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Promoción de la paz, la libertad, la cultura y la tolerancia.

Los lectores de libros por Francisco Arias Solís21/2/2010
 

LOS LECTORES DE LIBROS

 

¡Qué pena de los libros

que nos llenan las manos

de rosas y de estrellas

y lentamente pasan!”

Federico García Lorca.

LOS LIBROS GOZAN DE BUENA SALUD


Ahora es muy corriente que los estudiantes no presten gran atención a las rimeras de volúmenes que súbitamente los circundan, o que si reparan en ellas reaccionen con una pizca de hostilidad (“¿Para qué tanto libro?”, “No estamos para libros”, “Sabiduría muerta y posiblemente falsa “).


Es fácil licenciar esos desamores con las cantinelas usuales: “Esos jóvenes, que se dicen estudiantes, son, en realidad, unos bárbaros. Con la excusa de que hay que vivir al día. Creen que la calle enseña más que los libros, pero en la calle no se aprende lingüística transformacional o mecánica cuántica. Para saber algo un poco a fondo, hay que quemarse las cejas. Otrosí: esos jóvenes descubren cada mañana el Mediterráneo, si fuesen más leídos, sabrían que no poco de lo que rumian consta ya, y mejor, en los libros que les traen sin cuidado. Recuérdese a Goethe : “Gris es toda teoría, y áureo el árbol verde de la vida” O a Antonio Machado (con algunos cambios): “Desprecian cuanto ignoran”. Claro que todo eso se dijo con otro propósito, pero va como anillo al dedo. Etc., etc., etc.


No es menos fácil apuntalar la librofobia mencionada con grandiosas elucubraciones: “La edad de los libros ha llegado a su ocaso. La imagen ha sustituido a la palabra. La televisión ha dado al traste con el libro. Nuestra época electrónica rechaza la comunicación meramente lineal para abrazarse a la comunicación global. Hemos entrado en la era del libro electrónico.” O bien: “La letra impresa es palabra muerta. Ha llegado el momento de actuar y no de leer. Una acción vale por una biblioteca entera. Etc.”


Como siempre, hay un grano de verdad en lo antedicho. Los jóvenes son harto perezosos –y los menos jóvenes empiezan a serlo-. La calle enseña mucho, pero sólo si se está dispuesto a aprender, y en todo caso no enseña ni geometría proyectiva ni química del carbono. Es cierto que muchas veces la lectura de libros es simplemente un refugio, y que algunos se encierran para leer en los momentos en que mejor sería dar la cara. Aunque en otros tiempos no muy lejanos las imágenes no hubiesen sido completamente sustituidas por las líneas impresas, se acentuaba fuertemente el carácter lineal, serial, razonado, de la comunicación, especialmente en la forma del libro, ápice y cima de la letra impresa. No todo el mundo leía libros, pero casi todo el mundo los miraba con cierto pavor; un hombre culto era un hombre “muy leído”. Antaño se había venerado “el libro”, supuesto depósito de sabiduría o de revelación, pero luego se respetaron los libros, en plural, cuantos más mejor. Todo parecía ocurrir para terminar en un libro. Daba tristeza haber leído “todos los libros”, pero cuando emergía la realidad seguía siendo comparada con un libro: el libro de la Naturaleza, el libro de la vida


Los granos de verdad no son más que granos. No es cierto que los libros hayan pasado a la historia, y es menos cierto aún que el lenguaje verbal haya sido desbancado en beneficio de otros no verbales. Nunca hubo tantos libros como ahora en todos los sentidos: nunca se habían publicado tantos, vendidos tantos, leídos tantos. Muchas gentes, por cierto, no leen libros, pero ¿hubo tantas que los leyeran antaño? No sólo absoluta, sino también relativamente, los lectores de libros, incluyendo los jóvenes, son hoy más abundantes que nunca. Como otros muertos que los pesimistas profesionales asesinan sin cesar, los libros declarados fenecidos gozan de buena salud. Y como dijo el poeta: “Yo voy buscando un libro / que me enseñe mi camino, / porque me han dicho las gentes / que ando de veras perdido”.


Francisco Arias Solís


La primera condición para la paz es la voluntad de lograrla.


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Teresa Gracia por Francisco Arias Solís20/2/2010
 

TERESA GRACIA

(1932-2001)


Nace el poeta con la mano herida

porque a ras de la palma le han cortado

el cordón en los dedos enredado

con que a su madre musa estuvo unida.”

Teresa Gracia.


LA VOZ DE UNA NIÑA DE LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN


Teresa Gracia, vivió y se educó en Francia, a donde llegó en 1939, con solo siete años de edad. Escritora desde muy joven, utilizó la lengua francesa como medio de expresión. Ya en su madurez, advirtió que el francés no le bastaba, especialmente, para escribir poesía; que el castellano -lengua que utilizaba en casa- le era imprescindible para expresar su personalidad. Su primer libro de versos con el elocuente título de Destierro y un prólogo de María Zambrano se publicó en 1982.


La poeta, dramaturga y periodista Teresa Gracia García nació en Barcelona el 23 de enero de 1932 y falleció en Madrid el 10 de septiembre de 2001. De padre aragonés, capitán de artillería, y madre burgalesa, siendo muy niña, estuvo unos meses en un internado de monjas teresianas y, posteriormente, pasó a otro internado. Al finalizar la guerra provocada por la rebelión militar del general Franco tuvo que exiliarse a Francia Estuvo en los campos de concentración franceses de Argelès-sur-Mer y de Saint Cyprien, a los que había ido con su madre buscando a su padre. Cursa estudios en el Lycée de Jeunes Filles de Toulouse y entra en contacto con grupos republicanos y anarquistas exiliados. Siendo muy joven conoció en un café parisino al cineasta Eric Rohmer que la hizo protagonista de una de sus primeras películas Berenice. Colaboró en la revista Presente Africain en la que se trataban temas relativos a la descolonización de África y sobre la negritud. Más tarde comisionada por Naciones Unidas trabajó en la FAO en Venezuela e Italia. En Roma editó la edición española de la revista Ceres y trabó una gran amistad con María Zambrano. Hasta 1980 residió en Roma, pero regresó definitivamente a España, al jubilarse como funcionaria internacional de la FAO, aquejada de la enfermedad “Lupus eritematoso discoide” que sobrellevó con una gran entereza hasta su muerte. Fue colaboradora de ABC. Sus restos descansan en el madrileño cementerio civil de La Almudena,


Teresa Gracia escribió y publicó su primera novela en francés, Panama Party, que nunca se tradujó al castellano. Como dramaturga destacan sus obras Las republicanas (1984), en la que se recoge su experiencia de niña exiliada en los campos de concentración franceses, la acción de la obra se desenvuelve en un campo francés para mujeres y niños españoles, Casas Viejas (1992), en la que trata de los trágicos sucesos acaecidos en este municipio gaditano en 1933, y Una mañana, una tarde y una vida de la señorita Pura (1992). Ha publicado los siguientes libros poéticos: Destierro (1982), Meditación de la montaña (1988) y Manifiesto contra el verso libre y cuarenta y tantos sonetos al soneto (1998). María Zambrano escribe en el prólogo de Destierro: “Teresa Gracia... la abandonada-prometida que nunca podrá descansar ni hallar sosiego hasta que llegue el día señalado; la que vela desojada mientras alimenta la lámpara, la que no duerme aunque crea estar dormida. Invicta-derrotada una y otra vez mientras esta nuestra historia dure”. “Entonces comprendí que podía prestar mi voz a los que ya no la tenían. Ese poema, Destierro -nos dice la autora-, ya no es mi voz. Es la de muchos otros, los que quedaron en los campos de concentración tanto tiempo, un año, dos, o quizá sólo un día porque murieron al siguiente.”

Finalizamos esta semblanza de la escritora que vivió desde niña en el exilio, con dos de su interrogantes: “En los años setenta, empezamos muchos a preocuparnos por nuestro retorno. ¿Volveríamos todos juntos, como salimos, salvo los que se quedaron en las playas francesas, en los campos alemanes, en la lucha por la liberación de Francia y en el tiempo? ¿Daríamos abasto para recibir los abrazos de la población reunida en los andenes de las estaciones o en los muelles de los puertos para esperar a sus hermanos de allende la frontera o los mares?”


Francisco Arias Solís


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