SIDRYVE

WACO: LA MASACRE DE LOS FANÁTICOS

{ 05:36 PM, 13/10/2009 } { Publicado en reseña } { 0 comentarios } { Link }

El nombre de Waco y el de un rancho próximo llamado por sus ocupantes Monte Carmelo pasaron del más absoluto incógnito a ser noticia con motivo del asedio y posterior destrucción de unas paredes entre las que aguantaban el cerco David Koresh y sus seguidores, los davidianos, del que éste se había autoproclamado líder espiritual. Era el 19 de abril de 1993 cuando, tras casi dos meses de conminación a la rendición (exactamente 51 días), las tanquetas del FBI entraron en el citado rancho ubicado cerca de Waco (Texas). Tras los agentes, otro «ejército» tan numeroso como el de aquellos: los periodistas que captaban con sus cámaras (más de un centenar) el horrendo y dantesco paisaje después de la batalla.

David Koresh Yaweh se llamaba realmente Vernon Wayne Howele y era uno de los numerosos predicadores generalmente apocalípticos que en Estados Unidos aterrorizan a sus seguidores con toda clase de calamidades individuales y colectivas a no ser, claro, que les sigan a ellos en la fórmula única (única de cada uno de estos cientos de engañabobos) para formar parte de un restringido grupo que, cuando toda la humanidad perezca, logrará salvarse. En el caso de Koresh, y como en tantos casos similares, todo se reducía a un fundamentalismo cristiano que ni siquiera interpretó los pasajes más oscuros de la Biblia sino que, por el contrario, los siguió al pie de la letra. Ya desde sus tiempos de estudiante en Houston, Vernon Wayne, que era un mal estudiante, provocó —y quiso compensar aquella carencia— a sus profesores con la memorización de todos los textos bíblicos. Pues bien, siendo ya el líder de los davidianos se había metido entre pecho y espalda el Libro de las Revelaciones, y como otro burdo «mesías» más salido de los histerismos de una sociedad enferma (realmente estaba convencido de ser la nueva reencarnación de Jesucristo), anunciaba todo un panorama de final inmediato con tétricos tintes de castigo divino, invitando a la gente a que se salvara siguiendo su camino.

 

 

 

Las túnicas anaranjadas que vestían sus seguidores serían, durante los siguientes 51 días, blancos perfectos para los prismáticos de los que los cercaban, y también, para efectuar los primeros disparos, que al final acabarían siendo continuos, y que eran respondidos por los asediados utilizando el arsenal que guardaban entre aquellas paredes. Durante esos largos días, murieron miembros de los federales y también de los davidianos, en un goteo de víctimas que preparaba la gran hoguera final. De vez en cuando se conseguía un alto el fuego para una nueva mediación que diera lugar a una salida airosa al conflicto, sin resultado alguno.

Pero los asaltantes no sólo utilizaban las armas mortíferas reales (sin hacer ascos, por cierto, a la utilización de gases prohibidos por todas las legislaciones y que eran arrojados al interior del rancho), sino que recurrieron a una guerra sucia. Para ello no dudaron en, por ejemplo, cortarles la luz, el agua y la llegada de alimentos, al tiempo que, llegada la noche, potentes reflectores barrían las ventanas del rancho, para impedir el más mínimo descanso de los sitiados. Como guinda de aquella batalla terrible, potentes altavoces difundían música rockera a todo volumen. Pero junto a esta parafernalia sicodélica y enloquecedora, algo se echaba de menos. Algo, teóricamente, muy importante: la presencia allí de bomberos y ambulancias, necesarios siempre en una situación a punto de estallar. Unos y otras eran invisibles incluso en los tensos momentos que precedieron al final.

 

 

Los davidianos fueron asediados por los federales, produciéndose bajas en ambos bandos

Dicho final tuvo lugar el día 19 de abril cuando, a las 5,30 horas, los tanques del FBI decidieron atacar definitivamente. Cuando los asaltantes lograron abrirse camino por entre las llamas que ya consumían el edificio del rancho, ante su vista aparecieron confundidos y mezclados los cuerpos carbonizados de la mayoría de los seguidores de Koresh, incluido este mismo, que presentaba un solo disparo en la frente. El apocalipsis próximo profetizado por el perturbado Vernon Wayne había llegado por fin para él y los suyos, y era ya una terrible y humeante realidad para buena parte de los que tuvieron la debilidad de creerlo.

 

 

 

El balance final de muertos dentro de Monte Carmelo fue de 69 adultos y 17 menores, todos calcinados. La versión oficial de la policía hablaría de que fueron los mismos davidianos los que provocaron el incendio en un aquelarre de suicidio colectivo. Otras fuentes se refirieron, por el contrario, a vuelcos de las tanquetas federales que habrían provocado la inflamación del queroseno y, a su vez, habrían trasladado las llamas al interior del rancho. De cualquier forma, la tragedia había finalizado y Waco sería ya, en el futuro, un nombre de referencia macabro y maldito. Es una población, por cierto, predestinada a sufrir algo parecido teniendo en cuenta los datos de que, para 90.000 habitantes, había 18 armerías y 200 iglesias.

 

 

ANTECEDENTES:

Koresh, David [Vernon Wayne Howell] (1959-1993)

Líder Rama Davidiana, EE.UU.

 

Autoproclamado Mesías, fue el último líder de la Rama Davidiana de Monte Carmelo en Waco, Texas. El 28 de febrero de 1993, Koresh enfrentó un asalto ilegal de agentes federales. Tras 51 días de asedio, murió junto con casi 80 fieles en un misterioso, arrasador incendio. Polígamo, tosco y capaz de improvisar gran cantidad de horas sobre cuestiones bíblicas, profetizaba el fin del mundo. Lo fue para él y sus seguidores.

 

 

 

Su verdadero nombre era Vernon Wayne Howell y nació en Houston, Texas, en 1959. Poco antes de sumarse a las filas davidianas cambió su nombre por el de David Koresh inspirado en el nombre hebreo de Ciro, el antiguo rey persa que destruyó el imperio babilonio en el 539 a. de J.C. Algunos sostuvieron que Koresh afirmaba ser Jesucristo. Pero -como explica James Tabor, un teólogo que pudo haber evitado el desastre- esta confusión tuvo que ver con el incomprendido uso del término ungido en la Biblia.

 

En los tiempos bíblicos, tanto los sacerdotes como los reyes de Israel eran ungidos en un ritual donde se les vertía aceite. Christo o mesías, pues, significa alguien escogido especialmente por Dios para una misión, como el rey persa Ciro. Según Tabor, Koresh adoptó el nombre de Cristo en la acepción de mesías. Creía ser el elegido para abrir los siete sellos del Apocalipsis y provocar el derrumbe de los ‘babilonios’ (quienes, en su caso, fueron las fuerzas represivas del Estado). Unos y otros acabaron comportándose según las predicciones de Koresh. Fue el final en llamas del Rancho de Monte Carmelo el que determinó la ‘coronación’ -en el trágico sentido de las profecías autocumplidas- del pretendido mesías. "La destrucción casi total de una comunidad religiosa -como escribió con acierto el periodista Damian Thompson- no tiene precedentes en la historia de los Estados Unidos".

 

 

ESPERANDO LA SEGUNDA VENIDA

Durante su adolescencia, Vernon Howell parecía estar más cerca de rock que de la Biblia (de la que -por influencia de su madre, Bonnie Haldeman- era un voraz lector). Por eso, no extraña que su carrera musical comenzara con un Vernon que animaba con su guitarra encuentros familiares y veladas nocturnas estudiantiles interpretando canciones de rock cristiano. Recién a fines de los 70 iba a convertirse en uno de los más dinámicos participantes de la Rama Davidiana, por entonces liderada por Benjamin Roden. Si bien en 1985 ya manejaba un grupo interno de los davidianos, fue durante el breve lapso de cinco años -entre 1987/88 y 1993- que Koresh lideró la comunidad milenarista afincada en Waco desde 1935.

 

 

Como millones de cristianos protestantes, Koresh creía en la proximidad del fin de los tiempos y de la Segunda Venida de Jesús. La Rama Davidiana, tal como se hizo conocida la denominación, es heredera de la tradición iniciada por William Miller (1782-1849), predicador laico bautista famoso por haber vaticinado el fin del mundo para 1843 y, al fallar, para el año siguiente. Este acontecimiento -conocido como La Gran Decepción Millernarista (usando burlonamente el apellido del frustrado profeta) de 1844- dividió el movimiento en varios grupos, entre ellos los Adventistas del Séptimo Día y los Testigos de Jehová. Del primer movimiento emergió un líder adventista, el vendedor de lavarropas búlgaro Victor T. Houteff (1885-1955), quien creía que sólo 144.000 elegidos iban a formar parte del Reino de Jesucristo y que, antes de la Segunda Venida, los elegidos se reunirían en Palestina . Houteff se estableció con sus seguidores en el centro de Monte Carmelo en Waco, Texas, que acaba rompiendo en 1943 con los adventistas a causa de su pacifismo radical, el cual -paradójicamente, a la luz de los hechos posteriores- les impedía manejar armas y prestar servicio militar. Ese año se funda la Asociación General de Davidianos Adventistas del Séptimo Día, el cual -tras un breve liderazgo de la esposa de Houteff, Florence- da paso a la creación de la Rama Adventistas del Séptimo Día, luego conocida como Rama Davidiana. Sendas profecías fallidas de Florence -una el 19 de abril de 1959, otra el 22 de diciembre de 1961- llevan a la viuda de Houteff a tomar la decisión de disolver la Asociación. El grupo continúa bajo la guía de otro incipiente líder, el pastor Ben Roden.

CÓMO NACE UN MESÍAS

 

David Koresh no era el ‘gurú carismático’ que cualquiera suele imaginar: se trataba de un líder natural algo grosero que demostraba una gran capacidad de improvisación y estaba acostumbrado a predicar durante horas en un lenguaje familiar; a veces, incluso, desagradable. "Esto no es un restaurante -rezaba un cartel que había hecho colgar en el comedor- si no les gusta la comida, se joden". Se levantaba mucho más tarde que sus discípulos, a quienes hacía sentar en un aula donde debían permanecer largas horas oyendo sus homilías, que solían durar hasta la madrugada. Hablaba mientras disfrutaba de comidas que les eran vedadas a otros integrantes, obligados a seguir una frugal dieta vegetariana. El periodista Dick Reavis, en The Ashes of Waco, descubrió que los davidianos nunca salían a reclutar prosélitos. ¿Por qué? "Es que no creemos que sea tan sencillo explicarlo en un cuarto de hora", respondió uno de sus seguidores

 

 

En 1985, Koresh ya había trazado el calendario apocalíptico de su misión, según la cual el final de los tiempos comenzaría exactamente diez años después de su ‘coronación’ como jefe de los davidianos, es decir, hacia 1995. Al parecer, las fechas se adelantaron: en marzo de 1992 percibió algo, quizá las primeras acciones hostilidad de los grupos anti cultos y de la prensa. Por entonces, le pidió a un discípulo australiano que viajara a Waco porque "el fin del tiempos está a punto de comenzar".

Lo cierto es que la Rama Davidiana en la versión Koresh ya había aparecido en los diarios poco antes de que asumiera el control del movimiento. En 1987, explotó una violenta lucha interna por la sucesión protagonizada por el hijo de Roden, George, y Koresh: los grupos que ambos lideraban se enfrentaron armas en ristre, hubo tiros y se repartieron golpizas. En minoría, George abandonó Waco exponiendo tanto a los medios como al sheriff del condado que Koresh había disparado contra él y sus seguidores. En 1988, Koresh es arrestado sin oponer resistencia y es procesado. Pero la fiscalía no encontró pruebas que sostuvieran la acusación -Koresh argumentó legítima defensa- y salió absuelto. Atacado por los medios, David logró sacar partido de la situación, obteniendo fondos frescos de algunos de los medios a los cuales había querellado por calumnias. Pero la salvación del momento se convirtió en un salvavidas de plomo: la prensa comenzó a hostigar a la Rama Davidiana sin distinguir bien entre datos verificables y versiones maliciosas. Pronto comenzaron a circular rumores respecto de las costumbres sexuales heterodoxas del líder, que no excluían chismes según los cuales abusaba de menores. Koresh, por su parte, reforzó su autoridad carismática, deslizando entre algunos seguidores la idea según la cual él mismo podría ser el mesías anunciado por el Apocalipsis. Koresh, según el teólogo Tabor, no se creía Jesús sino el Cordero, el elegido para abrir los Siete Sellos.

EL GURÚ POLÍGAMO

 

 

Con diferentes mujeres, Koresh llegó a tener más de quince hijos, trece de los cuales murieron en el incendio de Monte Carmelo y por cuyos derechos sigue luchando su abuela, Bonnie Haldeman. En el rancho, Koresh practicaba la poligamia a la manera de Cyrus Teed (1839-1908), líder de una pequeña comunidad utópica establecida en Florida cuya doctrina le otorgaba la potestad de seducir y acostarse con las mujeres del grupo, entre ellas las parejas de sus seguidores varones, a quienes les imponía la castidad. Del mismo modo, Koresh daba complejos argumentos teológicos que le permitían la práctica del amor libre a él y se lo impedía a los demás, prescribiendo en algunos casos el más absoluto celibato. La poligamia -recuerda el historiador y sociólogo Massimo Introvigne-, está prohibida por las leyes norteamericanas. Sin embargo, se trata de una costumbre socialmente aceptada, en especial debido a decenas de grupos que, como los mormones en el estado de Utah, adhieren a ella a la luz del día desde -al menos- mediados del siglo XX.

 

 

Pero, en 1992, el desprogramador Rick Ross denunció que Koresh no sólo seducía a las mujeres de la comunidad sino que abusaba sexualmente de los niños -una denuncia que nunca fue demostrada-. En el rancho de Monte Carmelo se compraban armas legales para convertirlas en automáticas, es decir, ilegales, ya que Koresh carecía de la autorización respectiva.

Así, la Rama Davidiana comenzó a ser vigilada cercanamente por los servicios sociales texanos, quienes eventualmente decidiron no iniciar acciones legales contra Koresh u otros miembros de su movimiento. Pero, a comienzos de 1993, la historia llegó a oídos de la Oficina de Tabaco, Armas y Alcohol (ATF), cuyos responsables decidieron intervenir, el 28 de febrero del mismo año, sin muchos miramientos

 

 

El resto, es historia conocida. Y, para quien no lo es, vale la pena conocerla: la tragedia de Waco en los '90 se convirtió en un ícono casi tan fuerte como el suicidio colectivo de Johnestown en Guyana a fines de los años '70. Con la diferencia de que, esta vez, la agresiva intrusión del aparato represivo estatal precipitó el desastre que -según declamaban desde el gobierno del presidente Bill Clinton- se estaba tratando de evitar. Los únicos que hubieran podido intentar llegar a un final feliz -por la vía de la comprensión de su entreverado calendario escatológico y el diálogo, en vez de tratarlos como delincuentes- no fueron escuchados.



LA NORTEAMERICANA QUE DESTRONÓ A UN REY

{ 05:22 PM, 13/10/2009 } { Publicado en reseña } { 0 comentarios } { Link }

POR SIBYLLA

Aunque nacida en una familia patricia de Maryland, Wallis no pertenecía a esa poderosa clase americana que buscaba entre los vástagos de los grandes linajes británicos maridos para sus atildadas hijas. No era como ellos pero se comportaba como tal. Wallis Simpson era una mujer de ojos azules y figura extremadamente delgada.

Su aspecto, según palabras del famoso fotógrafo Cecil Beaton que la conoció muy de cerca, era inquietante: impresionaba más que nada su figura esquelética. A ella pertenece la frase “nunca se es demasiado delgada ni demasiado rica”. Sus compañeras de estudio la recuerdan siempre rodeada de hombres, buscando ser invitada a las fiestas más encopetadas. Sus amistades masculinas parecían gozar con la compañía de aquella muchachita con aires de gran dama, picante y descarada que les reía sus chistes obscenos.

Los informes que la familia real encargó a Scotland Yard sobre el pasado de Wallis, la describen como voraz y buscona, con una conducta parecida a la de una prostituta. El oficial Joe Longton, en una carta de 1934 dirigida a la reina Mary que ha sido desvelada hace días, llegaba a decir que «Mrs. Simpson se comportaba en Baltimore con la misma promiscuidad que un homosexual vicioso» y que no entendía cómo el heredero al trono «podía casarse con una prostituta mientras le estaba vedado hacerlo con alguien de religión diferente». «¿Es acaso preferible para la realeza una puta que una católica?», concluía el indignado informador. Era la época en que el vendedor de coches Guy Trundle y Wallis se conocieron en Londres, y ella ya salía asiduamente con el príncipe de Gales, que pronto se convertiría en rey. Guy, por su parte, había abandonado la Fuerza Aérea en 1927, en la que obtuvo algunos éxitos y un par de condecoraciones en la I Guerra Mundial con sólo 20 años. Como otros pilotos de la RAF, buscó trabajo como pudo y lo encontró de mecánico en una fábrica Ford, mientras trataba de aumentar sus ingresos vendiendo coches por su cuenta.

 

Sin embargo, Guy no era el tosco mecánico que los tabloides británicos han querido mostrar interesadamente para rebajar la figura de Wallis. Era muy educado y atractivo, con aspecto de lord, y consumado bailarín. Siempre alardeaba de sus conquistas. Aunque se casó en 1932 con la hija de un general retirado, en los años 1935 y 1936 seguía siendo figura conocida en los ambientes galantes del sofisticado Londres. El príncipe de Gales mantenía por entonces relaciones con varias damas, entre las que destacaba Gloria Vanderbilt, la hija del multimillonario americano que, al igual que sus hermanas, alternaba entre la alta nobleza británica. En un alarde de solidaridad femenina, Gloria pidió a su amiga Wallis Simpson que cuidara de POW (Prince of Wales), mientras ella se ausentaba unas semanas para visitar a su familia en Nueva York.

 

 

La confiada neoyorquina debía de estar al corriente de las hazañas sexuales de su compatriota, pero, probablemente, supuso que no era peligrosa una mujer de mediana extracción, casada en segundas nupcias y que, aunque tenía mucho encanto, era demasiado rara, incluso fea, para alguien tan delicado y exquisito como David. Quizás esto define algunos rasgos de su personalidad: Wallis, era dura, competitiva, egocéntrica, anoréxica y, con el tiempo, a fuerza de estirarse tanto el cuello, cuando los médicos –ya anciana- necesitaron intervenirla quirúrgicamente tuvieron dificultades para entubarla debido a la cantidad de cirugías estéticas que se había hecho. Wallis conoció al príncipe en 1932, cuando ella tenía 37 años y él 38. Por entonces, Eduardo era uno de los solteros mas codiciados de Europa: rubio, atractivo, delgado, elegante, era un maestro a la hora de combinar camisas con trajes a rayas y corbatas de los más diversos colores. El también era un hombre con muchas manías a la hora de comer: se alimentaba muy poco. Wallis Simpson, una aventurera a quien su primer marido había hecho educar sexualmente en un prostíbulo de China. Wallis descubrió a primera vista que el príncipe era un masoquista al que le iba la marcha, lo maltrató y lo convirtió en su marioneta. Todo esto era ignorado por el público. Cuando un sirviente palaciego descubrió a Eduardo de hinojos, pintándole las uñas de los pies a Wallis como si fuera su doncella, no fue a vender la exclusiva a la prensa rosa, como haría hoy día, sino que pidió la baja, porque no podía soportar ver a su soberano haciendo de esclavo sexual. El rey Jorge V, sin embargo, estaba al tanto de lo que pasaba, pues el servicio secreto había recibido órdenes de vigilar a Wallis. En el momento en que se conocieron ella estaba casada con un empresario norteamericano, pero eso no fue ningún impedimento ya que Eduardo sentía especial interés por las mujeres casadas. El primer encuentro se produjo en la casa de Thelma Vanderbilt, en Londres, (amiga de Wallis y de Eduardo).

 

El príncipe quedó fascinado por la manera de hablar y de actuar de la futura duquesa de Windsor. Según el relato que Rosa Montero hace en su libro “Pasiones”, Eduardo tenia algunos problemas sexuales y Wallis, que aparentemente contaba con mucha más experiencia, supo cómo ayudarlo a superarlos. Mas allá de lo cierta o no que resulte esta anécdota, la verdad es que Eduardo llegó a amarla de un modo casi patológico y por eso – a medida que la relación crecía a escondidas del marido engañado- el príncipe insistía para que ella se divorciara de Ernest Simpson, un empresario que terminó arruinado por las locuras y extravagancias de su mujer.Ella era un raro "caso de masculinidad con fuertes características femeninas", cara de "personaje de juegos de cartas medieval", por quien el entonces rey "sentía una atracción más física que sexual" según la propia descripción de Winston Churchill, un muy buen amigo del monarca.Wallis Simpson había sido amante de Joachim Von Ribbentrop cuando éste era embajador en Londres y esos vínculos nunca se quebraron completamente. Al separarse de ella, Von Ribbentrop, quien luego sería Ministro de Exteriores de Hitler, le envió una jarra con 17 rosas, el número de veces que se habían acostado juntos, según aparece consignado en informes del FBI de aquella época. Los que más odian a Wallis Simpson no dudan en calificarla como agente encubierto de los nazis. Parece exagerado pero tiene su porqué. Una de las visitas más escandalosas que los duques realizaron en 1937, ya casados y virtualmente exiliados, fue a Adolf Hitler en la cancillería del Reich. Eduardo no había ocultado sus simpatías por la ideología nazi y, al parecer, tuvo contactos con los fascistas de Oswald Mosley siendo príncipe. Wallis, por su parte, había tratado de asegurarse el apoyo del régimen hitleriano para su matrimonio desigual. Si las cosas se pusieran feas para Inglaterra, ella y Eduardo podrían formar una nueva dinastía «popular», al estilo de la Italia fascista.

 

 

En enero de 1936, después de la muerte del rey Jorge V, Eduardo VIII, el hijo primogénito (y tío de la actual reina) subió al trono. Inmediatamente se enfrenta con su familia y con el gobierno al anunciar su intención de casarse con Wallis.

Firme en su decisión, abdica y se casa con la mujer que amaba, reservándose el título de Duque de Windsor. Se casaron el 3 de junio de 1937.El lado oscuro de la historia es que además de la crítica social feroz, debió enfrentarse a las acusaciones de simpatizar con el nazismo y de desmentir, tal vez sin éxito, que su casamiento era sólo una pantalla para su homosexualidad.

Todos cuantos conocieron a Wallis Simpson han dicho de ella que era una mujer extraña. Alta y angulosa, tenía los pies y las manos grandes, la mandíbula cuadrada y un aire indudablemente masculino. Lógico, según su última biografía: la norteamericana por la que Eduardo VIII renunció al trono británico en 1936 era en realidad un hombre.

 

Quien sugiere esta extraordinaria y desconcertante posibilidad es Michael Bloch, un británico que trabajó en París editando la correspondencia de los duques de Windsor y que ya había rentabilizado antes su privilegiada experiencia publicando varias obras sobre la pareja.

 

 

 

 

En su último libro, el biógrafo explica que fue un conocido médico de Londres quien le puso sobre aviso. «Quiero contarte algo sobre ella para que lo tengas en cuenta», le dijo antes de que estrenara su empleo en Francia. «Wallis Simpson era un hombre. No hay duda alguna, un colega que la examinó me reveló todos los detalles».

 

Sorprendentemente, Bloch no pidió más explicaciones ante semejante revelación y el médico londinense se llevó el secreto a la tumba. Pero aunque reconoce que no tiene pruebas definitivas, el escritor sugiere ahora que la duquesa era víctima de una extraña malformación genética denominada síndrome de insensibilidad andrógina.

Wallis Simpson no podía tener hijos pero esa es la única evidencia científica. Bloch cimenta su tesis en los testimonios de varias personas cercanas a la pareja que aseguran que su relación era puramente platónica.

 

 

El biógrafo cita por ejemplo a Herman Rogers, el mejor amigo de ella, según el cual Wallis seguía siendo virgen pese a sus dos matrimonios anteriores cuando se casó con el duque de Windsor.

Al parecer, la duquesa le confesó entre bromas que nadie la había tocado por debajo de la «línea Mason-Dixon», como se bautizó la frontera entre el Norte y el Sur de los Estados Unidos. Una manera muy especial de afirmar que jamás había mantenido relaciones sexuales.

Algo parecido sugirieron otros observadores de excepción como Winston Churchill, quien escribió que la relación entre el duque y la duquesa era «psíquica más que sexual, y sensual sólo ocasionalmente».

 

Georges, el fiel mayordomo que les sirvió hasta su muerte, también afirmaba que nunca mantuvieron relaciones sexuales aunque compartían la misma cama.

  

Bloch apunta también como argumento la afinidad de la duquesa con artistas y escritores homosexuales como Somerset Maugham, Cecil Beaton o Noel Coward y refiere un comentario de otro de sus amigos «gays», Jimmy Donahue, el atractivo e ingenioso heredero del imperio Woolworth.

Donahue llegó a decir que dormir con Wallis era como hacerlo con «un viejo marinero», es decir, con alguien carente ya de energía sexual.

Pero de todos ellos, el más astuto fue tal vez James Pope Hennessy, quien solía visitar a los duques en su casa de campo a finales de los años cincuenta, mientras preparaba una biografía de la reina María.

  

Después de una de sus entrevistas, el escritor anotó en su diario: «La duquesa es una de las mujeres más extrañas que he conocido. Cedería a la tentación de clasificarla como la mujer americana por excelencia si no tuviera la sospecha de que no es una mujer en absoluto».

 

 

La duquesa de Windsor nunca tuvo buena prensa en el Reino Unido. En diciembre de 1936, se decía de ella que había cautivado a Eduardo VIII con malas artes aprendidas de las prostitutas chinas. Más de setenta años después de la traumática abdicación del monarca, el personaje de la divorciada norteamericana, como el de su marido, siguiò estando rodeado de extraños mitos

Al duque de Windsor se le ha llegado a bautizar como «el rey traidor» como consecuencia de sus supuestos devaneos con la Alemania nazi. Según un documental emitido el año pasado, Eduardo estaba fascinado por Hitler antes de la Segunda Guerra Mundial y llegó a considerar la posibilidad de traicionar a su país movido por el rencor hacia su familia y por el deseo de recuperar el trono.

Todos los secretos de su vida en común se los llevaron a la tumba, él murio en 1972 y ella en 1986.

 

 

 

EL REY QUE PRESUNTAMENTE ABDICÓ POR AMOR, ERA UN SER MÁS COMPLEJO E INCAPAZ DE LO QUE LOS ROMÁNTICOS QUIEREN NARRAR, WALLIS SEGURAMENTE GUARDÓ PARA SÍ LOS SECRETOS QUE SU SUSTITUTA (MÁS AFORTUNADA) MANTIENE CON EL ACTUAL PRINCIPE DE GALES. CAMILA, HA LOGRADO CASARSE, Y SOÑAR CON UN TRONO QUE WALLIS SÓLO PODÍA CONSEGUIR SI HITLER HUBIESE VENCIDO...O QUIZÁ NO..

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Al duque de Windsor se le ha llegado a bautizar como «el rey traidor» como consecuencia de sus supuestos devaneos con la Alemania nazi. Según un documental emitido el año pasado, Eduardo estaba fascinado por Hitler antes de la Segunda Guerra Mundial y llegó a considerar la posibilidad de traicionar a su país movido por el rencor hacia su familia y por el deseo de recuperar el trono.

Todos los secretos de su vida en común se los llevaron a la tumba, él murio en 1972 y ella en 1986.

 

 

 

EL REY QUE PRESUNTAMENTE ABDICÓ POR AMOR, ERA UN SER MÁS COMPLEJO E INCAPAZ DE LO QUE LOS ROMÁNTICOS QUIEREN NARRAR, WALLIS SEGURAMENTE GUARDÓ PARA SÍ LOS SECRETOS QUE SU SUSTITUTA (MÁS AFORTUNADA) MANTIENE CON EL ACTUAL PRINCIPE DE GALES. CAMILA, HA LOGRADO CASARSE, Y SOÑAR CON UN TRONO QUE WALLIS SÓLO PODÍA CONSEGUIR SI HITLER HUBIESE VENCIDO...O QUIZÁ NO..



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