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A los 96 años, en Madrid "la ciudad del exilio" murió Héctor Alterio, una figura esencial del cine y el teatro argentino. Protagonista de historias que marcaron al país, dejó una obra atravesada por el compromiso, la dignidad y una pasión por actuar que no conoció fronteras ni despedidas.
La noticia llegó desde Madrid, pero el impacto recorrió Buenos Aires, los teatros, las pantallas y la memoria colectiva. Héctor Alterio murió a los 96 años y con él se fue una manera de actuar: profunda, ética, visceral, inseparable de la historia argentina que tantas veces encarnó.
Nacido en Chacarita el 21 de septiembre de 1929, Alterio debutó en los escenarios en 1948 y nunca se bajó de ellos. Más de 75 años en escena dan cuenta de una vocación absoluta, de una vida vivida para decir textos, habitar personajes y poner el cuerpo cuando el país dolía.
Su filmografía es, también, una lección de historia y conciencia: “La tregua”, “La Patagonia rebelde”, “La historia oficial”, “Camila”, “El hijo de la novia”. En cada una, Alterio no solo actuó: interpretó una época, expuso conflictos, incomodó al poder. No fue casual que esas películas lo llevaran al exilio.
Perseguido y amenazado por la Triple A y luego por la dictadura cívico-militar, Alterio debió irse de la Argentina en 1975. En España reconstruyó su carrera sin renunciar a sus convicciones. Triunfó en teatro y cine, fue reconocido en San Sebastián, trabajó en Italia y se convirtió en un actor europeo sin dejar de ser, nunca, profundamente argentino.
El exilio no lo silenció. Al contrario: lo volvió aún más lúcido. Alternó durante décadas entre España y la Argentina, y fue protagonista de películas clave del regreso democrático, como “La historia oficial”, la primera ganadora argentina del Oscar. También dejó huella en la televisión, con trabajos inolvidables como “Vientos de agua”, donde volvió a hablar de desarraigo, memoria y afectos.
Actor hasta el final, Alterio siguió subiendo a escena pasados los 90 años. En 2023 se despidió del público porteño en el Teatro Astros, con “A Buenos Aires”, un recital de poesía y tango. Allí, su célebre frase de Caballos salvajes —“la puta que vale la pena estar vivo”— sonó menos como ficción y más como testamento.
Recibió Martín Fierro, Konex, Cóndor de Plata y el respeto unánime de colegas y generaciones. Pero su mayor premio fue otro: haber sido coherente, haber hecho del arte un acto de verdad.
Héctor Alterio se fue en la ciudad que lo cobijó cuando tuvo que irse, pero queda en cada escena que aún nos interpela. Porque hay actores que pasan, y otros que permanecen. Alterio es de estos últimos.
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