Unas simples cuartillas

Un precioso poema de,Mario Benedetti

{ 12:48 PM, 26/10/2008 } { 0 comentarios } { Link }

Hagamos un trato

		Cuando sientas tu herida sangrar 
		cuando sientas tu voz sollozar 
		cuenta conmigo.

		(De una canción de Carlos Puebla) 

Compañera,
usted sabe
que puede contar conmigo,
no hasta dos ni hasta diez
sino contar conmigo.

Si algunas veces
advierte
que la miro a los ojos,
y una veta de amor
reconoce en los míos,
no alerte sus fusiles
ni piense que deliro;
a pesar de la veta,
o tal vez porque existe,
usted puede contar
conmigo.

Si otras veces
me encuentra
huraño sin motivo,
no piense que es flojera
igual puede contar conmigo.

Pero hagamos un trato:
yo quisiera contar con usted,
es tan lindo
saber que usted existe,
uno se siente vivo;
y cuando digo esto
quiero decir contar
aunque sea hasta dos,
aunque sea hasta cinco.

No ya para que acuda
presurosa en mi auxilio,
sino para saber
a ciencia cierta
que usted sabe que puede
contar conmigo.

 



Este artículo que termino de leer me ha impactado y por eso lo inserto

{ 06:53 AM, 26/10/2008 } { 0 comentarios } { Link }
La esquina de los sueños rotos
Le llaman La Esquina, con máyuscula, pero en plena crisis económica el cruce de la avenida Fulton con la calle Front bien podría llamarse el cementerio de los sueños rotos. Los de miles de centroamericanos que ya sólo sueñan con juntar para un billete de vuelta a casa. Y algunos hasta con ser deportados.

Es todavía noche cerrada cuando deambulan las primeras sombras por el aparcamiento de Home Depot, una cadena de material de construcción y bricolaje a la que presume de acudir el candidato demócrata a la vicepresidencia Joe Biden, en su intento de identificarse con la clase obrera. Hay escarcha en el cesped. La temperatura a las seis de mañana burla los cero grados. El helor de la noche duele en los huesos. Todos los que caminan hacia La Esquina como hipnotizados se han subido la capucha hasta los ojos, las manos en los bolsillos, los labios morados, sin una queja.

Hasta hace dos años, cuando la fiebre del ladrillo vomitaba bloques de cemento en cada esquina, los capataces empezaban el día en Home Depot con la lista de materiales en una mano y con la otra apuntando hacia los peones que contratarían para el día, todos obedientes, apostados en la puerta de recogida, listos para ayudar a cargar los materiales en la pick-up. Pintores, carpinteros, cristaleros… Al alba, los pocos que no habían sido elegidos se marchaban a casa. Hoy la masa de rostros sombríos que vagan como zombis alrededor del almacen crece por minuto, y pasadas las 7 de la mañana se han reunido en ese aparcamiento solitario alrededor de 150 hombres, casi todos centroamericanos sin papeles y con el estómago vacío. Sólo cuatro consiguen trabajo esa mañana. Los mexicanos están en otra escala, con frecuencia son los que vienen a contratarles.

"Esto está muy mal, aquí hay mucha gente durmiendo en la calle porque no hay trabajo", repite una y otra vez Carlos Sánchez. "Antes los americanos se peleaban por llevarle a uno a trabajar, ahora ya esto no sirve. Lo ven a uno como un perro. Algunos ni quieren venir porque la gente se les echa encima del coche y a veces se lo rayan, porque son demasiados. Hay un montón de gente que se ha ido a vivir al monte porque no tiene para pagar la renta. Hay mucha gente durmiendo en la calle", insiste. "Incluso yo", confiesa.

El hondureño tiene menos posibilidades que el resto de sus compañeros. El invierno pasado se cayó de un tejado helado y se rompió el hombro y el brazo. La visita de un abogado de beneficencia en el hospital sirvió para que el patrón le compensase con 8.000 dólares (6.300 euros), que apenas le alcanzaron para pagar los gastos de dos semanas que pasó ingresado. Desde entonces su movilidad ha quedado limitada.

"Yo en diciembre me voy, ya no quiero estar más aquí, porque allá por lo menos me como mis tres comidas diarias pero aquí", traga saliva, "rogando a Dios, porque si no es por la iglesia que le da comida a uno, no come. Esto 'pa' trabajar ya no sirve. Y entre más días pasan, más gente llega, aquí, a hacer nada acá. Yo me quiero ir en diciembre", sueña. "Va a venir un tipo que pasa carros americanos y quiere que le lleve uno. Él tiene dinero para pagar la mordida que nos cobran los policías mexicanos al cruzar la frontera. ¡Esos sí que son ladrones!".

Ninguno sabe lo que ocurre en Wall Street. La campaña electoral les ha pasado por alto, pese a que Hempstead, el mayor núcleo de inmigrantes hispanos en todo el estado de Nueva York, con cerca de un 32%, fue la sede del último debate presidencial. La palabra inmigración casi ni se mencionó en ninguno de los cuatro "porque no deja votos", confió indignado a este periódico el gobernador de Nuevo México, Bill Richardson, que todavía se rasca la cabeza para entender por qué uno de los temas que más preocupaban a los estadounidenses durante las primarias ha desaparecido tan sigilosamente, pese a tener 13 millones de indocumentados en el país con los que nadie sabe qué hacer y un muro en construcción.

Sus cuitas pueden haber quedado ahogadas por el fragor de una campaña reñida, pero la crisis se ha cebado implacable con el eslabón más débil de la sociedad. No son los brokers de Wall Street los que más sufren.

Los restaurantes de Manhattan siguen de un bullicio obsceno, pero a su alrededor han florecido las llamadas 'soup kitchens', los comedores de beneficiencia que surgieron durante la Gran Depresión, y que en Chicago tuviese al propio Al Capone como benefactor.

A las 11 de la mañana, cuando la esperanza de una jornada de trabajo se ha fundido como el frío a la luz del sol, un centenar de temporeros frustrados emprende silencioso otro éxodo enigmático: el comedor de Interfaith Nutrition Network, cuatro manzanas a espaldas de Home Depot, que el lunes sirvió 480 comidas, en comparación a las 300 del año pasado. "Desde primavera han caído las donaciones de comida pero cada vez llega más gente, porque aquí no hacemos preguntas", observa su director Christian Aguilera. Esperábamos que en septiembre remontase la cosa pero no ha sido así. La situación economómica ha llegado al punto en que mucha gente prefiere almorzar gratis e invertir los cinco dólares que tenga en coger el autobús para ir a trabajar".

Son tiempos de desesperación. Hace "como 15 días" que Carlos López no llama a sus hijos en El Salvador porque les debe un juego de Nintento que no sabe cómo va a comprarles. Su hermana le reclama los cien dólares mensuales (casi 80 euros) que le manda a la abuela. "Dame unos días", le pidió. Pero esta semana no ha trabajado ninguno. La semana pasada, tres.

Tiene suerte, y teléfono para que le llamen los contratistas. Wilmer Castillo, de 20 años, que llegó hace sólo tres meses, lleva mes y medio sin trabajar. "Lo he intentado en todas partes, en restaurantes, factorías, Burguer Kings, McDonalds… Todo, pero no hay trabajo. Me vine aquí para ayudar a mi mamá que está enferma, pero así, sin tener ni para la comida, ¿cómo la voy a ayudar? Cuando la llamo se me pone a llorar porque sabe que estoy sufriendo acá, pero el pasaje de vuelta cuesta por los menos 650 o 700 dólares (entre 500 y 550 euros)".

Su intento de fuga más desesperado fue entregarse a un policía para que lo deportara. "Me dijo que iba a volver a por mí y nunca volvió. Lo estuve esperando y nunca volvió", repite defraudado. "Ahora me dicen que sin un delito cómo lo van a agarrar a uno". Y allí se queda sentado en La Esquina del Home Depot, poniendo a prueba una resignación cristiana que nada tiene que ver ni con el Dios Obama ni con una campaña que ve sin entender en las noticias. "Será alguna prueba de Dios, que sufra, no sé. Pero yo no pierdo la esperanza de que algún día voy a encontrar un trabajo".


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