Por Flavia Tomaello, https://flaviatomaello.blog/, Instagram @flavia.tomaello
El campo parece calmo y silencioso, pero su espíritu es inquieto y desbordante. No hay feriados ni fines de semana, siempre pasan cosas… Hay una pasión bucólica que llena de verde los ojos y de calma el alma. En Dos Talas la experiencia es la tranquilidad.
Hay un corazón grande en el medio de la Estancia. Es Luis de Elizalde. Nada de esto que se llama “Dos Talas” cuya historia data del siglo XIX sería sin él. La historia cuenta que en 1847, el propietario, don Fermín Cuestas, firma un contrato de forestación donde se estipulaba el precio por árbol plantado, con un inmigrante vasco, Don Pedro Luro, dueño de un almacén y pulpería en Dolores. Al volver cinco años mas tarde de Europa, Cuestas se encuentra con que Luro, con la ayuda de varios compatriotas, había plantado tantos arboles que para pagarle debe escriturar la estancia “Dos Talas” a su favor, en ese momento, de 70000 hectáreas. Cinco generaciones después, la herencia familiar conserva 1500 hectáreas.
El nombre del lugar es en homenaje a un árbol autóctono de la pampa gúmeda que alcanza hasta quince metros de altura, tiene hojas simples y ásperas, en sus ramas tiene espinas punzantes. Florece en primavera. Sus semillas son sembradas por los pájaros.
La casa de Luro Casa originalmente era una construcción en “L”. Estaba cercada por rejas para protegerla del malón. En su interior, el patio estaba poblado por vides que enredaban sus hojas y uvas alineadas a pérgolas, en el centro el aljibe para el agua de lluvia. Al heredar estas tierras su hija Agustina, encomienda en 1908 el diseño del parque al paisajista Carlos Thays y la reja desaparece. Para mediados del siglo pasado se demolió un lado de esa casa, aunque aún se conservan
un ala y el escritorio de Don Pedro Luro, hoy museo que lleva su nombre, y a su lado las cocheras donde se guardaban los carruajes.
Ojos de mujer
Agustina fue una mujer fuerte. Hizo construir hizo construir como casa de veraneo el casco que hoy se utiliza para recibir a los visitantes. Originalmente su techo era de chapa, las aberturas color verde y sus paredes ocre. Cerca de 1920 se agranda la terraza de la primera planta y se modifican las escaleras, para colocar un trabajado treillaje italiano que poco después se retira para dar paso a la integral pintura de blanco y las tejas reempazando a las chapas. Los interiores con íntegros detalles franceses, conserva un espíritu de antaño. Es hoy a única estancia que permanece en manos de descendientes de la familia de Luro.
En otro de los límites del parque se erige el palomar, “la pigeonnier”, bellísima construcción de estilo italiano.
Pasión por ósmosis