FRANCISCO ARIAS SOLIS |
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Promoción de la paz, la libertad, la cultura y la tolerancia. |
Alfonso Vidal y Planas por Francisco Arias Solís | 26/3/2010 |
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ALFONSO VIDAL Y PLANAS
(1891-1965)
“Enterradme en España cuando muera
(¡por caridad, hermanos en mi España!)
si herido de su amor, en tierra extraña,
desangrado en suspiros, me muriera.”
Alfonso Vidal y Planas.
LA VOZ DE UN BOHEMIO DESTERRADO
El poema “Enterradme en España cuando muera” está escrito a su paso por Ellis Island, en 1939, según el escritor mexicano Arias de la Canal, muchos años después al pie de este poema el autor escribió: “En Tijuana, hasta donde los cementerios me sonríen, como disputándoseme amorosamente la gavilla de restos mortales que lleva a cuestas mi alma, declaro conmovido y con la lengua del corazón: -Mis pies, llagados y adoloridos de tanto hacer las duras marchas forzadas del Infortunio, sienten piadosa y blanda esta bendita tierra mexicana que alfombra de vendas y flores las leguas finales de mi camino. Tijuana, que desde hace más de diez años me tiene abrazado maternalmente, me pondrá mañana su noble mano abierta, para que, desde su palma, se lance el ave inmortal de mi espíritu al vuelo glorioso... ¡Tierra leve y bien mullida la mexicana para el eterno reposo de mis huesos, tremendamente rendidos!”
El novelista, autor dramático, periodista, poeta y bohemio Alfonso Vidal y Planas, nació en Santa Coloma de Farners, Girona, en 1891 y falleció en Tijuana, Baja California, México, en 1966. Fue un escritor costumbrista con ciertos retazos del noventaiochismo que cosechó una enorme popularidad en los años veinte y treinta del pasado siglo. Destaca en la descripción de los bajos fondos y en el estudio de los caracteres de las personas despreciables. Como periodista humorístico fue fundador y director de El Loco y colaborador de ¡Oh, la la! El 2 de marzo de 1923 en el Saloncillo del Teatro Eslava tuvo lugar una grave disputa con el director de El Parlamentario y dramaturgo vasco Luis Antón de Olmet que asistía al último ensayo de una de sus obras que se estrenaría ese día, de resultas del altercado entre ambos amigos y compañeros, el dramaturgo vasco murió de un disparo. Dicha tragedia no se consideró jurídicamente un asesinato, sino un crimen pasional cometido en un momento de homicida arrebato. Como consecuencia del mismo Vidal fue condenado a doce años y estuvo encarcelado en el Penal de Dueso. Muchos escritores y amigos pidieron su indulto. Así, en El Día de Cuenca del 27 de abril de 1926 apareció un artículo firmado por Alfredo R. Antigúedad en el que se decía: “Hace pocos días, la mujer de Alfonso Vidal y Planas, ha entregado en el Ministerio de Gracia y Justicia una instancia solicitando que el resto de la pena que falta a cumplir a Vidal, sea conmutada por el destierro... Piedad para Alfonso Vidal y Planas. Que el ministro de Gracia y Justicia estudie esa petición que acaba de formularle la esposa del preso, y que se abran las puertas del presidio para el pobre loco que delinquió y que ha pagado ya su delito”. Efectivamente sólo cumplió tres años de la condena y, tras recobrar la libertad, marchó a la Universidad de Indianápolis, donde se doctoró en Metafísica. Durante la guerra provocada por la rebelión militar del general Franco, Ángel Pestaña, el líder de la CNT moderada, le pidió que colaborase en el El Sindicalista, dirigido por Natividad Adaña, y en cuya nómina también figuraba Ramón J. Sender. Al finalizar la guerra emprendió el camino del exilio en Estados Unidos. Fue profesor de español en la Fordham University de la Compañía de Jesús, ubicada en Nueva York. Colaboró en el diario en español “La Razón” de Los Ángeles. “Cuando estalló la guerra de Corea en 1950, y los vientos norteamericanos cambiaron de rumbo -escribía José Pérez del Arco-, fue detenido para deportación “por haber cometido un crimen en Madrid hacía treinta años”. De nada le valió que, en mi calidad de cónsul defendiendo a un compatriota, alegara yo oficialmente que en los registros personales de España no constaba ya aquel crimen, en función de una amnistía posteriormente concedida. Fue deportado a Tijuana, México, donde murió en su pobreza”. En Tijuana, ejerció como profesor de literatura española y filosofía elemental.
Entre su numerosa producción literaria destacamos: novelas, La barbarie de los hombres. Odisea del legionario Adolfo Torres, herido en la guerra (1915), En libertad (1919), La casa de Pepita (1922), El incendiario (1922), La Papelón (1923), El pobre Abel de la Cruz (1923), Los locos de la calle (1923), Papeles de un loco (1923), La tragedia de Cornelio (1923), Mercedes Expósito (1923), Carmen Expósito (1923), Cuatro días en el infierno (1923), El alma de monigote (1923), El patio de la primera (1923), La camisa fatal (1923), El otro derecho (1924), La gloria de Santa Irene (1924), Castigo del cielo (1925), ¡Le pasa a cualquiera! (1925), La voz que ha salido ahora (1925), La santa desconocida (1926), El ángel del portal (1926), Santa Isabel de Ceres (1926), que tuvo una gran aceptación popular, con treinta y dos ediciones, fue llevada al teatro e incluso al cine, en ella se narra el amor de un pintor por una prostituta a la que intenta redimir, novela con ribetes autobiográficos ya que su autor conoció a la que sería su mujer, Elena Manzanares, en una mancebía, La hija del muerto (1927), El demonio juega-Nochebuena en el penal (1927), El santo que se condenó (1927), Los reptiles del Prado (1928), El pobre loco (1928), Yo, García y un viejo de Logroño y otras novelas (1928), La siesta (1928), Cielo y fango (1929), Las alas del sátiro (1931), El manicomio del doctor Efe (1931) y El perro que subió al cielo (1933); obras de teatro, Los gorriones del Prado, obra que fue estrenada precisamente en el Teatro Eslava, en febrero de 1923, pocos días antes del famoso crimen pasional, La virgen del infierno (1928), La tragedia del loco que quiso ser bueno (1931), El loco de la masía (1931) y Las niñas de Doña Santa (1934); poemarios: Cirios en los rascacielos (1963), Poemas del destierro, de yanquilandia y de la muerte (1963) y Las hogueras del ocaso (1965), en los que se pone de manifiesto su exquisita sensibilidad para la poesía lírica. Y como dijo este bohemio desterrado: “¡Arde el sol como un hacha / funeral en el cielo!: / Sin España en mi vida, / yo mismo soy el muerto, /¡y en la capilla ardiente / de Yanquilandia enciendo / un cirio por mi ánima / en cada rascacielos!”
Francisco Arias Solís
Sin libertad la vida vale poco.
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José Antonio Balbontín por Francisco Arias Solís | 23/3/2010 |
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JOSÉ ANTONIO BALBONTÍN GUTIÉRREZ
(1893-1978)
“Lo que a mí me hizo abandonar la visión beatífica de la España tradicional fue el descubrimiento inaudito y desconcertante, de que en Andalucía había tres millones de campesinos hambrientos de los que nadie hacía caso.”
José Antonio Balbontín.
LA VOZ PIONERA DE LA POESÍA SOCIAL
Los últimos estudios sobre la novela social fijan sus inicios en 1927, año en que publican sus primeras novelas Joaquín Arderius y Julián Zugazagoitia, pues bien, Balbontín publica su primera novela social El suicidio del príncipe Ariel, en 1929, en la colección titulada “La Novela Social” de la editorial Historia Nueva, en la misma colección aparecieron Plantel de inválidos, de César Falcón, y El blocao, de José Díaz Fernández, que suponen la consolidación del género. El libro de poemas de Balbontín Inquietudes (1925), es pionero en la poesía social y su poema “Alzaba el brazo ingenuamente / con un afán de rebeldía / que se quebraba entre sus labios / en el dulzor de una sonrisa...”, con esta dedicatoria: “Para aquella incipiente revolucionaria que en un mitín de modistillas, habló de rebelión con palabras tan dulces...”, fue de los poemas más celebrados de la época. Fue también pionero de la poesía revolucionaria en su libro Romancero del pueblo (1931), que se abre con un poema revelador: “Yo quiero ser el poeta / de los dolores del pueblo...” Este poeta, escritor, abogado y político que fue diputado por Sevilla en las elecciones a Cortes Constituyentes de la Segunda República Española, magistrado del Tribunal Supremo durante la guerra provocada por la rebelión militar del general Franco y ministro consejero en Londres del Gobierno republicano en el exilio, escribió una interesante autobiografía política con el título de La España de mi experiencia. Reminiscencias y esperanzas de un español en el exilio (1952), a su regreso a nuestro país, después de su largo exilio, publicó libros sobre temas religiosos desde un agnosticismo militante -¿Dónde está la verdad? (1967), A la busca del Dios perdido (1969), Reflexiones sobre la no-violencia (1973)-, que se traducen en una defensa apasionada del desarme mundial y en un pacifismo a ultranza, que condena sobre todo la guerra atómica y el uso en general de armas nucleares.
José Antonio Balbontín Gutiérrez nació en Madrid el 8 de octubre de 1893 y falleció en la misma ciudad el 28 de febrero de 1978. Hijo de una familia acomodada y de fuerte raigambre católica, su padre había heredado una próspera industria de anisados en Sevilla y su madre de origen montañés falleció cuando sólo contaba con seis años de edad. Fue educado en la Congregación de los Luises de Madrid. Cursó derecho en la Universidad Central de Madrid. En 1914 sufrió una crisis de fe. Asiduo de la biblioteca del Ateneo, ingresó en 1917 en el Grupo de Estudiantes Socialistas, un año después conoce a María Muñoz Cenzano, con la que contrajo matrimonio diez años más tarde. Codirigió las revistas El Estudiante y Post-Guerra, y colaboró en el periódico La Tierra. En 1929, con el seudónimo de María Luz de Valdecilla, publicó en el órgano oficial de la dictadura La Nación, un soneto con acróstico cuyas primeras letras formaban la frase “PRIMO ES BORRACHO”, el gobierno secuestró la tirada del periódico. En 1930 se afilió al Partido Radical Socialista, en el que llegó a presidir la Agrupación de Madrid. Al año siguiente abandonó dicho partido y fundó el Partido Social Revolucionario. En las elecciones de junio de 1931 se presentó por Sevilla en una candidatura encabezada por Ramón Franco y en la que figuraba, entre otros, Blas Infante. Fue proclamado diputado en octubre de 1931 y se integró en las Cortes en un grupo de escasa fuerza real pero que se hizo notar por su oposición al gobierno, formado por Ramón Franco, Ángel Samblancat, Salvador Sediles, Rodrigo Soriano, Eduardo Ortega y Gasset, Eduardo Barriobero, Juan Botella Asensi y Joaquín Pérez Madrigal, grupo que fue conocido como el de “los jabalíes”. En 1933 militó en el Partido Comunista, por el que fue candidato en las elecciones generales celebradas ese año, para abandonarlo en 1934. Durante la guerra se aproximó nuevamente al Partido Comunista y trabajó como periodista en Mundo Obrero. En 1937 fue nombrado magistrado de la Sala Tercera de lo Contencioso Administrativo del Tribunal Supremo, con sede primero en Valencia y después en Barcelona. A finales de abril de 1939 emprendió el camino de su exilio, por la frontera catalana, dirigiéndose a Londres, donde trabajó como traductor para diversas empresas y fue redactor para el servicio español de la BBC. Colaboró en la prensa argentina y mexicana, y también en la principal revista del exilio español Las Españas. Militó en la sección inglesa del partido Izquierda Republicana, en el que llegó a presidir la Agrupación de Londres. En 1952 fue nombrado consejero en Londres del Gobierno republicano en el exilio, cargo que desempeñó durante diez años. A su regreso a España, a fines de 1970, trabajó de traductor y colaboró en varios periódicos y revistas como Índice y Cuadernos para el Diálogo.
Entre sus numerosas obras, además de las citadas, destacan: Poesía: Albores (1910), De la tierruca (poesías montañesas) (1912), La risa de la esperanza (1914), Por el amor de España y de la Idea, Cien sonetos de combate contra Franco y sus huestes (1956), Mis 13 poesías predilectas (1964) y A la orilla del Támesis (poemas del destierro) (2005). Novela: Una pedrada a la Virgen (1932). Teatro: ¡Aquí manda Narváez! (1936), La canción de Riego (1936), El cuartel de la Montaña (1936), El frente de Extremadura (1936) y Pionera (1936). Ensayo: El problema de la tierra en España y en el mundo (1952) y Tres poetas de España. Rosalía de Castro, Federico García Lorca, Antonio Machado (1957). Y como dijo el pionero de la poesía social: “Dentro de España, como fuera de ella, seguiré defendiendo, en la medida de mis fuerzas, el ideal de una República liberal y democrática que avanzara prácticamente hacia un socialismo humanista, que era precisamente el ideal de Francisco Giner de los Ríos, maestro que me parece cada vez más venerable”.
Francisco Arias Solís
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