El Hombre de las Mil Máscaras

El mañana no es otro nombre del hoy

04:34 PM, 12/7/2007 .. 0 comentarios .. Link

 

Doña Antonieta Esteves Cantarelli es una mujer madura. Digamos, cuarenta o cincuenta años más o menos. Ha vivido las últimas décadas en la ciudad de São Paulo pero ahora está de visita en su pueblo natal, Agreste. Aquí, se reencontró con sus hermanas, su padre, sus amigos y vecinos luego de muchos años de ausencia. Tamaña alegría sienten los humildes  pobladores de este aislado paraje ante la inesperada huésped. Su regreso es todo un acontecimiento que despabila a los más soñolientos en las soporíferas tardes cariocas. Veinte años atrás, o más, ella, Tieta, como la llaman afectuosamente, se fue de la casa paterna, expulsada, avergonzada, acusada del delito de lujuria y promiscuidad. Señalada por el dedo acusador de la moralidad, Tieta abandona el pequeño poblado y se dirige a la gran urbe. Hoy Tieta de Agreste regentea  uno de los prostíbulos más lujosos de Brasil frecuentado por altos funcionarios, reconocidos empresarios y grandes personalidades del arte y la cultura.

Sin embargo, y contra todo pronóstico, Tieta frente a los suyos no siente rencor. No la moviliza el despecho. Es una mujer que despierta simpatía, admiración, dueña de una figura espléndida y de un buen pasar económico. Profundamente generosa y entrañablemente cálida, ella sabe ganarse el afecto de quienes la rodean. “Santa Tieta” llaman en Agreste a quien recientemente a enviudado de un comendador del Papa, hombre de gran fortuna. Pero los habitantes del pueblo desconocen su pasado prostibulario. Esta situación es la que va a generar la tensión nodal en la novela que Jorge Amado decidió llamar como a su protagonista: Tieta de Agreste.

La historia sigue pero vamos a quedarnos acá. Vamos a imaginar que estamos frente a ella, a Doña Antonieta, Tieta, que nos dice, como en la novela: “Yo sé lo que es la soledad y el frío pero también sé que la vida ha sido generosa conmigo. Gracias a Dios, he sido afortunada”. Y este es el nudo de la historia. O mejor, de esta historia- la que yo quiero contar. Porque en esta afirmación hay una marca, una línea que atenta contra el sentido común, contra la sacralización de la pobreza, de los bajos fondos, de la mala vida. Frases como: "Y claro, que se puede esperar!... Mirá donde nació o como se crió", son frecuentes, las conocemos, las oimos todo el tiempo. Cristalizan una lógica: si es pobre no debemos esperar mucho de él/ella. "No tiene con qué"

La novela de Amado, en este sentido, es una provocación. Tieta es un desafío que escapa a los encasillamientos. Va un paso más allá de lo previsto. Ambiciosa y luchadora, gusta de los placeres pero no es hedonista. Su regreso a Agreste, ese pequeño poblado perdido en el tiempo y en los mapas, lleva implícita una búsqueda, que puede entenderse como la configuración de una realidad. O sea, entender, conocer- crear un argumento- a partir de una experiencia.

En este sentido, Humberto Maturana, un conocido cibernetista, hizo popular una frase a esta altura más que celebre: "no hay nada fuera de la mente". Desde su perspectiva, "no ppodemos conocer sin crear nociones explicativas sobre las cosas. Conocer es configurar. Parto de la experiencia, la configuro para crear un argumento explicativo: la realidad. A partir de allí tengo un conocimiento, no aisladamente, sino en relación con otros, porque nos modificamos en el convivir"

Así, volviendo una vez más a la consabida metáfora de las teorías como caja de herramientas y saltando el cerco de la ortodoxia, el mayor aporte de este autor sea precisamente ayudarnos a repensar cómo configuramos nuestras realidades. O creemos acaso que allá afuera hay un mundo objetivo que determina enteramente nuestras acciones? En ese caso, pobre Tieta! Nunca hubiese sido más que una pobre moribunda arrastrándose por las calles de Sao Paulo víctima de la violencia, la miseria y el Sida. Entonces, cómo validamos nuestra realidad? "Lo que valida lo que uno dice es lo que uno hace en ese dominio de coherencias experienciales. Y en el momento en que uno sale del espacio de la exigencia y se coloca en el espacio de la invitación, toda la dinámica del poder desaparece o adquiere un caracter completamente distinto. Las relaciones de poder pasan a ser circunstanciales y ligadas a acuerdos, pero en tanto son acuerdos ya no son relaciones de poder porque no hay obediencia, y aparece la colaboración", concluye Maturana.

La invitación está hecha...

 

 

 

 



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