Picasso 190

Por Flavia Tomaello, https://flaviatomaello.blog/, Instagram @flavia.tomaello

La exposición Picasso 1906. La gran transformación, termina hoy en el Museo Reina Sofía. Quiere mirar, desde la conciencia estética contemporánea, la primera aportación del artista a la definición del «arte moderno».

Hasta ahora, la producción de Picasso en 1906 ha sido entendida como un epílogo del período rosa o bien como un prólogo a Las señoritas de Aviñón. Pero hoy se puede afirmar que 1906 fue un «período» con entidad propia en el devenir creativo picassiano.

Con apenas 25 años, en 1906, Picasso es un artista aún joven, pero ya maduro en sus criterios estéticos. Dejando atrás la bohemia y el pesimismo, se muestra vital y expansivo, incluso sensual; se acerca a planteamientos libertarios y anhela la refundación de la experiencia artística. Con el apoyo de marchantes y coleccionistas, y relacionado con un potente grupo de creadores coetáneos, vive entregado al sentido «procesual» de su obra, busca «lo primordial» y desarrolla su trabajo en tres registros: el cuerpo, la forma y la interculturalidad.

Picasso se aproxima a la representación de la adolescencia arcádica como símbolo de un nuevo comienzo. El cuerpo pintado asume su propia emancipación. El artista aborda sin ambages el poder de la pulsión escópica en su relación con la intimidad femenina desvelada. Lo vernacular se plantea como mitología del origen. La huella figurativa de Fernande Olivier, su compañera en este momento, es utilizada como soporte para la experimentación de lenguajes plásticos. Picasso es capaz de generar fisonomías genéricas y conducirlas a la cualidad de un sintético ideograma. Al mismo tiempo, redefine el entramado entre fondo y figura, propone un nuevo sentido de la mimesis, y desarrolla conceptos matéricos y táctiles en el modelado de la escultura. Su acelerado ritmo de transformaciones va a culminar en los dos primeros meses de 1907 y, en toda su desbordante actividad, el diálogo con Gertrude Stein fue para él crucial.

En su búsqueda de lo primordial, el artista planteó una plena sinergia con las producciones artísticas de culturas consideradas entonces «primitivas». Este fenómeno, convertido en una poética, se produjo en 1906 —y no en 1907 como se ha supuesto— y no representó la fijación de un determinado modelo, sino un esfuerzo de hibridación con el que situar algo equivalente a una «lengua común» de lo primigenio. Los referentes culturales de Picasso, además del arte ibero y del llamado art nègre, transcurrieron por el románico catalán, el arte mediterráneo protohistórico y el egipcio antiguo, entre otros. Referentes que Picasso asumió —como explicó él mismo— no como meros datos formales sino como presencias culturales actuantes y no alienadas, enmarcadas en rituales colectivos y dotadas de una poderosa capacidad de relación con lo trascendente. Y hay que entender bien este modo de hacer. En ocasiones es el propio trabajo del artista el que le lleva al encuentro con «lo primitivo». Y, en ocasiones, es «lo primitivo» lo que le inspira. Se trata de una relación dialéctica.

La interculturalidad picassiana puede también ser entendida desde otros parámetros. La propia biografía del artista incorporaba potentes desplazamientos vivenciales. Picasso tuvo conciencia de la «alteridad» de género. Captó de forma peculiar la fotografía homoerótica y la “etnográfica”. Planteó nuevos moldes antropométricos. O utilizó en su trabajo la prensa y los libros ilustrados de masas. En su modo de entender la memoria visual, conculcó la idea de anacronismo y mantuvo subyacente la herencia de la Historia del Arte, usando la cita y la apropiación casi con sentido contemporáneo.

Y fue esta relación compleja entre culturas, lenguaje primordial y memoria del museo lo que hizo singular al Picasso de 1906 y lo que cifró su primer encuentro decisivo con el arte moderno.

The Turning Point en el Museo Reina Sofía de Madrid es un esfuerzo por mirar con ojos contemporáneos la primera contribución del artista a la definición del arte moderno. Picasso actúa sobre la esencia de las imágenes y los lenguajes visuales, proponiendo una nueva economía figurativa entendida como refundación de la experiencia artística.

Aunque todo en Picasso es diverso y todo es flujo y confluencia, 1906 no es un año más en la larga y compleja producción del artista. Coincide con un «momento» artísticamente significativo, no reconocido como tal hasta ahora. Frente a las opiniones críticas que sostienen que la obra de Picasso de 1906 es un epílogo de la época rosa o incluso un prólogo de Las señoritas de Aviñón, esta exposición propone centrarse en 1906 como un parteaguas para Picasso, ya que fue entonces cuando utilizó su poética como base de experimentos que la abrieron a nuevos lenguajes.

La actividad creativa del artista se desarrolló en una cadena de tres emplazamientos sucesivos: París, Gósol (localidad pirenaica de la provincia de Lérida) y nuevamente París. El período que abarcan estos tres episodios comienza a principios de 1906 y continúa hasta los primeros meses de 1907, con una continuidad y una tendencia marcadamente autorreferencial observable en la producción de Picasso más que una ruptura clara.

A lo largo de 1906, el lenguaje visual de Picasso estuvo en constante proceso. La breve etapa clasicista de principios de año fue reconducida por el artista hacia otro enfoque a través de sus diálogos con El Greco, Corot y Cézanne, y también, por supuesto, a través de la propia invención de Picasso. En Gósol comenzaron a quedar constancias de su relación con el llamado «arte primitivo», relación que se acentuaría y radicalizaría tras su regreso a París. Por otro lado, el artista entabló diálogos simultáneamente tanto con fuentes históricas del arte como con los medios de comunicación.

Partiendo de su interés por la antropometría, Picasso experimentó con las premisas de la pulsión escópica, que le llevarían a elaborar modelos de género fluidos y dejar la huella de la sensualidad en figuras femeninas y masculinas por igual.
Antes de 1906, Picasso había contemplado el desnudo desde la perspectiva de la tradición artística heredada. En 1906, sin embargo, surgió en su práctica la idea del «cuerpo en representación», concepto que le permitiría encontrar su propia poética sobre la relación entre cuerpo y cultura, o entre cuerpo y «transculturalidad».

La exposición presenta una serie de aproximaciones a la obra de Picasso en un itinerario que parte del uso lingüístico del cuerpo anterior a 1906 para detenerse en el compromiso de Picasso con el Siglo de Oro como alegoría de un nuevo comienzo. Obras de Picasso que evidencian un impulso explícito en la mirada del artista se exhiben junto a obras de artistas referenciales que formaron parte del imaginario de Picasso. La innovación del lenguaje de Picasso a partir de la impresión vernácula de Gósol es objeto de un apartado propio. La segunda parte de la exposición se abre con una reflexión sobre la imagen de «Fernande», entonces pareja del artista, como un significante cuyo significado cambia. La producción de nuevas fisonomías a través de metamorfosis en lo primitivo converge en la «transformación» paradigmática que conduce al cubismo. Un breve epílogo evoca la persistencia (Nachleben) del Picasso de 1906 a lo largo de su larga carrera.

A lo largo del itinerario, las obras de Picasso se muestran junto a piezas de diferentes épocas de la cultura europea y africana similares a las que el artista pudo ver, permitiendo establecer correspondencias, citas, apropiaciones o diálogos tanto formales como intelectuales. La yuxtaposición de estas obras permite vislumbrar la complejidad de los procesos culturales y creativos experimentados por Picasso en 1906. Si bien el constructo de «arte primitivo», inventado por el modernismo eurocéntrico, ha perdido vigencia, es importante señalar que El aprecio de Picasso por el «arte primitivo» superó el mero formalismo debido a su conexión con una posición anticolonialista derivada de sus convicciones.