por Horacio Velmont

En sus inicios el Psicoanálisis fue un gran movimiento innovador que prometía un tratamiento científico de todas las afecciones neuróticas, aseguraba la cura de muchas de ellas y alardeaba de poseer la clave para la prevención, no sólo de los desórdenes mentales sino también de la criminalidad, del malestar social y de las guerras.
Reacción optimista tras la desesperanza con que la Medicina y la Psicología ortodoxas venían considerando las perturbaciones neuróticas, el Psicoanálisis apareció como un soplo vivificador que viniese a barrer los miasmas de esas letales dolencias.
En el concepto popular, Sigmund Freud ascendió a la jerarquía de genio científico, que superaba su época y daba una nueva orientación al pensamiento humano.

Libros y artículos, y luego películas y programas de televisión, hicieron del psicoanalista, con su diván y su aire de sobrehumana sabiduría, una figura familiar para el público.
El adiestramiento en los métodos psicoanalíticos se convirtió en un requerimiento para el psiquiatra incipiente, y las teorías y la jerga psicoanalítica se filtraron hasta el habla de las enfermeras, las visitadoras sociales, los maestros, y un amplísimo vulgo.

El éxito de la revolución freudiana parecía casi completo. Sólo había una cosa que no iba del todo bien: los enfermos sometidos al tratamiento psicoanalítico no mejoraban y en muchos casos empeoraban.
Las cifras, cuando se ordenan y analizan en detalle, revelan un hecho sorprendente: al cabo de años de tratamiento, aproximadamente dos de cada tres enfermos se han aliviado.
En otras palabras, no existe prueba alguna de la eficacia del tratamiento freudiano: exactamente el mismo número de pacientes sanan bajo el tratamiento psicoanalítico que los que se hubieran aliviado sin él.
La verdad es que, cuando se acude a los ficheros en los hospitales en busca de datos de hace un siglo, se descubre esta realidad interesante: entonces, como hoy, la proporción de curaciones o mejorías es siempre de dos por cada tres enfermos.
Si se tomara, como lo hizo el Dr. Peter Denker, de Nueva York, 500 neuróticos graves, y se los encomendara al respectivo médico de familia, que los tratará con los medicamentos corrientes expedidos en la farmacia y con sus leales consejos e indicaciones, se comprobaría el sorprendente fenómeno de que a lo menos dos de cada tres enfermos se habrán restablecido al cabo de los dos años.
En realidad, casi lo mismo sucede cuando al enfermo no se le somete a ningún tratamiento. En consecuencia, los psicoanalistas que presuman de curar este tipo de enfermedades, deberían superar considerablemente los resultados del tratamiento ordinario o la ausencia de todo tratamiento.
Un sistema que presuma de curativo, altamente costoso en tiempo y dinero, debe justificarse en términos de su probado éxito en relación a otros tratamientos más sencillos.
Nada de esto ha sucedido. ¿Cómo es posible, entonces, que este sistema de tratamiento, que no posee pruebas que lo garanticen, atraiga tantos firmes creyentes y haya llegado hasta el punto de constituir casi una religión moderna, máxime que el mismo Freud, en los últimos años de su vida, fue mostrándose cada vez más escéptico respecto a las posibilidades terapéuticas de su propia técnica?

Para explicárnoslo de algún modo, consideremos el famoso experimento efectuado por el renombrado psicoanalista norteamericano Burrhus F. Skinner.

¿En qué consistió este experimento? Pues encerró en una gran jaula una colección de palomas e instaló en ella cierto dispositivo mediante el cual caían unos cuantos granos de trigo al piso de la jaula cada tres o cuatro minutos, y dejó allí solos a los pájaros durante la noche.
Cuando volvió al día siguiente, encontró a las palomas entregadas a las más extrañas maniobras. Algunas de ellas saltaban de aquí para allá en una pata, otras se agitaban con un ala hacia arriba o con un ala hacia abajo, mientras alguna se mantenía con la cabeza levantada oteando el aire.
¿Qué había sucedido? Pues que cuando Skinner salió del laboratorio la noche anterior, las aves empezaron a explorar su prisión y al hacerlo adoptaron todas las formas de movimientos peculiares de las palomas.
De pronto, cayeron unos cuantos granos de trigo delante de cada volátil, como si fuese una respuesta o recompensa al movimiento que el ave estaba haciendo en aquel instante.
Por inferencia instintiva, cada cual continuó haciendo el mismo gesto, y -¡qué maravilla!- el premio vino, una y otra vez.
Las palomas quedaron convencidas de esta relación de causa a efecto, y siempre que sentían hambre adoptaban la postura supuestamente remuneratoria.
Es obvio que hubiera resultado inútil explicarles que no tenían prueba científica alguna de que sus extrañas posturas fueran las que provocaban la caída del grano; la confirmación ocasional dada a su proceder por el artificio era por demás convincente para ellas. Ocurren muchas cosas parecidas en el campo del Psicoanálisis.

Los enfermos, en la mayoría de los casos, experimentan mejoría sin relación alguna con el tratamiento a que se les somete; pero el hecho se interpreta, tanto por el enfermo como por el psicoanalista, como prueba de la bondad del método.
Cuanto más los dolientes mejoran, tanto más el psicoanalista se convence de la excelencia de su sistema curativo. No considera en ningún momento que otras personas se someten a distintos tratamientos con ostensibles idénticos resultados: a la extracción de los dientes para remover los focos de infección, a la imposición de manos, a los baños fríos, a píldoras falsas, a la sugestión, a la confesión y a la plegaria.
Así, todo profesional logra éxitos en razón de que, cualquiera sea el remedio que use, no empecerá a la mejoría del doliente (lo mismo que cualquiera que fuese la postura adoptada por cada paloma no influía para nada en la caída del grano).
Se tiene ya la explicación del prestigio que la terapéutica psicoanalítica ha obtenido, tanto entre los psicoanalistas como entre los enfermos: los fracasos se olvidan y los éxitos se adjudican al sistema, sin advertir el sofisma en que se incurre.
El Psicoanálisis, sin duda alguna, constituye el mayor fraude del Siglo XX. La pregunta lógica, por lo tanto, es: ¿También permitiremos que lo siga siendo en el Siglo XXI?
.
La verdad oculta detrás de esta seudoterapia
.
El Psicoanálisis constituye una técnica no solamente ineficaz sino muy nociva, tanto para el analizado como para el analista, porque, por una parte, considera al ser humano como compuesto de mente y cuerpo -olvidándose que la mente es un mecanismo físico utilizado por el Yo (alma, espíritu, Yo Superior o Thetán, según la filosofía que se aplique)- y por la otra no distingue entre la mente analítica y la mente reactiva, siendo esta última el verdadero origen de las enfermedades mentales y la delincuencia y no la mente analítica, la única que conoce el Psicoanálisis.
La práctica del Psicoanálisis debería estar sancionada severamente por el Código Penal, junto con el hipnotismo (cuando no se conoce Dianética) como prácticas atentatorias a la cordura, porque implantan engramas (órdenes hipnóticas de alto poder), provocando enfermedades mentales impredecibles.
¿Pero qué se supone que es el Psicoanálisis? El doctor Markham, en su libro The Way of the Mind, lo define en los siguientes términos:
.
"El Psicoanálisis es un sistema de terapia mental desarrollado por Sigmund Freud en Austria en 1894 y que depende de las siguientes prácticas para lograr sus efectos: se hace discurrir (asociar libremente) al paciente sobre su infancia por años y recordarla mientras el profesional efectúa una transferencia de la personalidad del paciente a la suya propia y busca incidentes sexuales ocultos, que Freud creía ser la única causa de la aberración. El profesional da una interpretación sexual a todo el relato y lo evalúa para el paciente en términos sexuales. La totalidad de los casos de Psicoanálisis nunca ha sido evaluada y se han hecho pocas o ningunas pruebas para establecer la validez del sistema".
.
Con mayor precisión, la terapia psicoanalítica podría denominarse "estudio de los candados". Un candado es una situación de angustia mental y su fuerza depende del engrama al cual está adherido.

Un engrama es similar a una orden hipnótica de alto poder y por definición incluye dolor físico (por ejemplo, la caída de una escalera que incluye un golpe en la cabeza sería un engrama clásico).

Una de las bendiciones de la naturaleza es precisamente que el candado necesita una atención mínima. Este tipo de incidente, con carga o sin carga , está en el recuerdo consciente (el engrama, en cambio, no lo está, ya que en el momento de recibirse la mente analítica se desconecta) y parece ser el motivo de que el aberrado esté aberrado.

Un candado es un momento de malestar mental que no contiene gran dolor físico ni pérdida grave. Una quemadura, una desgracia familiar, estas cosas son candados. Cualquier persona tiene miles de ellos.
La eliminación de los candados es una pérdida de tiempo. El Psicoanálisis, precisamente, sólo se ocupa de ellos y de ahí su fracaso rotundo.
Como el Psicoanálisis no tiene en cuenta los engramas (que son los que le dan fuerza al candado) trabajar solamente sobre este tipo de incidente torna a esta terapia en interminable.

Quizás el Psicoanálisis produzca alivio en algunos pacientes, pero los resultados no van más allá de lo que pueda producir la charla con un buen amigo que tenga el saludable hábito de escucharnos con interés y aprecio y la costumbre de felicitarnos con una palmadita en la espalda.

El Psicoanálisis, por otra parte, puede ser sumamente aberrativo. El paciente asiste por lo general a la sesión muy abrumado por sus problemas, es decir, en un estado en que su poder analítico se encuentra disminuido y, por lo tanto, su mente reactiva está abierta al registro de engramas.
Éstos, similarmente a órdenes hipnóticas de alto poder, al restimularse más tarde, provocarán trastornos mentales impredecibles que uno difícilmente achacaría a la terapia.

El Psicoanálisis no es una ciencia y como teoría fracasó totalmente. El Psicoanálisis no adelantó en absoluto desde sus inicios. Las ciencias son algo vivo y cuando están basadas en verdades avanzan y evolucionan. El Psicoanálisis no hizo ni lo uno ni lo otro. Hay poca diferencia, si hay alguna, entre los escritos de Freud de 1984 y las declaraciones de los analistas de hoy.
En todo caso, la diferencia es negativa: los escritos de Freud a fines del siglo XIX eran más claros y precisos que aquellos publicados hoy. Las cosas que tienen éxito se expanden, se difunden e invaden, precisamente lo contrario del Psicoanálisis, que hoy es una causa irremisiblemente perdida. ¡La completa estructura del Psicoanálisis moderno es la misma que la de hace un siglo!
.
Sospechosa prescindencia del test
.
Llama mucho la atención el hecho de que el Psicoanálisis nunca haya sometido a los pacientes a un test, antes, durante y después de la terapia. Probablemente ésta sea la mayor condena que se le puede hacer.
Es una tarea inútil buscar registros auténticos de mejora de pacientes debido a las sesiones. Ningún analista se toma la molestia de hacerle un test al paciente antes de comenzar la terapia ni tampoco durante ella para observar su progreso.

Esto es realmente inconcebible, porque el test es algo que se remonta a los días más lejanos de Grecia. El hombre siempre ha estado haciendo tests al hombre para descubrir su estado y sus cambios.
El precursor más antiguo que conozcamos del test probablemente haya sido la grafología o tal vez la frenología. La antigua bruja, en última instancia, estaba haciendo un test psicosométrico al consultante. Los tests de culpa o inocencia mediante respuestas eran un asunto común en las cortes medievales.
No tiene excusas el psicoanalista, entonces, por no utilizar el test como método de averiguación del estado del paciente, porque el test siempre estuvo a su disposición.
Las razones por las que no lo utiliza son obvias. Al observar que los tests reflejaban la falta de progreso en sus pacientes, o su empeoramiento, optó por dejarlos de lado.
Esto es cierto porque no cabe imaginar a un profesional que no haya intentado observar si había progreso en sus pacientes mediante tests. Después, al no observar resultados, los archivó para siempre.

Cualquiera que haya escuchado las conversaciones de analistas habrá podido observar que jamás hablan de curaciones, sino sólo de síntomas. Si sólo pueden hablar de síntomas y nunca de curación, esto ya está demostrando rotundamente el fracaso del sistema.

Ante una terapia exitosa difícilmente se encuentren surgiendo y desarrollándose nuevas terapias más brutales. Sin embargo, el tratamiento de los dementes hoy es mucho peor que hace dos siglos y las brutalidades que se practican en nombre de la "curación mental" no pueden ser contempladas impávidamente por ningún hombre que se precie de civilizado.

La gente está plenamente consciente del hecho de que la última persona que se quiere ver es un psicólogo, un psicoanalista o un psiquiatra.

Hoy en día, estos "profesionales" desgarran alegremente los cerebros de sus pacientes, los sobresaltan con drogas de muerte, los sacuden con shock eléctricos, los encierran de por vida, los esterilizan sexualmente y ellos mismos se conducirían de la misma forma que sus pacientes si se les diera la oportunidad.