El Paraíso de Dante

Escribiendo la historia...

11:27 PM, 23/6/2007 .. 0 comentarios .. Link
 

Miré  tiernamente su retrato y tomé una copita de pseudo cognac. Me sumergí en el sótano. Lo oscuridad, la inmovilidad y cierta acomodación ocular resultaron indispensables. Me recosté en el piso de baldosas y fijé los ojos en el decimonono escalón de la pertinente escalera. Estaba solo, cerré los ojos y los abrí. Entonces vi el Aleph.

Cómo transmitir el infinito Aleph, que mi memoria apenas abarca? Problema irresoluble: la enumeración, siquiera parcial, de un conjunto infinito. Porque el Aleph es un punto en el espacio que contiene todos los puntos. Es el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos. En ese instante gigantesco, se ven millones de actos deleitables o atroces. Pero la verdad no penetra en un entendimiento rebelde. Si todos los lugares de la tierra están en el Aleph, ahí están todas las luminarias, todas las lámparas, todos los veneros de luz.

-Bajá!- me instó Carlos Argentino- y podrás entablar un diálogo con todas las imágenes de Beatriz.

Beatriz era alta, frágil, muy ligeramente reclinada; había en su andar (si el oxímoron es tolerable) una graciosa torpeza, un principio de éxtasis. Tenía grandes y afiladas manos hermosas. Beatriz era una mujer, una niña de una maravillosa clarividencia casi implacable, pero había en ella negligencias, distracciones, desdenes, verdaderas crueldades que tal vez reclamaban una explicación patológica.

-Beatriz, Beatriz Elena, Beatriz Elena Viterbo, Beatriz querida- me repetía a mí mismo frente al Aleph.

Su imagen desfilaba frente a mis ojos como fugaces instantáneas: Beatriz en plena juventud con su uniforme de pupila, o vacacionando en las lejanas tierras de Transilvania. Beatriz abocada a su profesión de enfermera y docente, servicial y afectuosa.

Súbitamente, el Aleph me muestra otra imagen. Beatriz Elena Viterbo en su escritorio, delante de una vieja biblioteca de roble. Escribe y su pluma va trazando contornos. Sinuosas a veces, nítidas o esfumadas, las líneas recorren las hojas, construyen relatos, como ese que dice: “Miré tiernamente su retrato y tomé una copita de pseudo cognac...”


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