De carne somos

Por Andrea Jatar, creadora de De la Olla (www.delaolla.com.ar)

Cuando somos niños, nos perdemos por esas milanesas fritas, esa patita al horno, adoramos las hamburguesas de mamá, morimos por un choripan. Vemos las partes, no vemos el todo. Pequeño detalle. Ese trozo de carne que llega a nuestro plato alguna vez habitó nuestras tierras. Al igual que la lechuga, la papa, el tomate y las frutas. Al igual que todos los seres vivos, ese animal merece respeto hacia su vida, que cumple un ciclo fundamental en nuestro sistema ecológico.

Si no hubiesen animales, nuestra naturaleza sería imperfecta. Si no hubiesen animales hervíboros, habría superpoblación de plantas. Si no hubiesen animales carnívoros, harían todos su propia guerra por alimentarse y nos quedaríamos sin plantas, o sea sin alimentos y sin oxígeno. La naturaleza es perfecta. Nos brinda plantas, animales que comen plantas y animales que comen animales. Y el hombre, en su rol de superhabitante del mundo, de administrador general de tanta exhuberancia, fue facultado para que aproveche todas las bondades de la naturaleza, para que se nutra, para convivir en armonía, para ensalzarla y venerarla, para brindarle lo mejor a su descendencia.

Por eso volvemos al tema del respeto. No hay nada más placentero que convivir en armonía con la naturaleza. En que los animales y las plantas convivan felices hasta su fin de ciclo. Que la Tierra no se agote por superpoblación de animales o de plantas, pero que el hombre tenga disponibilidad de alimentos frescos y saludables siempre. Hay lugares en que la tierra es desértica, es tirana. Por fortuna, nuestro país es uno de los diez más fértiles del mundo con su 14,4% de tierra cultivable. Pero a esa suerte hay que cuidarla respetando los ciclos de sus habitantes y de las estaciones, de los espacios que cada uno necesita para desarrollarse y de sus tiempos. No es bueno acelerar crecimientos de plantas ni de animales en beneficio económico. No es bueno diezmar insectos con agroquímicos no del todo probados. No es bueno hacinar animales y plantas, y menos maltratarlos, para engordar bolsillos. Rompemos el delicado equilibrio de la cadena ecológica. Pan para hoy, hambre para mañana. Hay que respetar. Lograr que los animales vivan felices hasta que decidamos su destino. Brindarles amor. Brindarles comodidad, que se desarrollen en su hábitat natural, que coman lo que su cuerpo tolera, que no se estresen. Un animal feliz, al final de su ciclo, nos provee buena carne. No sólo en la nobleza de su textura, su aroma, su sabor y su color, sino también en sus propiedades. Eso nuestro cuerpo lo percibe.

Una vaca que camina por el campo y que pastorea, comprobó el INTI que tiene más del doble de ácido linoleico conjugado que los de feedlot, lo que según los entendidos nos ayudan a evitar la ateroesclerosis y a reducir la deposición del colesterol y de la grasa corporal.  Un cordero, mejor si es de raza Pampinta criado a libre pastura, porque es más magra y se considera la carne roja más sana del mundo. Un pollo, ideal que haya caminado por su granja, una granja donde lo alimenten con granos, los mantengan hidratados y les renueven una espaciosa cama diariamente para que sea limpia y confortable, así se evitan enfermedades.

Porque un animal en condiciones de hacinamiento, preso en un galpón, iluminado para que crezca más rápido y alimentado «artificialmente» necesita muchísima medicación y vacunas para que llegue a nuestra mesa, y eso no desaparece, queda en la carne. Porque es tal el nivel de estrés que sufre, que se pelea con sus pares, se lastima, se enferma. Otra vez a combatir infecciones con antibióticos. Y nos comemos los medicamentos, además de la carne. Y el hacinamiento genera más desechos, que contaminan no sólo el campo donde están sino también sus alrededores y las napas de agua. Y al contaminar las napas de agua, otra vez enfermedades en los animales y en los hombres. Enfermamos a las poblaciones aledañas y no tan aledañas, porque las aguas siguen su curso camino al mar. Menudo problema. Es peor el remedio que la enfermedad. Eso ocurre cuando se altera el ciclo natural, cuando no se respeta el hábitat y los ciclos de los animales, cuando no se cría a conciencia. Por eso es importante consumir carnes y conocer el origen de lo que consumimos. Para nuestra salud, para promover las buenas prácticas de agricultura y ganadería. Prácticas que ayudan al ciclo ecológico y nos dan alimentos más sanos.
Disfrutemos de lo que madre natura nos regala, pero a conciencia.