero ahora se come las uñas. Las mordisquea nerviosamente.

 

De chica era muy ingenua, pero me fui dando la cabeza contra el piso, porque creía que toda la gente era buena y me quería de verdad. Y si te das cuenta de que no es así, te duele.

 

Parece que no me mira pero sé que no es así. Espera que la mire para volver a cruzarnos las miradas. Nos cruzamos y esta vez me mira como un león a punto de saltar. Quisiera ser su presa. No. Si por un instante me llegase a sonreir, sé que me encuentro con Heidi. Estoy a punto de decir que, si quiere, soy el pastor de ovejas. O el abuelo...

 

Mi papá estuvo siempre ausente. Su lugar lo ocupó mi abuelo. Un hombre rudo, bastante tosco. Aunque se preocupaba por mí y me cuidaba... también me pegaba. Qué irónico, no? Me llevaba a la escuela y a la Sala infantil de la Biblioteca Argentina pero puertas adentro me golpeaba...

 

Siento la urgente necesidad de protegerla. No quiero que nada la lastime. No quiero que haya ningun "otro", pienso, mientras demoro mi mirada en la comisura de sus labios. Ella lo tiene claro porque baja la mirada y se acomoda el pelo detrás de la oreja. "Seduzco con la ingenuidad", leo en su gesto, "no, no quiero seducir a nadie", agrega. Quiero decirle que a mí las seductoras no me gustan, que lo vaya pensando. Pero Lola no me presta atención. Habla con un compañero que le dice algo gracioso. O por lo menos eso parece porque ella le contesta con una amable sonrisa. Cómo se atreve? Cómo se atreve a regalarle a otro esa sonrisa?

 

Tenía 14 años y estaba enamorada de él. Pero creo que él no lo sabía. Conocí a Gabriel a través de una amiga. A ella también le gustaba Gabriel. Imagináte, yo no sabía que hacer: ni con él ni con ella. Una noche, después del boliche, pasó. Fue una experiencia maravillosa. Después sobrevino la hecatombe. Gritos, peleas. Amistades rotas y amores perdidos. Pero yo no podía simplemente dejarlo ir... Hoy, él está casado y tiene hijos. Hoy, recuerdo a Gabriel con una sonrisa.

 

Un sudor frío me baja por la frente. No quiero ver más. Finjo ignorarla pero me muero de celos. Qué tiene él de especial? Por qué capta su atención? Me siento como un novio abandonado justo cuando iba a dar el sí...

 

No sé si quisiera casarme pero me gustaría tener hijos en algún momento. Soy bastante casera. Me gusta cocinar, me gusta mirar pelis en la cama, me gustan los abrazos y los besos. Y, por supuesto, me gusta leer... y me gusta más todavía si tengo al lado unos buenos mates de leche con coco y canela, como los preparaba mi abuela.

 

Ahora, el fulano le pasa un mate. Ella lo toma suavemente con las dos manos. Parece que ejecuta un ritual. Los movimientos son lentos, cuidados, medidos. Apoya sus labios rosados sobre la bombilla y sorbe. Sabe que la estoy mirando. Pero Lola ya no está frente a mí. Mira hacia la pantalla del televisor. Yo estoy atrás de ella pero alcanzo a verla casi de perfil. Sigue con el mate. Con una mano lo toma de abajo y con la otra del costado. Chupa y traga. La operación se repite y en la pantalla los ratones se disparan para todos lados. Sonríe. Fin de la performance.

 

Siempre me gustó el teatro. Teatro no es simulación. Es una catarsis, una forma de decir lo que quizá no podés decir por otros medios- o sí, pero preferis decirlo de esa manera. Es una puesta, de la mente y del cuerpo, en un acto de compromiso. En este sentido se parece mucho al juego. Rescato el valor de lo lúdico. Es una gran enseñanza.

 

-Bueno, chicos, el jueves que viene hay paro. Nos vemos la otra semana- dice mi colega, el otro profesor.
Lola se da vuelta. Hay un dejo de tristeza en su mirada. También en la mía. No quiero que nos separemos. Ni 2 semanas, ni 2 días, ni 2 horas, no quiero esperar nada. Afuera es de noche, está oscuro y hace frío. Y yo, sin rumbo fijo, otra vez, pateo las baldosas. No tiene pecas, pienso, aunque sí un lunar sobre el labio- como si fuese un consuelo. Ay! Lolita... la fantasía del viejo Vladimir...

 

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