Notas al paso (I)
1. Me confieso. Cada vez que entro a nuestro blog lo hago con la expectativa de encontrar un comentario, una visita nominal o anónima que nos de una prueba de que existimos para otros. El resultado de la pesquisa es decepcionante. O nadie lee lo que escribimos. O quien nos lee, prefiere permanecer en silencio. Salvo los tres comentarios que recibió la nota de Pablo (del 21/01/2009), los demás textos que colgamos no han motivado comentario alguno. Y es una lástima, sobre todo porque hay una selección de poemas de Osvaldo Guevara que merece (y no tengo dudas) un mínimo de atención.
Esta indiferencia o este silencio quizás se deba – y es una conjetura personal- a que, como acertadamente señala Pablo en su nota, la lógica del blog no sintoniza del todo con la propuesta (de la que soy mentor y, como tal, debo hacerme cargo) de compartir lecturas mediante el formato, más bien ortodoxo, del comentario de libros. El blog –se me ocurre- es una especie de “diario público”, una práctica de la escritura que se constriñe al día a día, a la anotación puntual y repentina, y persigue lo novedoso bajo la suposición de que la novedad es una variable exclusiva del presente (y, sobre todo, del presente de la escritura). El blog – y lo escribo mientras lo pienso, y pienso escribiéndolo- funciona como un espacio para ser (y hacer de) escritor. Se escribe en un blog, como diría Josefina Ludmer, para “fabricar presente” y se lee, lo que en un blog se escribe, para volverse de inmediato escritor, para escribirse a uno mismo.
2. En un texto hermoso y lúcido, que lleva por título La voz y el fenómeno, Jacques Derrida sostiene que el presente difiere de sí mismo. Si, como el sentido común señala, el presente es aquello en lo que el pasado y el futuro se enlazan, producto de lo que no deja de ser y anticipación de lo que será muy prontamente motivo del recuerdo o flagelo del olvido, el presente es la pura diferencia, un hueco, un vacío de significaciones. Escribir el presente no es otra cosa que invocar temporalidades ajenas y distantes: la de la historia y la de la utopía. Esa tensión me parece una manera bellísima de nombrar a la literatura y, muy especialmente, a la poesía: me gusta pensarla y hablar de ella como una dialéctica, sin síntesis, sin reconciliación (diría Adorno) entre lo que perdimos (y persiste como el tañido de una huella intermitente) y lo que jamás tendremos (eso que habita el territorio del deseo y permanece errático y faltante). Se escribe poesía contra el olvido: para recordar, claro. Pero se escribe, también, para traer al plano del lenguaje el sueño loco, imposible, postergado, redentor, de lo que podría llegar a ser. Para anular la idea de clausura, de agotamiento, de extinción. Contra la muerte se escribe la poesía. Para devenir inmortales.
3. Nuestro blog no es una fábrica de presente, sino la tentativa, modesta y perfectible, de escribir sobre lo que leemos. Aquí, ahora, la pregunta clave sería: a quién le interesa de verdad leer, quién se asume y exhibe como un lector auténtico. Leer literatura –dice Jonathan Culler- equivale a renunciar voluntariamente a la inteligibilidad inmediata de lo que se lee y –agrego yo- a la gratificación súbita, al jueguito simplista y perezoso del “me gusta/ no me gusta”. La lectura literaria implica no sólo el dominio de ciertas destrezas cognitivas, lingüísticas y culturales (bastante complejas, por cierto) sino, también, una predisposición a la escucha, una apertura hacia lo desconocido (ese mundo otro que un texto nos revela) y una renuncia momentánea a nuestros hábitos y prejuicios (para estar en condiciones de acoger una voz y una escritura ajenas).
Suele mencionarse una intervención de Borges en la que, supuestamente, el maestro de la ironía y las atribuciones apócrifas aconseja abandonar la lectura de un libro cuando éste no resulta del agrado de quien está leyéndolo. Parece ser un argumento de peso (por el prestigio de quien lo introduce) a favor de la tiranía del gusto propio, de lo que yo llamo “el sucio jueguito del me gusta/ no me gusta”.
El gusto es –como diría Bourdieu- una disposición cultural, un “capital simbólico” y un “habitus”, producto de la internalización de las relaciones de poder que los sujetos sociales mantienen con otros en el ámbito de un entramado histórico. El gusto es una tiranía que se padece y que, a la vez, se ejerce. Algo que se hereda y que se intenta imponer a los demás como si se tratase de algo “natural”, de un acuerdo o un consenso indiscutible que, de un modo paradójico, funciona como un dispositivo uniformador y discriminatorio. “No te gustan ‘Los piojos’, entonces no existís”.La literatura que de verdad importa subvierte los gustos y los valores instituidos, agujerea las representaciones cristalizadas, cuestiona las ideologías dominantes, nos sacude, escandaliza y extraña de nuestras preferencias e inclinaciones automatizadas.
Imaginemos la siguiente posibilidad en la forma de una conjetura: ¿Qué pasaría si aplicáramos la proposición borgeana a la literatura de Borges? ¿Recomendaríamos, por ejemplo, la lectura de “Pierre Menard, autor del Quijote” simplemente porque nos gusta? Y de ser así: ¿ese “me gusta” (y, por transitividad, ese “te va a gustar”) responde a una sensación, a un capricho, a una ocurrencia? Es necesario, inevitable, atravesar varias y complejas mediaciones (saberes de índole literario, filosófico, artístico e incluso político) para entrar en consonancia con la escritura de Borges. Borges da trabajo, exige, confunde, anonada. No se lo entiende al toque, se resiste a la comprensión instantánea. Es difícil, casi imposible que guste (como puede gustarnos una comida, una prenda de vestir, el diseño de un automóvil). Para qué leerlo, entonces.
Lo que se consume masivamente parece una señal clara de lo que gusta. Sin embargo, los títulos de libros y los nombres de autores que encabezan las listas de los “más vendidos” (y, dicho sea de paso, comprar un libro no es sinónimo de leer un libro) muy poco tienen que ver con la literatura que de verdad importa. Podríamos inventar un título “markenitero” para un tratado imaginario sobre esa clase de escritos. Propongo éste: ¿Qué leen los que no leen? Lo que les gusta, lo que les brinda divertimento y surte de consejos para vivir mejor. Lo que fomenta salidas personales y mezquinas en un mundo miserable, inhóspito y desigual.
Si hiciéramos del gusto (de lo que satisface sin demora y no aburre) un criterio de selección y un parámetro de juicio exclusivo y excluyente, jamás deberíamos leer a Saer, a Chejfec, a Macedonio, a Tello, a Vallejo, a Juanele, a Calveyra, a Carrera, a Godino, a Perlongher, a Pavlosky, a Beckett, a Eliot, a Pound, a Mallarme… La literatura que importa de verdad es lo radicalmente otro de lo que profiere consuelo y comodidad, de lo que reproduce, con cinismo, una moral conservadora, un sentido común cómplice y bárbaro. Un lector de literatura auténtico no busca calma ni regocijo. Quiere ser un expedicionario de lo imprevisto. Desea una casa dentro del mar, una estadía en el fragor de las tempestades y el peligro.
4. Hace un rato recibí un email con la tercera circular de un congreso de literatura argentina que se realizará en Córdoba durante el mes de junio. Me bastó recorrer con la mirada los títulos de los numerosos y variopintos temas que se tratarán para experimentar una fatiga, un apabullamiento brutales. Pertenezco a la Academia, me gano la vida como profesor universitario, pero repudio, cada vez con más fervor, el lugar que se le otorga allí a la literatura, el uso que se hace de ella, los modos en que se la lee. Se la aparta con violencia de la vida, se la diseca, se la momifica. No hay allí, en la Academia, en los congresos de literatura, en los lugares donde se forman los docentes que deben enseñar a leer, un resquicio para hacer –como diría Larrosa- una experiencia genuina, para internarse, con la literatura y a través de ella, en un devenir sin fin ni finalidad, en una aventura que nos transfigure y reinvente con independencia de un modelo a imitar y de un propósito que cumplir.
Los lectores de literatura no están en la universidad, ni enseñando ni aprendiendo. Al igual que el Dios nietszchiano, allí la literatura ha muerto hace mucho tiempo atrás y la ha sustituido un nihilismo pragmático, una voluntad de poder que reduce todo lo que ingresa en su horizonte de dominio en un instrumento banalizado. Los lectores auténticos viven fuera de las aulas universitarias, al margen de los programas de estudio, ajenos a los proyectos de investigación, allí, en la experiencia inalienable de la lectura, donde la literatura se reencuentra consigo misma y revive.
5. La literatura, como dice Pablo en su nota, puede ser un motivo de conversación entre amigos. Yo digo: la literatura hace posible que Pablo y yo conversemos, que seamos amigos. Quiero agregar, también: la literatura es mucho más importante, perdurable, continua que cualquiera de nosotros (que Pablo y que yo; que la mayoría de ustedes, y no quiero ofender). Siempre me repito, lo que la literatura me ha dado es un don impagable; ella puede persistir sin mí, en cambio ¿qué haría yo sin ella? Ser torpe e incluso brutal, adherir a la pena de muerte, maldecir a los homosexuales, sembrar soja, mandar a mi hijo a una escuela privada y confesional. La literatura me ha hecho un lector. Alguien que duda y que desconfía y sospecha de las soluciones repentinas y absolutas. Alguien que se demora en lo que no comprende y desafía sus convicciones. Alguien que escucha con atención. Alguien que se sabe fortuito, fallido, contradictorio. Y amo leer, y soy puro agradecimiento a la literatura.
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Sobre escribir (o leer al revés)
04:46 PM, 31/5/2009
.. Publicado por virginia
Dicen que nadie desconfiaría de un hombre con un libro en la mano. Pues bien, creo que aún leyendo se puede ser torpe y brutal. Coincido con el resto (pero lamento decirle que mi "academia" es escasa).
Voy a compartir unos párrafos que desgraciadamente no me pertenencen: "Creo que lo que le reprocho a los libros, en general, es eso: que no son libres. Se ve a través de la escritura: están fabricados, están organizados, reglamentados, diríase que conformes. Una función de revisión que el escritor desempeña con frecuencia consigo mismo. El escritor, entonces, se convierte en su propio policía. Entiendo, por tal, la búsqueda de la forma correcta, es decir, de la forma más habitual, la más clara y la más inofensiva. Sigue habiendo generaciones muertas que hacen libros pudibundos. Incluso jóvenes: libros encantadores, sin pozo alguno, sin noche. Sin silencio. Dicho de otro modo: sin auténtico autor. Libros de un día, de entretenimiento, de viaje. Pero no libros que se incrusten en el pensamiento y que hablen del duelo profundo de toda vida, el lugar común de todo pensamiento.
No sé qué es un libro. Nadie lo sabe. Pero cuando hay uno, lo sabemos. Y cuando no hay nada, lo sabemos como sabemos que existimos, no muertos todavía. Cada libro, como cada escritor, tienen un pasaje difícil, insoslayable. Y debe optar por dejar este error en el libro para que siga siendo un verdadero libro, no una falsedad....el escribir... es siempre la puerta abierta hacia el abandono. El suicidio está en la soledad de un escritor. Uno está solo incluso en su propia soledad. Siempre inconcebible. Siempre peligrosa. Sí, un precio que hay que pagar por haber osado salir y gritar"
Escribir (Tusquets) - Marguerite Duras.
Esto es para mi leer. Y también escribir.
Hasta la próxima
Virginia
snif
07:38 PM, 18/6/2009
.. Publicado por Virginia
Me confieso. Cada vez que entro a su blog lo hago con la expectativa de encontrar un comentario, una visita...que me de una prueba de que existo.... El resultado de la pesquisa es decepcionante.
En fin, alegra mi corazón saber que compartimos la decepción (por algo se empieza) SUERTE!!!
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