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Un canto desviado. Sobre "Vuelve", de Lucas Tejerina

11:38 PM, 9/8/2009 .. Publicado en Comentario de libros .. 0 comentarios .. Link

 

  1. Antes de ponerme a escribir sobre Vuelve[1], el libro de Lucas Tejerina, me pregunté más de una vez si debía hacer mención a la contratapa que lo acompaña y que lleva la firma de Cucurto. Se trata de un espaldarazo fuerte, aunque también –y fue lo primero que comprobé al leer el poemario- es un simpático catálogo de equívocos. Sin embargo, no pretendo usar los poemas de Vuelve como una excusa para entablar una polémica. Primero, porque tal polémica resultaría presuntuosamente unilateral. Segundo –y es lo que de verdad me importa- los poemas de Tejerina merecen otro tipo de atención o, mejor dicho, requieren de la escucha y deferencia que Cucurto, asumiéndolo con total franqueza por cierto, no les dedica. Se olvida de hablar del libro, y si ese gesto resume, con un jovial desparpajo, la intención de no intimidar al lector ni dirigir su experiencia de lectura, también compendia una actitud que pasa por alto –que omite voluntariamente- la factura poética de los textos que debería comentar o, en todo caso, la subsume en una serie de generalizaciones que los mismos poemas de Tejerina se encargan de volatilizar.

 

  1. Cucurto anota que le gusta lo que el autor de Vuelve escribe “porque no es llorón, ni es sublime, ni anda tratando de escribir el gran verso, sino todo lo contrario, un hombre sencillo que nos cuenta pequeños acontecimientos.” En la citada retahíla de porqués se articula un conjunto de predicados en el que asoman, por negación y descarte, dos de los rasgos –todo un par de lugares comunes- a los que suele asimilarse la poesía noventista: el antilirismo y el minimalismo. El rechazo del registro lírico y de lo que se supone son los grandes asuntos poéticos expulsa del poema los sentimientos y toda intención de conmover y/o emocionar al lector a la vez que enfatiza el imperio temático de lo inmediato, trivial e intrascendente. Si bien Vuelve, en cierta medida, acusa recibo de esa poética –que tiende a reducir a cero el impacto de la emotividad, a eliminar el ornato retórico potenciando al máximo la función referencial del lenguaje y a inclinarse por una expresión impávida o burlesca - también produce la aparición de algo distinto y propio, diferente de las etiquetas de un programa de escritura generacional y vinculado con una manera irreductible de vislumbrar y sentir el mundo, de percibirlo e interrogarlo: un cúmulo de sensaciones y dilemas, de perplejidades y deslumbramientos que se trasponen, de un modo peculiar, al plano de la escritura.

 

  1. Pequeños son los sucesos que se evocan y narran en los capítulos titulados “Estos son mis pasos a seguir”, “Campo” y “Anhelo”; respectivamente el primero, el segundo y el cuarto de los seis en que se distribuyen los poemas del libro[2]. Y sencillo y directo es el uso del lenguaje que predomina en ellos. Pero en “Campo” -el apartado que comprende siete poemas- de la evocación de un paisaje familiar, desvastado por el paso del tiempo, emerge una mirada nostálgica que se detiene en las ruinas de lo que fue próspero y que empuja al pensamiento a escandir estos versos que recuerdan a Machado: “Ayer es hoy / aún.” O estos otros, en los que la incertidumbre adquiere el tenor de una pregunta que excluye la vía de una tercera opción: “Tiene una duda: / ¿es el comienzo / o el fin?” Lo sencillo y lo mínimo, es decir, la entonación parca, el vocabulario despojado de aditamentos decorativos y la descripción constituida por fotogramas puntuales son una excusa para el yo poético de Vuelve – ese componente de la poesía que el noventismo minimiza y degrada- cobre un protagonismo central a través del planteo de preguntas, de reflexiones y paradojas que, tomando nota de la extrañeza del mundo, de su inaprensible condición, repercuten sobre la propia identidad de quien las profiere y cargan al lenguaje de un espesor resonante y ambiguo. 

 

  1. Basta detenerse en la tercera sección del libro, “Árbol de nísperos”, para encontrar, en el poema que la inicia, estos versos intensamente líricos: “Y por qué este canto, mi canto / desviado del centro natural de las cosas.” Al modo de un ritornello, la pregunta regresa, levemente modificada, en el tercer poema: “Desviada del centro natural de las cosas / se yergue / perpetua / la otra pregunta: por qué los pájaros.” El punto de partida es una escena que tiene lugar en el patio de una casa del barrio de Alto Alberdi y de la que participan un hombre, un árbol de nísperos y unos pájaros. Oscurece (¡momento lírico por excelencia!), los pájaros cantan y el hombre contempla y escucha. Sucede que lo cotidiano se ha vuelto extraño para quien contempla el árbol y escucha el rumor de los pájaros. Si lo natural (el níspero, los pájaros) posee un centro (un orden, una armonía), el canto –que es lo propio del hombre que observa y oye - se desvía, se enrarece y desencadena las interrogaciones de carácter metafísico, esas preguntas incontestadas que el yo poético retoma como ondas concéntricas. La voz que habla en los poemas denomina “canto desviado” a su decir. El sustantivo recupera de la memoria de la poesía en tanto género literario un aspecto eminentemente clásico del mismo; el adjetivo remarca un rasgo más bien moderno del discurso poético: la idea de desviación, de excedencia de sentido, de significaciones que se multiplican y diseminan. Se canta, no en el mismo tono con que la naturaleza lo hace, sino con un desgarramiento reconcentrado, disonante, insaciable. Se canta, pero de un modo torcido, descarriado. Se canta para interrogar la esencia muda del mundo, que comprende también a la poesía que la interroga corriéndose de los usos convencionales y meramente utilitarios de la lengua.

 

  1. En “Árbol de nísperos”, la poesía de Tejerina no sólo se ocupa de temas rotundos e intemporales (el enigma de lo existente, el perdón, la culpa, la extinción, el amor perdido), además transfigura lo dado a la captación de los sentidos en un símbolo de la perplejidad y el desencanto. Y lo hace empleando un tono y un vocabulario “altos” (“yergue”, “perpetua”, “etéreo”, “columpian”, “extingue”, etc.), alejándose del coloquialismo y de los impulsos miméticos de corte realista y eludiendo la mofa característica de la parodia.  Esa modulación y ese léxico reaparecen en el segundo poema de “Provincia tristeza”, la quinta sección del libro, en el que se incorpora el motivo de la muerte y se adopta la segunda persona del español peninsular (tú, contigo). El primero y el segundo poema de este grupo hablan del dolor; pero, a diferencia de lo que ocurre en “Árbol de nísperos”, prima en éstos la acumulación de imágenes producto de la asociación libre.

 

  1. Dos directrices estilísticas recorren Vuelve y coexisten, a veces, en el seno de un mismo texto: un aliento clásico, conceptual y reflexivo (las reverberaciones de un lirismo atemperado y lóbrego) y un impulso desbordante y caótico (un torbellino de imágenes inconexas y crípticas que sobrepasa la linealidad rítmica y semántica del poema).

 

  1. De “O”, el poema que cierra el volumen, el más extenso y decididamente narrativo de todos, subrayo este verso: “la certidumbre es la deformación de la forma”. Este verso expone (desnuda, exhibe) un aspecto de la poética de Tejerina que cobraba un protagonismo dominante en Automotrices[3]. Hablo de una voluntad y, por qué no, de una energía que apunta rebasar los límites de lo que se considera convencionalmente poético. La deformación de la forma constituye un escenario de escritura (una puesta en escena de los signos) donde impera la certeza del “todo vale”, a la vez que asegura una cuota alta de legibilidad ya que la crítica lee la poesía joven o, mejor dicho, lee lo novedoso de cierta poesía que se está escribiendo hoy en Argentina en términos de una tendencia a lo informe. Como desafiando ese consenso -que tolera hasta la celebración desmesurada el abandono de las restricciones formales y, con ellas, la destreza técnica y compositiva - Vuelve ensaya un retorno a un lirismo más bien apocado, ascético y en absoluto irónico.

 

  1. En Vuelve, la poesía, este canto extraviado y ensimismado, meditativo y receloso, deviene un acontecer para que un yo exponga sus sentimientos y su perplejidad: “lo abstracto no me alegra / lo concreto me entristece / lo etéreo desespera / colgado de las ramas / donde columpian los nísperos.”, leo en el tercer poema de “Árbol de nísperos” y, en el que le sigue, leo: “En el centro universal de las cosas / se extingue / hueco de amor / la trilogía del hombre/: lo abstracto / lo etéreo / lo concreto.” De un poema a otro, no sólo hay un desplazamiento de lo personal hacia lo genérico, sino una insistencia enigmática  que proviene de esa distinción que coloca a lo etéreo, como una alternativa, entre lo concreto y lo abstracto.

 

  1. Sublime es un sinónimo de etéreo. ¿Será que a la poesía de Tejerina la “desespera” eso tenue, fluido, evanescente, incorpóreo que trastorna la percepción y disloca las esquematizaciones conceptuales? ¿Será que lo sublime antes que un nombre o un predicado corresponde a lo innombrable, lo que saca de quicio al lenguaje e introduce en el mundo, violentando las formas normativamente idénticas de la lengua, un silencio o una invisibilidad a las que sólo puede aludirse imprecisamente, mediante un nombre de más, imprevisto e irregular? ¿Será por eso que la poesía es un boomerang que nadie lanza, que nadie espera y que viene de ninguna parte a perforar las redes de las percepciones embotadas, la hegemonía de los saberes instituidos y de las normas sociales que entronizan el dominio de lo existente? ¿Un canto desviado, un haz de preguntas en suspenso?

 

  1. Los poemas de Vuelve abundan en contenidos de verdad poderosamente enigmáticos. “Serán hechos / de aislada trascendencia”, dice uno. Tal vez Tejerina –y estoy hablando de una voz y, sobre todo, de una escritura- esté, en esos versos, haciendo referencia a sus propios poemas. Hechos del lenguaje, construcciones verbales que encierran minúsculas epifanías, fulguraciones que instalan en el mundo, sin altisonancia pero con gravedad, como si de un rastro exiguo se tratase, la densidad de lo inexplicable, el anhelo incumplido de lo trascendente.

 

José Di Marco


[1] Vuelve, de Lucas Tejerina, Caballo negro editora, 2009, Córdoba, 40 páginas.

[2] Vuelve comprende un total de dieciocho poemas agrupados en seis secciones. La primera (“Estos son mis pasos a seguir”), la cuarta (“Anhelo”)  y la sexta (“O”) abarcan, cada una de ellas, un solo poema, de allí que en estos casos la sección y el poema que la integra se identifiquen ambos con el mismo título. La segunda (“Campo”) engloba siete poemas, la tercera (“Árbol de nísperos”) cinco y la quinta (“Provincia tristeza”) tres; en estos casos los poemas carecen de título y están separados por asteriscos.

[3] Editorial La Creciente, Córdoba, 2005.


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