Sin lágrimas y con pocas flores despiden a la mujer más anciana del mundo


Sin lágrimas y con pocas flores, amigos y familiares de la mujer más anciana del mundo, la ecuatoriana María Esther Heredia de Capovilla, la sepultaron hoy en el cementerio de Guayaquil, ciudad en la que nació hace 116 años.


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28/08/2006 - Guayaquil - María Esther murió el domingo en una clínica en la que ingresó el pasado miércoles aquejada por una neumonía, la enfermedad más grave que había sufrido desde 2005, cuando fue incluida en el Libro Guinness de los Récords como la mujer más vieja del mundo.

A poco de cumplir 117 años (14 de septiembre), los amigos y familiares de María Esther la recuerdan como una mujer "muy tranquila", "de pocas palabras", "serena" y "muy ceremoniosa".

Católica por acción y convicción, María Esther fue velada en la funeraria de Junta de Beneficencia de Guayaquil, y enterrada en un mausoleo en el Cementerio General de la ciudad.

Ni en la misa ni en el entierro hubo lágrimas: "Cómo podemos llorar si ya vivió lo suficiente y, además, tenemos que estar agradecidos de que no sufrió", dijo a Efe su hija Hilda, de 80 años.

"Ahora está mejor, está en paz total y, además, se va a encontrar con su esposo (Antonio Capovilla)", que murió hace unos cincuenta años, comentó camino al cementerio Patricia Ycaza, una de las nietas que, dentro de poco, dará a luz al bisnieto 21 de María Esther.

A María Esther le sobreviven tres de sus cinco hijos, diez nietos y dos tataranietas, de no más de cuatro años cada una.

De una "salud de roble", como asegura su hija Hilda, María Esther sólo ingresó una vez en el hospital para operarse de la vesícula.

"Nunca tuvo nada grave, ni siquiera cataratas, veía estupendamente, escuchaba muy bien, aunque últimamente comenzaba a tener problemas con el oído derecho", agregó.

Hace un año la salud de la anciana comenzó a deteriorarse, aunque nadie se imaginaba que moriría por una neumonía.

Así lo comentó su amiga Martha Jijón, que cada martes la visitaba para rezar: "Siempre respondía a los rezos, seguía muy bien la oración, pero el martes pasado, ya no pudo responder, aunque se le notaba que estaba consciente de lo que hacía", indicó.

El chileno Roberto Hernández, esposo de la nieta de María Esther, aseguró a Efe que la mujer era "estricta, no tenía cara de buenos amigos, pero sabíamos que era muy serena y muy justa".

"Nunca supimos cuál era el secreto para su larga vida porque comía lo mismo que nosotros, aunque muy poca carne, pero el resto todo era igual", señaló Hilda, mientras que Roberto apostilló que la anciana "comía como pajarito, muy poquito, pero todo".

También le gustaban los dulces y adoraba los helados, nunca hacía problema por la comida.

Bebía "leche de burra" y prefería el vino, un licor que aprendió a degustar con su esposo Antonio, que era austríaco.

La treintena de personas, la mayoría de cabello cano, que acompañó al féretro de María Esther, le rindió un homenaje en la puerta del mausoleo, donde un amigo de la familia le dio las "gracias" por enseñarles a vivir y "animarnos a creer en la resurrección".

Tampoco al colocar la lápida hubo lágrimas, sólo recuerdos de lo buena que era María Esther, que era devota de la Virgen del Perpetuo Socorro y de que se debe convivir en armonía con todas las personas.

"Se fue un ángel", aseguró su nuera Maruja a los pies de la tumba, mientras Vanesa, su nieta de 14 años, repetía que recordará siempre a su abuela, que le enseñó a vivir con sencillez, la misma cualidad con la que la despidieron en Guayaquil. EFE

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