Amnesia.
Una mañana, Andrés, despertó con un fuerte dolor de cabeza. Se levantó, tomó un analgésico, y se dirigió a la cocina donde Carina, su mujer, lo esperaba con el desayuno servido. Ella le dio un ruidoso beso en los labios y le dijo:
- Buen día. Que gesto raro tenés hoy. ¿Té pasa algo?
- Sólo es una fuerte migraña, no te preocupes –le respondió-
Luego de tomar un café con leche con tostadas, que dicho sea de paso le resultó bastante desagradable, se cambió de ropa para ir a trabajar.
Su esposa había enviado el traje a la tintorería y quedó impecable. Tenía que hacerlo habitualmente ya que el perro de su detestable vecino Alberto se lo ensuciaba cada mañana al salir a la calle para ir al trabajo, y lo peor de todo era que el amo del can se reía a carcajadas enfundado en una horrible bata floreada con solapas de raso y pantuflas de color bordó de un material indescriptible. Mientras recordaba todo esto, pensó en ese fuerte dolor de cabeza que no se le pasaba tomó otro analgésico antes de salir y se fue caminando con cierto sigilo para no ser visto por su vecino.-
Al salir a la puerta, Carina le dio otro beso y comenzó a acomodarle el nudo de la corbata que, con el apuro, él omitió revisar.-
Ambos se miraron fijamente a los ojos como presintiendo algo raro, ella le preguntó:
- ¿Qué té pasa? Tu mirada no es la de siempre.-
- No sé, es ese dolor de cabeza que no se me pasa –le contestó.-
De repente se escuchó un ladrido, los dos miraron de reojo y vieron como Boby, el perro boxer de la casa de al lado saltaba sobre ellos hasta tirarlos al piso y una vez allí lamerles la cara con su babosa lengua. Como trasfondo se escuchaba la sarcástica risa de Alberto con su ridículo atuendo, su pelo engominado y fumando un cigarrillo con boquilla plástica.-
- Boby, Boby, Bobyyy –gritó el inefable.-
El perro corrió hacia su amo y ambos entraron a la casa no sin antes inferirles una mirada burlona a los esposos que aún yacían en el suelo muy enojados.-
- ¡Cómo odio a ese tipo! –dijo Andrés.-
- Yo también y a Mónica su mujer. Esa arpía –agregó Carina.-
Andrés llegó muy cansado esa noche, había trabajado todo el día con ese dolor a cuestas, entró a la casa prestando atención para no ser sorprendido por Alberto, le dio un beso a Carina y no quiso cenar, directamente se acostó, ella le llevó un té y volvió a reiterarle que lo veía extraño y que no era por el dolor de cabeza, sino su mirada que normalmente era chispeante y alegre, se veía opaca y distante.-
Luego de escuchar los argumentos de su esposa, se acomodó y se durmió. Comenzó a soñar con su vecino y a escuchar su risa todo el tiempo.-
De pronto despertó transpirado y jadeante. Miró para todos lados.¡ No era su habitación! Miró a su esposa que estaba acostada a su lado y no era Carina. ¡Era Mónica!.-
Aún sin entender que sucedía, se miró al espejo y vio que su rostro era: ¡el de Alberto!.-
¡Tenía puesta la bata que tanto detestaba! ¿Cómo pudo ser?-se preguntó.-
Cuando la mujer despertó, él la miró y le preguntó:
- ¿Qué está pasando, Mónica?
Ella salió corriendo llamando a sus hijos y gritando: ¡Chicos, chicos, papá recuperó la memoria!
Él quedó atónito y mirando el piso. La sensación que tenía de haber sido toda la vida su vecino Andrés era muy fuerte y ahora resulta que en realidad él era Alberto, el antipático y odiado Alberto que, aparentemente había perdido la memoria y que la recuperaba al despertar.-
De repente entraron: Mónica, sus tres hijos varones, el perro y el médico que justo había llegado para revisar al enfermo.-
- ¿Té acordás de mí? –preguntó Mónica.-
- Si, claro, tu nombre es Mónica –respondió Alberto.-
- ¿Y de mí?- preguntó Lautaro, el mayor.-
- Si también, y él es Ángel y él Miguel –respondió.-
- ¿No té acordás nada más, que te caíste y te golpeaste la cabeza?
- Ah, con razón me duele tanto-se quejó él.-
- Sufrió una pérdida temporaria de la memoria –agregó el doctor.-
- Bueno, pero estoy bien. ¿Me puedo levantar?
- Si, puede, pero haga cuidado otro golpe puede perjudicarle severamente su salud -recomendó el médico.-
Luego de un largo rato de tratar de auto convencerse que él era quien parecía ser y no el que creía, decidió sacar el perro a la calle. Tomó la correa, se la colocó al collar de Boby que saltaba de alegría. Abrió la puerta de la cochera, salió a la vereda, miró a la casa de al lado y vio como Andrés, el que él creyó ser, besaba a Carina, la que él creyó su esposa, y se despedían como todos los días.-
Sujetó fuertemente al perro que tiraba y tiraba de la correa, pero no pudo resistir la tentación y sacó la traba del collar y Boby se lanzó hacia sus vecinos mientras a Alberto, desde muy adentro de su ser le brotó una carcajada, una larga y ruidosa carcajada.-
La Última Esperanza
Mauricio corrió a través de los sembradíos, los mismos que con tanto esfuerzo y el tesón de su trabajo se habían transformado en sus últimas posibilidades de salir adelante.
Esos que el granizo echó a perder, no solo la futura cosecha, sino también su vida.-
Siguió corriendo sin importarle nada. Ni los gritos de su familia que desesperados lo llamaban a un costado de la casa. Ni la vos del martillero público que anunciaba por un alto parlante el comienzo del remate. Tampoco sus setenta años fueron obstáculo.-
Ya bien adentrado en el campo, cayó abatido, ahogado por la agitación. Se quedó quieto hasta recuperar el aliento. Se dio vuelta quedando de cara al cielo, el sol pasaba entre las hojas de un viejo ombú. Aquel donde, hacía ya muchos años, sentados en las corpulentas raíces que asomaban sobre la tierra su padre le dijo:
-Bueno, Mauricio, yo ya estoy viejo y cansado, ahora es tu turno. A partir del lunes té hacés cargo del campo.-
-¡Gracias, papá! ¡No voy a defraudarte! –contestó aquella vez.-
Se sentó, tomó un puñado de tierra, la observó, tan negra, tan fértil. Recordó aquellos domingos de sol, en primavera, cuando su madre y su tía tendían las mesas debajo de la parra en el patio trasero de la casa. A la derecha se veía una arboleda y el resto del paisaje era el campo florecido de girasoles, tantos y tan distantes que ocultaban el horizonte.-
-¡A comer! –gritaba Alicia, su madre.-
-¡A lavarse las manos!-agregaba la tía Julia.-
Alberto, su padre, y el tío Carlos estaban sentados y con un vaso de vino, ya empezado cada uno, por delante.-
¡Cómo reían y bromeaban en aquellos tiempos!
El recuerdo cesó al mismo tiempo que la tierra que Mauricio dejaba caer de la mano.-
Respiró profundamente y el aroma del pasto recién cortado y mojado por el rocío de la mañana, y él, que la última vez que recordaba haber llorado fue siendo niño, soltó las lágrimas más tristes: las del fracaso.-
Cayeron sobre la tierra húmeda y le vino a su mente aquel cuento que su abuela Alcira le contaba antes de dormir que hablaba de un príncipe empobrecido que al llorar sobre la tierra hizo crecer unos manzanos cuyas frutas eran de oro. Miró tontamente hacia el suelo pero nada, estaba en plena realidad, la que en su casa hacía bajar el martillo. Y esa vos indiferente que decía: - ¡Vendido al señor de traje gris!.-
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