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Rafael María Baralt ~ Francisco Arias Solís9/6/2010
 

EN EL II CENTENARIO DE RAFAEL MARÍA BARALT

(1810-1860).


Que si la tierra va a su carro uncida,

como esclavo sin alma,

de libertad la palma

quiero en mis manos mantener asida.”

Rafael María Baralt.


LA PRIMERA VOZ AMERICANA

EN LA ACADEMIA DE LA LENGUA.


El nombre de Baralt, para la mayoría, viene ligado a la memoria de su famoso Diccionario de galicismos, que se sigue reeditando, porque junto a conceptos ya fatigados contiene mucha lección vivaz de un buen decir castellano.


Pero la personalidad de Rafael María Baralt trasciende a su saber filológico, exaltado por Andrés Bello y por Milá y Fontanals. Nieto de un marino catalán oriundo de Arenys de Mar, Baralt había nacido en Maracaibo de Venezuela el 3 de julio de 1810. Recibió educación humanística en su ciudad nativa y en Bogotá; militó en el ejército de su país, alcanzando el grado de capitán y se inició en la vida literaria venezolana en el periodismo. A los treinta años, Baralt dio cima a su asombrosa Historia de Venezuela, en tres volúmenes, que imprimió en París (1841), acaso el gran libro “clásico” de la literatura hispanoamericana. Marco Fidel Suárez apunta: “El que sienta deseos de escribir bien, lea esa Historia. ¡Qué sencillez, qué idioma tan casto, qué elegancia, qué claridad, qué primor!”


Fue precisamente su personalidad de historiador la que calificó a Baralt para ser enviado a España, con objeto de estudiar en los archivos españoles los derechos de Venezuela en la espinosa cuestión de límites con la Guayana británica. Esta circunstancia le avecindó en Sevilla primero y en Madrid después, carrera fulgurante que le llevó en pocos años, al primer plano de la vida intelectual y política de España y le convirtió en el primer escritor de América que alcanzó el honor de ser elegido miembro de número de la Real Academia Española, así como el de ser director de la Imprenta Nacional y poeta laureado en certámenes resonantes. En 1849 obtuvo el primer premio del Liceo de Madrid por su oda a Cristóbal Colón. España lo condecoró como Comendador de la Real Orden de Carlos III.


Para esta época, Rafael María Baralt es nombrado ministro plenipotenciario por la República Dominicana para lograr el reconocimiento de esta isla como nación independiente por parte de España. Por circunstancias políticas España lo desconoce como embajador, lo priva de sus cargos públicos y lo enjuicia en 1857.


El secreto de esta carrera está en su robusta mente pensadora y en la amplitud de sus horizontes, tales como se evidencian en su discurso académico de ingreso que, a juicio de Menéndez Pelayo: “no cede a ningún otro entre los muchos, algunos excelentes que en aquella ocasión y en acto análogo se han pronunciado”.


Sucedía Baralt en su sillón académico a Donoso Cortés. Y acredita su vigor mental el hecho de que lejos de comentar formulariamente el recuerdo debido a su antecesor, en la plenitud de su meteórico prestigio, dedicó la totalidad de su disertación a un análisis impetuoso del pensamiento donosiano, atacándolo precisamente desde un punto de vista católico. Rafael María Maralt murió en Madrid el 4 de enero de 1860.


En el campo puramente literario, aparte del Diccionario de galicismos mencionado y el Proyecto de Diccionario matriz, agrupado por raíces semánticas, que asombró y le abrió las puertas de la Academia, debemos a Baralt una producción poética que, si se estudia dentro de los supuestos retóricos en que se mueve, formando parte de la reacción formalista que sucedió al desbordado romanticismo esproncediano, suscita la mejor consideración por parte de un lector de hoy. Y como dijo nuestro poeta: “Vuelve Teresa a do empezó tu vida / o pagando el amor que me inspiraste / dame una patria en el hispano suelo”.


Francisco Arias Solís


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Antonio de Solís y Rivadeneyra ~ Francisco Arias Solís7/6/2010
 

EN EL IV CENTENARIO DE ANTONIO DE SOLIS Y RIVADENEYRA

(1610-1686)

 

Decidme en lo que estimáis

vuestros suspiros constantes,

aunque en lo poco que cuestan

se ven lo poco que valen.”

Antonio de Solís. El amor al uso.


LA VOZ DE UN NOTABLE ARTISTA


Solís tiene una gran importancia como historiador, pero fue muy celebrado también como comediógrafo. Su teatro se distingue por su predominante tono satírico, particularmente en torno al tema del amor, cuyos móviles examina de un modo realista, positivo y, a veces, cínico, bien diferente de las caballerescas actitudes que parecen consustanciales con la comedia áurea española. Quizá por este cinismo elegante las comedias amorosas de Solís fueron gustadas y celebradas durante el siglo XVIII, con preferencia a las obras maestras de otros dramaturgos. Merecen destacarse La gitanilla de Madrid, Un bobo hace ciento, El doctor Carlino, título igual al de una comedia de Góngora, y sobre todo El amor al uso, su mejor obra, que fue traducida por Scarron con el título de L’amour à la mode. Solís escribió poesías líricas –sagradas y profanas- de gusto gongorino, y Cartas.


Antonio de Solís y Rivadeneyra nació en Alcalá de Henares el 18 de julio de 1610. Cursó sus estudios en la Universidad de su ciudad natal para concluirlos en el Universidad salmantina, donde se graduó en los dos derechos.


Compuso su primera comedia, Amor y obligación, a los diecisiete años, en 1627, y estuvo al servicio del Conde de Oropesa, como secretario. En medio de sus dificultades que, como él mismo dice, le dejaron obligado a “deshacerme del coche y comerme las mulas, a fuer de sitiado”, fue protegido por don Alonso Carnero.


Recibió las órdenes sacerdotales a los 57 años (1667), y, a la muerte de Antonio de León de Pinedo (1661), fue designado Solís para cubrir la vacante de Cronista de Indias. Falleció en Madrid, el 19 de abril de 1686, siendo enterrado en la capilla de Nuestra Señora del Destierro del convento de San Bernardo.


El amor al uso es una deliciosa comedia, quizá de las más ágiles y divertidas que, en su especie, ha producido nuestro teatro. Su lectura constituye una gran sorpresa, porque el desenfado de las situaciones y la intención y gracia de los conceptos que allí se exponen sobre el amor son de lo más moderno, y no dudamos que su representación haría las delicias de un público de nuestros días.


Su fama más durable está vinculada a la Historia de la conquista de México, población y progresos de la América septentrional conocida por el nombre de Nueva España cuya primera edición apareció en Madrid en 1684, y que compuso en cumplimiento de sus deberes como cronista de Indias. La obra de Solís es de considerable extensión; su relato se centra, lógicamente, en torno a la figura del conquistador Hernán Cortés pero se ocupa también muy en detalle de todos los otros capitanes –Alvarado, Cristóbal de Olid, Gonzalo de Sandoval, Diego de Ordaz-, de la famosa Marina y de los jefes aztecas; refiere el proceso de la penetración en el país, y concede asimismo gran espacio a las costumbres de los naturales, ritos, ceremonias, creencias, habitaciones, comidas, juegos, vestidos, que no trata agrupadamente en apartados especiales, sino injiriendo su descripciones entre los hechos de las conquistas, según se ofrece ocasión; con ello logra en su libro una amena variedad que cuenta entre sus mayores excelencias.


Solís es una notable artista, y con su Historia se cierra de manera brillante la larga y rica serie de los cronistas del Nuevo Mundo. Su prosa es un modelo de estilo, de la que no puede decirse que represente propiamente el momento en que se produce, porque los epígonos del barroco despeñaban ya la literatura, hacia los mas absurdos excesos. Su arte de narrador se evade de modas y formas caprichosas para mantenerse en un fiel del más genuino clasicismo, si por tal entendemos la afortunada alianza de la belleza y de la sobriedad. Se comprende muy bien que el cambio de gustos no le afectara en las épocas siguientes y que su libro haya gozado en todo tiempo de general estima: Y como dijo nuestro poeta: “Pudo extinguirse el aliento, / más no usurparte la voz / que de la forma veloz / el bronce la ha repetido, / y halla en el bronce el oído, / cuando a los vientos la fía, / no sé que dulce armonía / que dura más que el sonido”.


Francisco Arias Solís


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