Sobre "Un oso Polar", carta abierta a Pablo Natale
Querido Pablo: el asunto de este mail sería “Todos los mensajes llegan a destino”, que es, según dice un amigo lacaniano, lo que Lacan dice del mensaje del cuento de Poe en ese seminario tan famoso que no leí. Es decir que me llegó por fin Un oso Polar después de una serie un poco sinuosa de idas y venidas por distintas manos. En definitiva ese itinerario del libro le va muy bien al espíritu de tus relatos, a esas historias llenas de baches, de aplazamientos, de apariciones y reapariciones un poco misteriosas. Al cuento “Un oso polar” lo leí, con esta, tres veces. La primera cuando lo mandaste por mail, la segunda cuando un amigo, Marcelo Díaz, me prestó tu libro, y ahora en mi ejemplar. Recuerdo que la otra vez te escribí un mail un poco confuso (y espero que no descortés) explicándote mi desconcierto y ahora te escribo, ante todo, para agradecerte el gesto de mandar el libro y también para comentarte mi lectura. En realidad hace varios días que orbito en torno a “lo que lo tengo que escribir a Natale” y no hago muchos progresos en ese tema. Por eso me decidí a anotar más que nada las sensaciones y las incertidumbres poslectura. De los tres autores de Córdoba que vinieron a Río Cuarto representando a la editorial Recovecos me queda por leer a Alarcón, a Gaiteri sí lo leí con cierta sorpresa porque no lo conocía y le escribí un mail un tanto eufórico porque encontré en él algo que siento que también es mío, algo que entiendo y que me tranquiliza. Personajes al borde de la destrucción, imposibilidad de establecer vínculos más o menos “sanos”, una prosa parca, argumentos pequeños, realismo desencantado, ecos de la narrativa norteamericana (de cierta narrativa, lo poco que más o menos conozco, Salinger, Carver ¿no?). Y si a Gaiteri lo puedo calificar en términos positivos, puedo decir todo lo que es, en tu caso me pasa lo contrario, solamente se me ocurren cosas que tus textos (hablo de los del libro) no son. En cierta forma eso es lo mejor que a uno le puede pasar como lector, hallarse ante algo inédito que te obliga a salirte de lo que tenías en mente, de lo que pensabas que era un libro de cuentos, de lo que se espera que haga un autor joven de Córdoba que escribe hoy. La semana pasado vi, volvía a ver siguiendo la recomendación de tu blog, Historias extraordinarias. Después me puse a buscar cosas sobre Llinás, puse como fondo de pantalla esa imagen de Z, X y H y me dije: este tipo hizo una cosa genial con todo lo que se supone que no hace el “buen cine argentino hoy”. Exceso de voz en off, aventura, tramas complicadas, uso de los géneros masivos, amplio despliegue de producción, entre otras cosas. Pensé que lo de Llinás es algo a tener en cuenta: si uno hace una buena película o un buen libro en la línea de lo que se viene haciendo en un momento, bárbaro, pero mucho mejor es hacer algo en una dirección inesperada. En cierta forma Un oso Polar ingresa así en mi (limitado y arbitrario) sistema de lecturas, sólo que todavía no lo entiendo. Entender para mí significa identificar los procedimientos y describir cómo operan, qué efectos producen, cuáles son sus motivaciones. Obviamente que cuando leo no pienso eso sino que disfruto como cualquier hijo de vecino, pero después quiero entender, y trato de hacerlo a partir de un efecto, de lo que el texto (me) genera. Sería un poco la vieja lección de Barthes con respecto al realismo: por qué cuando leo a Flaubert siento que casi puedo tocar lo real, las gotas de transpiración en la espalda de Emma Bovary, el puro de su esposo aplastado en un plato sucio. Bueno, dice Barthes, porque hay un procedimiento que genera ese efecto de lo real, hay una detención en el detalle, la nominación de todo lo (aparentemente) banal e insignificante. O, para dar otro ejemplo, uno podría preguntarse, por qué cuando leo a Felisberto Hernández siento que estoy como dentro de un sueño, de dónde viene ese efecto. Bueno, por ciertos procedimientos: las personas son como animales (un vendedor de medias es un cocodrilo, una mujer pálida y gorda es una vaca, un caballo encuentra que una maestra se le parece), además las partes del cuerpo humano se autonomizan o se objetivan (una mano es una araña, los ojos del acomodador del cine son linternas), al mismo tiempo las cosas parecen tener vida (unas muñecas autómatas se confunden con personas, un balcón se “suicida”), las escenas suceden en ámbitos oscuros, informes, está la presencia del agua (la casa inundada por ejemplo). Todo eso y otras cosas más generan un efecto propio de lo onírico.
Doy estos ejemplos para tratar de dar una idea de cómo leo tus cuentos, según qué proceso. Como te decía la otra vez, me parece que es muy difícil decir algo sobre un texto literario, algo que no sea totalmente obvio o totalmente vacío como un juicio de valor lapidario. Lo más difícil, lo que rara vez se hace, es argumentar con algún cuidado a favor de un juicio de valor (positivo o negativo). Por ejemplo, qué significa que los autores que nombra Lo Presti en su nota como autores que no tienen un proyecto tengamos escrituras “vacilantes”; porque, de última, no “vacilamos” igual vos, yo, Ramiro Prósperi o Javier Quintá y todos los que según Lo Presti estamos de más en la antología. Acá hay que ayudar a la gente a no hacerse mala sangre: una nota que evalúa sin describir y sin argumentar no comunica nada sobre los textos.
Un oso Polar
¿Bueno, qué veo de tu libro, qué alcanzo a ver un poco a los tanteos? Una forma de comenzar podría ser decir que hay una continuidad en tres cuentos: “Un oso polar”, “Acerca del verde claro” y “Frío helado sobre la osa mayor”. Es una similitud temática si se quiere, son historias con argumentos afines, son biografías. La de Lautaro Hanz Melzemberg, la de Guillermo Kenny y la de las gemelas Olsen. Lo que me parece que es característico de las tres es el carácter incierto de esas vidas, la información insuficiente, contradictoria, a veces banal y otras veces desconcertante que tenemos de estos personajes. El narrador no participa de las acciones que cuenta, es una suerte de testigo vacilante que se la pasa haciéndose preguntas y que, cuando ha conocido a uno de los personajes (el caso de “Acerca del verde claro”) no tiene información fehaciente sobre nada. El narrador “cree” recordar, escucha que se “dice” algo sobre los protagonistas pero les pierde todo el tiempo la pista. Es como si los relatos ostentaran una aversión a la continuidad, como si exhibieran la impotencia del acto de narrar. En el caso de “Un oso Polar” y de “Frío helado sobre la osa mayor” se trata, más que de la historia de un personaje, de sagas familiares, de historias de padres, hijos, hermanos, tíos y sobrinos que se dispersan por el mundo a medida que transcurren los años. Se los ve aparecer y reaparecer en distintos lugares desarrollando actividades insólitas, enviándose cartas o fotos (se incluyen también esas fotos familiares en algunos casos) y separándose otra vez. También los personajes secundarios tienen esa identidad difusa y una pulsión errante que termina dándoles un estatuto fantasmagórico (pienso en la “chica checa”, por ejemplo). Si uno intentara aplicarle alguno de los modelos de análisis diseñados por los narratólogos franceses a estos textos, si quisiera dar cuenta, por ejemplo, de la “lógica de los posibles narrativos” o exponer las “acciones cardinales” llegaría a la conclusión de que en este libro no hay nunca continuidad, no hay orden, no hay causalidad visible, no hay coherencia, no hay una historia completa y no hay tampoco la menor intención de crear universos verosímiles que nos hagan pensar que se trata de historias que podrían pasar en el mundo real. Se trata más bien de poner en evidencia el artificio, la irrealidad de estos mundos de ficción acentuada por el aire exótico de los personajes, su extranjería, sus nombres que generan inmediatamente una impresión de extrañeza para el lector argentino (Ordalia, Taleena, Hans, Mel, Bavario, Alba Quincy). Por eso desconcierta la palabra “realismo” que figura en la contratapa caracterizando la poética del autor. Más allá de que se diga que es un realismo nostálgico (¿?) y “distorsionado”, la palabra realismo implica una voluntad de mimesis, de algún tipo de ajuste entre la ficción y el orden de lo real que en estos relatos está deliberadamente ausente. Es más, en “Frío helado…” se usa un recurso que radicaliza la distancia con respecto al realismo ya que hay un personaje que escribe literatura (la menor de las hermanas Olsen, Taleena) y que inventa a un personaje (Nikita) que luego se le aparece en el plano de la realidad a la otra hermana Olsen, Anne Merié. Hay, diríamos, un plano ficcional y uno metaficcional y hay un paso, una transgresión inexplicable de uno al otro plano. Ese recurso, esa figura que suele ser caracterizada como metalepsis, aparece con frecuencia en la literatura fantástica, en “Continuidad de los parques”, por ejemplo. Hay un pasaje de “Frío…” que en principio podría ser tomado como una clave interna del relato (y tal vez de todos los relatos) en la que se establece una distinción entre el mundo “real” y el mundo “posible”. Y la diferencia que hay entre el mundo real y el mundo posible es que en el posible “sucede exactamente lo mismo (que en el mundo real), pero al mismo tiempo al revés”. Al final de ese pasaje el personaje que da la explicación pregunta “¿Se entiende?” y a continuación hay unos puntos suspensivos correspondientes a la intervención del que recibe la explicación. Ese silencio significa que no, no se entiende porque el mundo posible se define en términos aporéticos o paradójicos. Sin embargo esta imposibilidad de comprender ya no debería sorprendernos a esta altura porque unas páginas atrás el narrador había advertido que la historia sería incomprensible a partir de ese momento: “Hasta aquí la parte comprensible de la historia de las gemelas Olsen”. Hay otro recurso que acentúa esta sensación de que los textos no nos arrojarán a la tierra firme del sentido cuando lleguemos al final de la lectura sino que nos dejarán zozobrar en las siempre angustiantes aguas del desconcierto, me refiero al uso de los acápites y dedicatorias que preceden a los cuentos. Son muy diversas las funciones de los acápites pero por lo general, en la mayoría de los libros, tienen la función de dar una clave interpretativa y contribuyen a cerrar el sentido de los textos. En ese sentido me parece que, de las utilizadas en Un oso Polar, la que precede a “Frío…” es la más productiva para el lector: “vivía el arte como un sacrificio”, firmada por “S.K” (¿Sören Kierkegaard?). Se puede conjeturar que la frase se aplica a Taleena Olsen, la escritora que un día quema junto a su novio hacker su obra en una hoguera. Pero antes está esta dedicatoria “para la gente de la ciudad perdida” que es de muy difícil interpretación. Hay otro acápite, inferimos que del texto “El narrador” de W. Benjamin (también firmada con iniciales); una frase de W. Stevens (“la lengua es un ojo”) y otra que parece ser de la Biblia. De todas ellas se podría arriesgar algún tipo de relación con el contenido de las historias que les siguen, pero se trata de relaciones muy lábiles, de vínculos inciertos que quedan librados un poco a la imaginación de cada lector. Tal vez la que mayor esfuerzo requiera es la que nos obliga a establecer alguna relación entre la crítica a los medios masivos y a la descripción de la progresiva pérdida de la experiencia que hace Benjamin con el posterior relato (“Pieles rojas!”) en el que se cuenta la llegada de unos indios a un vecindario de una ciudad. ¿Será esta cita una clave que tiene que ver con todos los cuentos en la medida en que Benjamin plantea la imposibilidad de tener experiencias en la modernidad y la declinación de la capacidad de narrar? ¿se hace evidente esa dificultad en el permanente titubeo del narrador de estos cuentos, por ejemplo en la siguiente cita?: “¿Es acaso de tal importancia el punto, el momento, en que dichas vidas se encuentran? ¿No fueron, siquiera, tampoco unos años? Sí. No. Sí; pero no”. ¿O es que estas asociaciones conducen a interpretaciones aberrantes que el libro no admite? ¿Pasa por otro lado el eje de este libro y a mí se me escapa, no lo alcanzo a ver? ¿Y si Un oso Polar dialoga con otros libros que no he leído? ¿Si este libro es una trampa para incautos, para lectores “hembra”, para lectores desactualizados? A lo mejor estos cuentos no se dejan someter a “la tiranía del sentido”, como dice Nancy Fernández a propósito de la poesía de Arturro Carrera. Puede ser, todo puede ser. En todo caso estas torpes aproximaciones darán lugar a futuras aclaraciones, a la instrucción de los lectores más avezados. Lo que digo no tiene ni la menor sombre de ironía, permanentemente me topo con libros (sobre todo de poesía) que me producen el más absoluto desconcierto. Naturalmente que siempre es más fácil caer en el snobismo, decir que a uno le gusta lo que los demás dicen que es bueno aunque uno no sepa por qué lo es, pero creo que hay que sincerarse, reconocer que muchas veces hay textos que necesitan más de lo que uno puede darles. No abundo en comentarios de los otros dos cuentos (“Dibujos –diario de viaje-“, que es el que más disfrute, y “Pieles rojas!”, el más extraño de toda la serie) para no colmar tu paciencia, Pablo, y la de algún eventual lector del blog, si es que alguno ha llegado hasta acá. O sí, digo algo sobre “Dibujos” en dos líneas: es el diario de un sujeto inane que dibuja su impotencia, grafica la incapacidad de actuar, de trabajar, de vivir. Sobre el final encuentra el dibujo perfecto de un hombre, ese dibujo debería ser una hoja en blanco, la ausencia de dibujo porque “Un hombre perfecto es un hombre ocupado. No tiene que mostrar sus dibujos”.
Coda
Espero que todo lo anterior no te resulte algo así como la obra de un lunático de pocas luces. Lo hice de este modo porque quería dar una respuesta sincera a tu gesto de enviar el libro. Me bastaron dos minutos de conversación con vos para animarme a hacerlo poniendo a prueba tu tolerancia ante un texto tan poco amable como el mío. En verdad necesitada hacerlo así, con honestidad, sin caer en el “sí dieguismo”, como dice Fabián Casas, en la palmadita en la espalda. Tengo la impresión de que en general (y hablo también de los periodistas y de los “jóvenes escritores cordobeses”) se lee muy por arriba y luego se hacen cometarios vagos y llenos de suficiencia, como si diéramos por hecho que ningún libro nos perturba, que todo está perfectamente digerido y procesado. Me ha tocado estar en una mesa de escritores en la que alguien dijo que tu libro era buenísimo y por detrás escuché un coro de personas que repetían que efectivamente lo era. Creo que decir eso sin hacer ningún comentario posterior, cuando se está entre gente que escribe literatura, resulta por lo menos intrascendente, del mismo modo decir que un libro es una porquería sin dar ningún argumento. Por lo menos el que denosta lo hace por envidia, que de última es un sentimiento que puede resultar más puro (más pueril al menos) que la pereza intelectual del que dice que disfruta de algo que no tiene la honestidad de leer a fondo. Tengo la sensación de que prima la superficialidad y hay una tendencia elevar súbitamente al estrellado a un escritor a partir de una contratapa o de una reseña en un suplemente de Buenos Aires. Pareciera que los escritores, y lamentablemente sobre todo los que estamos empezando, nos la pasamos esperando que Andrés Rivera o Piglia o cualquier escritor de renombre nos dé una frase que nos eleve al estrellato. Está bien buscar el consejo y la aprobación de escritores los escritores mayores admirados, no digo que no, lo que me parece mal es usar la firma de alguien como una marca de certificación de calidad, como si eso nos evitara el trabajo de pensar por nosotros mismos cuál es la literatura que importa y por qué. Además, a partir Es lo que hay y del contacto con otros que escriben, he visto también otra cosa que me llama la atención, que es esta cosa de presentarse a uno mismo a partir de chistes. Pareciera que se trata de dejar en claro que en verdad el que escribe no es engreído ni pretensioso ni se las da de escritor serio, que no responde al modelo de lo que se supone que es ser escritor. Interpreto ese gesto, antes que como un signo de rebeldía, como una suerte de resguardo ante la posibilidad de una crítica. De alguna manera se está diciendo que, como uno no las va de escritor, no hay por qué enfrentarse a posibles juicios negativos. Sin embargo el que publica sabe bien que se expone, que deja su texto a consideración de los lectores, y el lector tiene derecho a exigir de alguien que publica un libro la obra de un escritor, y si no la hay, tiene derecho a señalarlo. No digo que haya que descalificar ni actuar de mala fe, digo que tiene que haber un intercambio honesto entre artista y público. No me imagino a Lisandro Alonso o a Mariano Llinás bromeando sobre su trayectoria, no los imagino negando su formación, sus estudios, sus experiencias estéticas, sus influencias. Cuando voy al cine quiero ver una buena película, voy con el supuesto de que el artista está dando lo mejor de sí y no pensando que es alguien que se toma en broma el cine (y al espectador); cuando publico un cuento lo hago porque creo que vale la pena que alguien lo lea, porque me esforcé para hacerlo, porque la escritura me importa y los lectores me importan. Todos esperamos que lo que damos a conocer sea valorado, todos queremos destacarnos, pero hay que ser honesto. Es muy infantil eso de publicar dejando entrever que al fin de cuentas uno no es un escritor “de verdad”. A lo mejor estoy errado, a lo mejor se trata de una herencia de ese espíritu lúdico de las vanguardias, tal vez se trata de la irreverencia propia de la juventud, de un aire de época que no entiendo, no sé. Me inclino a pensar que si uno no quiere mostrar un curriculum que suene pretenciosos no debe poner nada, y si no le importa figurar y le da asco el mundillo de la literatura, tan lleno de divas y divos, para qué permanecer ahí, para qué publicar. Hay tantos artistas de verdad que viven al margen de todo eso…
Bueno, no la alargo más. Te digo únicamente que, como te habrás dado cuenta, entré a tu blog y seguí algunas recomendaciones que te agradezco mucho. El cuento “Disfruta de la felicidad eterna” que sale en Es lo que hay necesitaría de otra carta. A ése sí que lo disfruté y podría afirmar cosas que me parecen destacables. Creo que está muy bien manejado el tema de esa normalidad siniestra por la que se desliza la familia, creo que el título es una ironía formidable, que la decisión de utilizar un narrador impasible acentúa el drama del tío Máximo y le da un carácter irreversible a su condición. No hay nada que hacer, estamos perdidos, parece decir tu cuento, pero todo sucede en un decorado lleno de luces y colores y eso lo hace más terrible todavía. Por alguna razón el cuento me hizo pensar en la familia Samsa, sólo que da la impresión de que todas las familias han llegado a ser como ésa.
Un abrazo.
Pablo Dema
Rocamora: un poema de Alejo Carbonell
Rocamora
cuando hela sobre barro, llueve
Vaca Bevacqua
El cementerio es la tranquera
y ahora que lo dejamos atrás
vemos como se despereza
lo que queda dentro de la comarca
- la ventanilla empapada
la cortina bordó
como nosotros
más oscura por dentro-
la calle ancha anaranjada
por el sol tocando la fronda todavía.
En la terminal no hay remises
y lo sabía antes
de abandonar el estribo
ahora que vivo en una ciudad
que la lluvia no cubre completamente
puedo jactarme
de conocer estas verdades inservibles
rocamora
una palabra compuesta
que a mitad de recorrido se hace peatonal
derecho nomás
hasta ver el puerto
en un rato abren los negocios.
Una mujer sacude palmeras
y recoge el yatay que se desprende
tiene dos perros
una pollera de jean larga
y ojos europeos
que escrutan con vergüenza
a la derecha el banco:
no parece
pero siempre estuvo ahí.
Los ochenta transcurrieron en tres bares
lo morend y lo filipini
sobre rocamora
y el bandera verde
que no necesitaba dirección
en este boliche se comía de parado
al lado de la parrilla
el camboyano recibió una mano
que le llenó de lechuga la oreja
y se suspendió la pelea
el bocha le sacaba las tiras verdes con un trapo:
“perdoná loco, tenía tanto hambre que no solté el sanguche”
al lado está el pelotero
pero antes en este terreno
había canchas de paddle
y antes
vivió lópez jordán.
En urquiza y rocamora
- veníamos por rocamora, pero
se nombra primero a urquiza
no por chauvinismo, sino por elegancia-
de impecable blanco frigorífico
ríos lee el diario
con sus gruesos lentes
y sus gruesos bigotes
a mitad de cuadra
pintaron un mural
con la cara del chilo zaragoza
y es justo exigirles
que a partir de ahora
esta historia
que baja una línea
cada cuatro o cinco palabras
sea leída
con ese fondo de pantalla
pudiendo omitir
si lo desean
el nombre del diario
que está hojeando nuestro héroe.
Cruza una señora
con un paquete bajo el brazo
a los siete años estuvo toda una tarde
subida a un árbol del chaco
con un jabalí paciente debajo
nerviosa a los nueve
en la estación de trenes de santa fe
esperaba a su tía con un tapado rosa
para que la reconociera
a los diez se subía a un banquito
en la heladería
para llegar hasta los tachos
y lavarlos
a los veinticinco con un palo
enfrentó a los tacuara
en la calle y golpeó a un hombre
el hombre era su padre.
Ella es mi madre.
Mi madre es un libro
mi padre es un libro
juntos son un almuerzo
o las vacaciones en tanti.
Pasa una bicicleta
rumbo a los barrios del balneario
la cámara seguirá su recorrido
primero con un plano de las ojotas celestes
- muy pocos logran un movimiento
circular
perfecto al pedalear
sin producir un accidente, leve,
cuando el tobillo
arriba
se esfuerza-
y el dobladillo del jogging
el ruido no viene de la cadena
sino de una tira de plástico
que toca los rayos:
un cencerro de mi ju
acompañando al baqueano.
Luego, en una toma en movimiento hacia atrás
los cabellos teñidos
la bolsa de los mandados
con la cuchara nueva
para que el albañil de la casa
termine la pieza
donde irá el piano
hace cien años que la familia canta
antes
frotando la mugre contra las piedras del río
canta el albañil y canta
la peluquera
y la casa se modifica
todo el tiempo.
En la esquina de la plaza
hay un pingüino despintado de lata
invitando a tomar helados
y sólo la sorpresa
lo hace atractivo.
Otra vez
urquiza y rocamora
ríos ya se fue al mercado
queda la serpiente roja
alcanzada a medias por el sol
- paraavalanchas guardaganado -
sin bicicletas todavía.
No voy rápido:
las cuadras tienen setenta metros.
El umbandismo es barrial
y gusta del agua
por eso
en donde estaban los cines
hay salones
pero no iglesias.
Empiezo ahora
porque falta poco
Los panaderos anarquistas
se reunían en el despertar obrero:
hubo huesos dentro de ese horno.
También hubo biblioteca
Villafañe donó libros
que Calveyra leyó
con la luz de la mañana.
El obrero no despertó.
Los libros fueron donados
a una escuela
y quemados en los noventa
porque ocupaban lugar.
Acá
acá estaba el despertar
en el horno encontraron huesos humanos
pero las cenizas de los libros
estaban en la Normal.
Vamos hacia el este
aún queda una pequeña loma para ver el río
un horizonte al alcance de la mano
en este salón el vino
se tomaba
con una soda de burbujas gruesas
los viejos del asilo cagaban alegremente
al gurí del kiosco con el vuelto
y una vez le hicieron comer el papel
con la quiniela clandestina
al grito de policía.
Ni bar ni viejos
ni bochas
ni asilo ni quiniela
apenas el empleado del kiosco
los domingos da vueltas a la plaza
el asiento de atrás lleno de hijos
su mujer era preciosa
digo era
todavía vive.
En los porros adolescentes
creíamos ver un anillo de saturno entrerriano:
el horizonte cerca
y un poco más arriba
una manga de metal gris
por donde el granero
despachaba al mundo
pero eran noches
en que caminábamos sobre el vapor del frío
discutiendo ideas
“un hombre es una idea”
decía huguito
y el camboyano como una sentencia
completaba
“y también una bala”.
Alejo Carbonell, Concepción del Uruguay, Entre Ríos, 1972. Este poema da título al libro publicado por Ediciones Recovecos, Córdoba, 2008
{ Página Anterior } { Página 10 de 19 } { Próxima Página }
|
Acerca de Mi
Links
Revista Cartografías nueva dirección de este blog
Categorias
Comentario de libros Poemas
Publicaciones Recientes
Amigos
|