El Encuentro.-
En una hermosa tarde, de esas en que el sol pega tibiamente sobre los rostros de las personas, decidí sentarme en el banco de una plaza, la del barrio por supuesto.-
Un buen libro sería la grata compañía que haría que ese sol, luego de un rato no me hiciera desertar por el calor. Elegí un título de Ernesto Sábato: La Resistencia.-
Comencé a recorrer sus páginas con curiosidad antes de comenzar a leerlo, ya que esto me incentiva para entusiasmarme más.-
No podía dejar de leer, comenzó a transcurrir el tiempo sin pensarlo, la sombra del edificio de enfrente se abalanzó sobre mí sin que yo me diera cuenta y apenas percibí el cambio de temperatura.-
La claridad de sus pensamientos me asombraba a cada instante, el reconocer algún que otro error, esa virtud que tan pocas personas tienen, sobre todo en cuanto a ideas se refiere, los recuerdos vivos de su vida, su relación con la muerte y otras tantas cosas que expresa en una maravillosa síntesis de una realidad.-
Cada tanto tuve que hacer un alto en la lectura para poder reflexionar sobre los temas que proponía nuestro autor en cuestión. Pasó el medio día, y yo seguía allí sin poder levantarme del incómodo banco de plaza, de viejas tablas de madera.-
Me crucé al bar de enfrente y almorcé algo ligero como para poder calmar mi apetito. Miré esas calles, esos rincones donde transcurrió toda mi vida y las relacioné con lo que estaba leyendo en el libro de Sábato, realmente cada persona es un mundo y todos a nuestra manera ejercemos una resistencia en algún momento de nuestras efímeras vidas. Tantas veces traté de imaginarme que sentirían esos insectos de la noche que solo viven unos minutos y se los ve aletear hasta el último segundo. ¿Será
esa su resistencia?
Luego de realizar todas estas especulaciones decidí regresar a la plaza y buscar un banco donde diera el sol y lo encontré. Ya iba por la mitad del libro y no retornaría a mi casa hasta terminarlo, total desde la ventana de mi departamento se veía toda la plaza y mi hermana Gabriela, con quien vivía desde que enviudé, con solo asomarse me vería y no se preocuparía.-
No sé si habrá sido el almuerzo, el sol o la hora de la siesta que en cuanto retomé mi lectura comencé a sentir somnolencia y a bostezar sin parar pero algo que no tenía en mis cálculos: a mi lado en el mismo banco se sentó él.- ¡Don Ernesto Sábato!.-
Lo miré con incredulidad una y otra vez para corroborar de que sea él, y si, era él con sus anteojos, las piernas cruzadas, y suspiró como gesto de cansancio ya que en realidad se sentó a tomar un respiro en su caminata.-
- Disculpe. ¿Es usted? ¿Ernesto Sábato?.-
- Si, claro, me lo pregunta como si fuera imposible que yo este aquí sentado –respondió.-
- Bueno, no es cosa de todos los días encontrarlo aquí, yo viví toda mi vida allí enfrente y nunca lo vi pasar por acá -dije.-
- En realidad estoy buscando a un amigo que se mudo por aquí hace poco y paré a descansar un rato –dijo con cierta fatiga.-
- Mire, estoy leyendo su libro –comenté.-
- Que bien, no es común estar leyendo un libro y al mismo tiempo encontrarse con el autor cara a cara. ¿No es verdad? –dijo con una sonrisa.-
- Claro que no. Y sobre todo poder decirle a dicho autor que su obra es excelente –dije.-
- Bueno, muchas gracias, me alegro que le guste, realmente intenté transmitir toda mi experiencia de vida en ella y espero que le sirva a alguien - dijo con humildad.-
- Siempre quise ser escritor y nunca pude lograrlo, es una de mis frustraciones.-
- Bueno todo el mundo sabe que lo mío fue un poco al revés yo pasé de la ciencia a la literatura –respondió.-
- Mi otro dilema con respecto a usted es que no se como me gusta más, si como escritor o como pensador –le dije.-
- Cualquiera de las dos formas me halaga pero ambas me parecen exageradas –contestó.-
- Creo que a nuestro país le hace falta más pensadores como usted ya que hay muy pocos y siempre a las grandes civilizaciones las precedieron y sostuvieron, igualmente grandes pensadores –le dije.-
- ¡ Oh! ¡Por favor! No me ponga en ese nivel. Ahora si que exagera usted –respondió Ernesto con su característica sencillez y una amplia sonrisa en el rostro.-
- Bueno, nuestro país no será una de las grandes civilizaciones del pasado pero sostengo que seríamos una gran nación si hubiera más pensadores.-
- Esta bien, está bien. ¿Cómo me dijo que se llama? –preguntó.-
- No se lo había dicho. Me llamo Agustín, señor, y gracias por conversar conmigo –le dije.-
- Gracias a usted por mostrarme su pensar. Creo que aquella señora que viene allá lo está llamando. Hasta luego –dijo.-
De pronto la tenía a Gabriela frente a mí muy preocupada:
- ¡ Qué susto me diste! ¿Cómo se te ocurre dormir en este lugar? ¡Desde la ventana parecías muerto y la gente pasaba y te miraba! - exclamó.-
- Pero, si estaba hablando con Ernesto Sábato. ¿Dónde está? – dije.-
- En tus sueños, estabas dormido, Agustín – replicó ella.-
- No puede ser –insistí.-
- Si puede ser, vamos a casa, te preparé unos mates – dijo ella tomándome del brazo como si fuera un pobre anciano.-
Luego de dar unos pasos me di vuelta y allá en la esquina, con su sonrisa bonachona estaba él observando la escena y agitando su mano saludándome, con cierta complicidad. Se dio vuelta y se alejó con su paso cansino y su postura gallarda, esa que solo dan los años. Lo seguí con la vista hasta que desapareció al dar la vuelta a la esquina.-