Cómo hacen las que pueden

Por Flavia Tomaello, autora de «Cómo hacen las que pueden», Ed. Albatros.

La liberación femenina fue una catástrofe, sobre todo para las mujeres. De estar encerradas en el hogar, sometidas a la dictadura masculina, pasaron a ser perseguidas por la propia exigencia de abarcar todos los roles con amplia aprobación. Este abanico de demandas se convirtió en el lema del nuevo siglo: las mujeres deben ser buenas en todo lo que hacen. Porque se lo exigen, porque no se permiten otra cosa, porque no les queda otra, por la mirada de «las otras», por competencia, por la culpa innata al género…

Madres, mujeres, esposas, administradoras, amas de casa, empresarias, cocineras, modelos, abuelas, hijas, educadoras, nutricionistas, estudiantes, ejecutivas. Las mujeres de este siglo conviven con los malabares del «polirubro» femenino. Curiosamente se debaten siempre en situaciones extremas, sin aceptar que pueden flaquear en algo. En parte por la vara propia, pero también por la que impone la sociedad.
Mientras las mujeres de otras décadas se exponían apenas como madres y amas de casa, aún a costa de descuidar su jovial figura, hoy los frentes se han multiplicado de modo exponencial. Previo a la inserción en el mercado laboral bastaba con tener hijos educados y una casa aplicada, un marido exitoso merced a la dedicación de la esposa. Todas cuestiones eran suficientes para expresar las altas cualidades de esa mujer. De manera muy poco posible esa vara era impuesta por ella misma, sino por el entorno femenino cercano (sobre todo madre y suegra y sus elevados estándares de exigencia) y el espacio social frecuentado.
Con el permiso solicitado y bien ganado de inmiscuirse en cuestiones independientistas, apareció el primer precio a pagar: no descuidar el hogar. Así que empezó a tratarse de de una increíble negociación en la que las mujeres podían ir olfateando fuera de casa, siempre que todo siguiera como si no lo hicieran.
Ese esquema de presiones se agudizaría hasta nuestros días. El burnout se ha puesto de moda. Aunque es un fenómeno que se liga a los ámbitos laborales, son las mujeres los primeros y mejores representantes de lo que significa: una respuesta prolongada de estrés ante los factores emocionales e interpersonales que se presentan y que lleva al individuo a sentirse «quemado».
Las mujeres superadas no son lejanas: están ahí, justo en casa. Mientras sufren, viven… Sin embargo, todos conocemos a una que puede con lo que le sucede. Que combina la ropa, y se ve prolija. Que lee y sabe de cine. Que es exitosa en su carrera y que hace una torta para el colegio de sus hijos. Que llega a tiempo a las reuniones y que recibe en casa como las anfitrionas de antes.
Si esas mujeres son reales ¿Qué hicieron para reinventarse? ¿Cómo encontraron la manera de no morir ahogadas por los sucesos? ¿Por qué pueden con lo que les toca? Lograron un equilibrio y pueden con la ezquizofrenia cotidiana. ¿Cómo hacen?
Es que ser una mujer del nuevo siglo y realizada ¿es posible? Será cuestión de crear un nuevo paradigma. De aprender a verse de otro modo, a aceptarse, a gestionar el estrés, a escalonar las necesidades e imponer prioridades, a delegar y revalorizar los momentos y los espacios, a detectar el disfrute en las situaciones menos impensadas, a darle una vuelta de tuerca a la demanda sin ser una especie de «contestador automático» que cual resorte salta de inmediato a responder la llamada de cualquiera.
Las mujeres que pueden encontraron mecanismos para recorrer un camino propio que les permita llevar adelante todos los frentes que se plantean con algo más de calma. Hacen buen ejercicio de cierta capacidad de «ver el bosque» sin cegarse con el árbol. Escalonan los requerimientos y los deseos, en tanto van obteniendo cierto placer en ese equilibrio, como el dietante al que el permitido diario le da cierta facilidad para sostener el resto del menú.
Todo es cuestión de encontrar un nuevo eje, reaprender, aplicar conocimientos cruzados y revalorizarse.