ENTUBADO

Piratas del Arroyo

{ 05:20 PM, 27/3/2007 } { 6 comentarios } { Link }

El arroyo Napostá supo ser el límite norte de la ciudad, la frontera real y la frontera sentida, aquella que una vez traspuesta significaba la despedida del caminante. En las épocas de la fundación, cuando Bahía Blanca era sólo una fortificación de murallas de adobe con algunos ranchos alrededor, las elevaciones tras la orilla del arroyo servían de puesto de observación para los indios bomberos de Calfucurá, que vigilaban desde allí los movimientos de los huincas. Con el avance del tiempo y la población, el curso de agua pasó a formar parte del paisaje urbano. Ahora, la mitad de la clase alta bahiense vive sobre aquellas elevaciones, en un paquetísimo barrio de casas fastuosas y autos imposibles, en donde un siglo y medio atrás sólo había araucanos en pelotas y a caballo.

El arroyo se forma allá lejos, en las sierras, por la unión entre los deshielos de los años crudos y los pequeños surgentes naturales. Desde las tierras altas, el Napostá corretea hacia la planicie sin el caudal ni la gloria de otros ríos de postal. En la llanura y en su parte más libre, el arroyo no sobrepasa los diez metros de ancho. Ya en la ciudad, los terraplenes de la civilización lo encajonaron en apenas un par de metros. Pero el máximo de la humillación lo alcanza en el Parque de Mayo, el mayor paseo de la ciudad, el sitio de recreo de todos los domingueros, pese a los yuyos mal cortados y al aturdidor chillido de las miles de cotorras que, por algún misterioso designio de la ecología, decidieron habitar sus añosos árboles. Apenas ingresa al Parque, el arroyo gira hacia el este y pierde allí parte de su caudal en un canal derivador que sigue rumbo al mar con dirección sur. Durante el siglo pasado, el Parque de Mayo fue propiedad privada. Los lugareños lo llamaban "los Bañados de Giménez", en honor a su propietario y a la costumbre que tenía de inundarse en cuanto caían dos gotas y el Napostá bajaba bravo. Posteriormente, las tierras pasaron a la provincia y más tarde al municipio, cuyas sucesivas administraciones intentaron siempre rescatarlas como "área verde de recreación". Uno de esos gobiernos municipales construyó el canal que logró terminar con las inundaciones. Ahora, cuando el caudal crece desmesuradamente, parte del agua deriva a él. Pero el cauce principal del Napostá continuó siempre hacia el este, buscando por sí mismo la desembocadura al mar, destino último de cualquier curso de agua que se precie de tal. Hasta que otro gobierno (a finales de los ‘70), decidió terminar para siempre con la dignidad a cielo abierto del arroyo y procedió a entubarlo. A 500 metros dentro del Parque, desde el oeste, el Napostá se incrusta en la tierra y se convierte en subterráneo, condición que mantiene a lo largo de 3.750 metros, hasta que sale una vez más a la superficie sobre un costado de la Terminal de Omnibus, en el límite este de la ciudad, sucio, maloliente y en el corazón de una villa miseria. Serpenteando entre casas de chapa y calles de tierra, el Napostá continua su marcha hasta que la ciudad ya no lo es y la costa marítima asoma como un cangrejal barroso. Y es allí, en las proximidades del puerto, donde termina su curso.

El entubado que aprisiona al arroyo es una caverna de cemento de unos tres metros de diámetro. En la época de sequía, nunca se llena más allá de la mitad; pero cuando llueve en abundancia, el conducto rebosa de agua y en algunos casos, enlentece la corriente y actúa como dique, provocando el desborde del cauce arroyo arriba.

Es aquí donde nace la historia y se unen las vidas de nuestros personajes: los únicos y verdaderos piratas del arroyo.

Continuará...



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